Se hace extraño acostarse por la noche con unas tranquilizadoras encuestas que hablaban de un 55% a favor de la permanencia del Reino Unido en el seno de la UE, y despertarte con la noticia de que se van. O, al menos, de que un 52% de la población británica ha optado por el Brexit. A estas horas ya están hechos todos los análisis posibles. Y los imposibles. Incluyendo las paradojas irlandesa y escocesa.
Pero sí hay algo sobre lo que debemos reflexionar: ¿por qué tiene tanta gente la sensación de que la Unión Europea es enemiga de los ciudadanos? Para un Euroconvencido como yo, es duro comprobar que, cuando escuchamos nombres como Bruselas, Comisión o, sobre todo, Troika y Banco Central Europeo, nuestra primera reacción es echarnos mano a la cartera.
Con los miles de millones de euros que Europa ha invertido en nuestros países, sería como para que nos postráramos de hinojos y adoráramos a las instituciones comunitarias. Pero sigue habiendo un enorme déficit democrático en el funcionamiento de la Unión y los ciudadanos no sentimos el Parlamento como algo nuestro. Y, sobre todo, Europa se ha convertido en sinónimo de recortes y de austericidio radical.
Una Europa pilotada por Alemania de la que cada vez menos personas se sienten partícipes, cómplices o simpatizantes. Hace años, cuando hubo que hacer ajustes y esfuerzos para cumplir los requisitos de Maastricht, existía un consenso social sobre la importancia de entrar en aquella Europa de vanguardia y de primera velocidad.
Lo conseguimos. Y nos sentimos orgullosos de aquella proeza. Hoy, Europa es el coco. El bute. En parte, porque nuestros gobiernos se han amparado en la Unión para justificar la sangría provocada por los recortes.
Parecemos vivir bajo la tiranía de la Europa de las instituciones. Una Europa fría que solo sabe de cifras, déficits y tantos por ciento. Una Europa que avasalla a los ciudadanos en razón de unas cifras macroeconómicas que cada vez estrangulan a más personas.
Una Europa cuya inevitable burocracia no ha sido capaz de construir un relato ilusionante y consistente sobre su indudable trascendencia. Históricamente, el proceso de integración europea es un hito de capital importancia en un continente devastado por guerras y conflictos de inspiración nacionalista. Y de repente, estamos reculando. Y no entendemos cómo hemos acabado aquí, en paños menores y tiritando frente al abismo.
Jesús Lens