Les contaba ayer que el domingo pasado salí a correr con destino a Pinos Genil. Al llegar a la plaza del pueblo, antes de las 12, las fresquitas terrazas de los bares, restaurantes y tabernas aledañas al Genil estaban vacías. Que no saben ustedes lo duro que es ir sudando la gota gorda, tras más de 10 kilómetros de carrera, y encontrarse a la gente con sus tercios de Alhambra Especial. Sobre todo, porque antes de tomarte el tuyo… ¡aún te queda la vuelta! Y a ello dedico mi columna de IDEAL, en un día muy oportuno ya que batiremos los récords de temperatura del año.
Menos mal que, junto a Los Cazadores, está la fuente. Y es que, digámoslo ya, esas fuentes nos dan la vida. En ocasiones, literalmente. En el trayecto de ida, no había parado a beber. Así, cuando me faltaban un par de kilómetros para Pinos, empecé a tener sed. No les cuento el alivio que supuso cruzar el puente sobre el Genil, parar unos instantes para coger resuello, beber y remojarme la cabeza.
No me entretuve mucho, que empezaba a picar el sol. La vuelta, aunque es hacia abajo, no tardó en hacérseme cuesta arriba. Llevaba tiempo sin hacer tiradas largas y el calor ya se dejaba sentir. Por eso, cuando llegué a la siguiente fuente que tengo ubicada en el recorrido, me sentí como el viajero del desierto que encuentra un oasis. Había un excursionista, pensando si beber. Cuando vio cómo me abalancé sobre el caño, despejó todas sus dudas.
Tampoco me entretuve demasiado tiempo, a sabiendas de que apenas tres kilómetros después me esperaba mi fuente favorita. Esa Fuente de la Bicha que forma parte de mi vida atlética desde tiempos inmemoriales.
La imagen del agua brotando de la roca madre para caer a través de un sencillo caño metálico es una de las estampas que, como corredor, más he agradecido y disfrutado durante años y años. Agua pura que surge de las entrañas de la tierra y que, decenas de veces, sediento y deshidratado, me ha permitido afrontar los últimos kilómetros de carrera, evitándome males mayores.
Y es que, entre las cosas buenas de correr, está el recordar que los auténticos placeres de la vida son mucho más sencillos de lo que nos empeñamos en creer. Y que, por encima de lujos, riquezas y caprichos, nada satisface tanto como un trago de agua fresca cuando el calor aprieta y estás muerto de sed.
Jesús Lens