Poco me imaginaba, cuando salí a correr un rato este mediodía, que media hora después iba a estar trotando junto a un incendio forestal que, en estos momentos, está arrasando una de las zonas más especiales y queridas de la ciudad de Granada: los aledaños de la Fuente de la Bicha y las laderas del Serrallo.
El caso es que, al salir, cuando iba por el Nuevo Los Cármenes, veía una densa nube de humo en lontananza. Un extraño contraste, la Sierra todavía medio cubierta de nieve y sus faldas, ardiendo.
Efectivamente. En cuanto llegué al Camino de la Fuente de la Bicha, a la altura del Pabellón de Deportes Matías Prats, me di cuenta de que el incendio estaba mucho más cerca de lo que había imaginado. Coches de bomberos y de protección civil a toda mecha y el vuelo de los helicópteros así lo acreditaba. Y así lo va contando IDEAL en su web, actualizada cada poco tiempo.
Llevaba un buen ritmo corriendo y, cuando llegué al desvío de la Fuente de la Bicha, no supe qué hacer, si girar a la derecha y tirar por el camino del bosque o, prudentemente, mantenerme a la vera del Genil. Y pudo la prudencia. Menos mal. Porque precisamente ese bosque era el que estaba ardiendo, como inmediatamente vería.
Era extraño. A un lado, el humo del bosque quemado, las brasas de la tierra calcinada. Al otro, sereno y tranquilo, el cauce del Genil, con su fresca y juguetona agua camino de Granada, entre la brisa y el canto alegre de los pájaros. Iba por un estrecho sendero, lleno de plantas, cubierto por el follaje de los árboles, entre zarzamoras y espliegos. Un paraje idílico.
De repente, una nube de humo ensombreció el sol. Todo se veía amarillo. Y olor a madera y hierba quemada invadió el ambiente. En esa parte del recorrido no se oía a ningún pájaro. O se habían ido o entendían que el día no estaba para cantos.
A la altura del restaurante El Asadero me di la vuelta. Cambié de margen del río y volví por la pista ancha que también discurre junto al Genil. Los espacios abiertos permitían ver la magnitud de la tragedia y las lenguas de fuego comiéndose los pinos de la ladera de la montaña.
De pronto, un helicóptero se acercó al camino y, sin posarse en el suelo, cargó de agua sus depósitos a través de una manguera, bebiendo de la acequia que riega los sembrados de la zona. Estuvo dos o tres minutos suspendido en el aire, a medio metro del suelo, antes de remontar el vuelo pesadamente, con el vientre cargado de líquido para, una vez sorteados los cables de alta tensión, regurgitar el agua de sus entrañas sobre la montaña, que seguía ardiendo, con las llamas avivadas por el viento.
Sirenas, helicópteros, camiones y coches… todos ellos parecían interpretar una versión ígnea del mito de Sísifo, intentando controlar un incendio que se resistía a ser controlado. Qué paradoja. Día de Corpus, vacaciones, fiesta, feria y diversión; transmutado en pesadilla de fuego que arrasa, nuevamente, uno de los pocos pulmones verdes de la ciudad de Granada.
Ya llegará el momento de exigir responsabilidades. De momento, ánimo y suerte a las decenas de personas que están, en estos momentos, luchando contra el fuego.
Jesús Lens, apenado y triste.