Vuelvo de Huelva, poniendo fin a los viajes más o menos cercanos por este año, para sumergirme en la vibrante Granada cultural. Ayer se presentó una nueva edición del Tres Festival, promovido por la Fundación Tres Culturas, que se celebrará en el marco de la próxima Feria del Libro, en el Centro Lorca.
Una ocasión de lujo para charlar con varias personas del mundillo cultural de nuestra provincia. Un gusto departir con Sara Navarro, que le está dando al Centro Lorca el impulso que necesitaba, con una programación coherente, pensada a medio y largo plazo, que nos deparará gratas sorpresas.
Igualmente reconfortante la presencia de la Alianza Francesa de Granada, uno de los agentes culturales privados más comprometidos con nuestra tierra, con quienes no dejamos de tramar. Felizmente. Y, por supuesto, un lujo lo que está preparando la Fundación Tres Culturas. Atención a los nombres desvelados ayer: David Grossman, el autor más importante de las letras israelíes contemporáneas. La marroquí Leila Slimani, la libanesa Jouma Haddad, la franco-argelina Alice Zeniter y, atención los amantes del noir: ¡Yasmina Khadra!
Se le notó a nuestro alcalde, Luis Salvador, su pasión por el género negro. Estaba claro que lo mucho y bueno que dijo de Khadra era de cosecha propia. No necesitó que ningún asesor le hiciera trabajo de campo para despacharse con una disertación, sabia y sentida, sobre la obra de uno de los grandes autores del género policíaco más comprometido.
Tras un rato de charla con Nani Castañeda, que está terminando de leer con sumo gusto una de las novelas de Bruna Husky, flamante Premio Viajera en el Tiempo de Gravite, comí con mi querido y admirado Víctor Amela, que anda estos días en Granada, presentando la edición de bolsillo de una novela capital: ‘Yo pude salvar a Lorca’.
Ayer en Granada. Hoy en Lanjarón y el sábado en Torvizcón. Un imprescindible recorrido alpujarreño para reivindicar la huella lorquiana en la comarca granadina. Una comida en la que aprovechamos para ponernos al día sobre varias cuestiones. Como el centenario de Agustín Penón, que se celebra el año que viene y en el que Granada debe desempeñar un papel esencial.
Ayer sábado, en Granada Noir y gracias a la Fundación Tres Culturas, entregamos el I Memorial Antonio Lozano a Mabel Lozano por su labor de denuncia de la trata de mujeres para la explotación sexual. Quiso la casualidad —o no— que ayer mismo, IDEAL publicara la siguiente noticia: ‘Granada registró 21 casos de trata de personas con fines sexuales en 2018’. Y un subtitular: ‘El número de casos detectados se ha cuadruplicado desde 2016 tras intensificarse el trabajo policial’.
Es una noticia muy dura, difícilmente comprensible y absolutamente inaceptable. Lo decía Inmaculada López Calahorro, la subdelegada del gobierno: ‘La trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual es la esclavitud del siglo XXI’. En el mismo sentido se pronunció Pilar Aranda, rectora de la UGR en una jornada sobre la trata.
Estamos tan acostumbrado a esas casas con lucecitas de color rojo a la vuelta de cualquier curva de una carretera que no le prestamos atención a una de las lacras de la sociedad contemporánea. Cuando se habla de prostitución, hay que hablar de trata. Son términos conexos. Conozco a muchos amigos, progresistas ellos, que me consideran un pánfilo y un moralista cuando critico la prostitución. ¡Cada uno puede hacer con su cuerpo lo que le venga en gana!
Lean a Mabel Lozano. Lean ‘El proxeneta’, un libro de no ficción sobre el trasfondo del mundo de la prostitución. Vean sus películas y documentales y, después, hablamos de que cada uno hace con su vida lo que quiere. ¿Quiere? ¿Seguro? ¿A cuántas mujeres conocen ustedes que, al preguntarles por su futuro, les responden que aspiran a ser putas? ¡Ni en los tiempos de ‘Pretty Woman’!
Hoy termina el Granada Noir, el festival patrocinado por Cervezas Alhambra, con el Little Noir, en el Cuarto Real. La semana que viene, gracias a la Diputación de Granada, estaremos en Beas, Víznar, Iznalloz y Salobreña. Además, sigue abierta la exposición de Blacksad. Terminan hoy 10 días en los que hemos procurado ofrecer una programación cultural de primer nivel: cine, cómic, música, literatura, teatro, periodismo, gastronomía… y reflexión crítica, también.
El pasado sábado, mientras su pareja salía de pintxos por el centro de Pamplona, el escritor Carlos Bassas preparaba un pequeño petate y se dirigía a la estación de tren. Fijo que le habría encantado acompañarla, descabezar un sueñecito e irse a ver ‘Ad Astra’. En vez de eso, aprovechó para trabajar en el AVE.
Llegó a Granada a eso de las 11 de la noche, por lo que se perdió la mitad del cabaret que organizamos en Granada Noir y que abarrotó el Teatro CajaGranada. Ojeroso y cansado, el domingo nos acompañó en todas las charlas del festival. Tras su conversación con Carlos Zanón sobre el mito del eterno retorno del héroe mediterráneo y sus conexiones con el imaginario del western, de la mano de la Fundación Tres Culturas; Bassas pidió disculpas y nos dijo que no se quedaba a cenar. Tenía billete para el AVE el lunes a las 7am y tenía que preparar una clase para esa misma tarde.
¿Le mereció la pena a Carlos invertir el fin de semana de esta manera? Si le pregunto, seguro que me dice que sí. Pero yo sé que no, crematísticamente hablando. Que fue una paliza. Que lo hizo por amistad. Y, también, por profesionalidad.
Cada vez que oímos hablar de ‘viaje’, pensamos en vacaciones, postales idílicas, fiesta y cachondeo. Y en algún museo, por cumplir. Los viajes de trabajo, en el imaginario colectivo, siguen siendo un batiburrillo de desayunos bufé, copiosas comidas, cenas alargadas y copas hasta el amanecer.
De esa manera, el moralista que llevamos dentro se irrita cuando escucha lo de los viajes de negocios. Con la de cosas que hay pendientes de hacer en casa, ¿qué necesidad hay de salir ahí fuera? ¿Para qué tanto gasto?
El domingo, antes de que se volviera al hotel, una lectora se acercó a Carlos Bassas. Llevaba todos sus libros en una bolsa y quería que se los dedicara. Las amables palabras y las grandes sonrisas que ambos se cruzaron fueron la mejor demostración de que sí. De que el viaje había merecido la pena.
Sábado a mediodía. Terraza de la Ruta del Azafrán, al pie de la Alhambra, combatiendo los rigores del veranillo de San Miguel con tercios de Alhambra Especial bien fría. Disfrutábamos de las estupendas viandas preparadas por el cocinero Antonio Martínez y charlábamos con Marta Robles y Carlos Zanón, dos de los autores que han estado con nosotros en Granada Noir.
Hablábamos de la próxima edición de BCNegra, hoy por hoy, el mejor festival noir de España. Y de la inminente nueva novela de Marta, que aparecerá en enero. Trazábamos alianzas y estrategias. Hablábamos de lecturas y de películas. Pasadas, pero también futuras.
—Imagínate que, de repente, tu futuro no existe. Que te despiertas por la mañana y que sólo tienes 5 euros en el bolsillo. Ninguna red de seguridad. Ningún plan. Nada. La ropa que vistes, un puñado de monedas y 24 horas por delante.
Zanón ejerció como abogado de oficio durante más de 20 años, haciendo la asistencia al detenido en cientos de guardias. A la vez, escribía novelas. Y artículos, cuentos, poemas y letras de canciones. Él sí tenía un plan. Como usted, que está leyendo estas líneas. Como yo, que las escribo.
Pero ahí fuera hay miles de personas que están solas. Que son invisibles y sienten que su vida es intrascendente, sin sentido. Personas para quienes la violencia es una forma de autoafirmación. La única forma posible de tratar de que cambie su suerte, de buscarse la vida, de reparar una sensación de injusticia.
Y la pregunta: ¿puede la cultura ayudar a combatir la delincuencia? Gracias a la Fundación Tres Culturas, sobre ello conversaron Carlos Zanón y Jesús Garrote, director de Santiago Uno, un centro educativo de Salamanca cuyos alumnos participaron en el pasacalles inaugural de Granada Noir. Garrote explicó que han cambiado a los guardias de seguridad por payasos, montando una escuela de circo y una de cine para chavales de más de 20 nacionalidades distintas.
Darles afecto. Escucharles. Hacerles partícipes en la toma de decisiones. Reconstruir un universo de afecto a su alrededor. Hacerles trabajar. Darles responsabilidades. Ayudarles a planificar un futuro.
Se lo escuché a Carlos Zanón en una entrevista magistral que le hizo Jesús Vigorra, esa bestia parda de la radio y la televisión de Andalucía, en su programa de libros de Canal Sur. Sostenía Zanón que afrontó la vuelta de Carvalho a la vida literaria como si se tratara del regreso de un héroe del Lejano Oeste a casa, tras pasar años y años deambulando por caminos polvorientos.
Me gustó tanto la metáfora que, les confieso, fue uno de los impulsos definitivos para centrar la ya inminente quinta edición de Granada Noir —arrancamos el viernes 27, nada menos que con Juanjo Guarnido y Juan Díaz Canales— en el western noir como eje temático y de reflexión del festival patrocinado por Cervezas Alhambra.
Me gusta el western y me gusta el noir. Son dos géneros que van de la mano. De hecho, el noir es la evolución lógica del western: cuando los forajidos cambiaron los caballos por primitivos Ford y los Colts y los Winchester por las letales metralletas Thompson, el género del Oeste dejó paso al género negro, pero su filosofía, trasfondo, ética y estética permanecieron incólumes.
De todo ello nos hablarán en los próximos días el profesor Juan Varo, por ejemplo, a través de una charla que ha titulado ‘Ángeles oscuros sobre el cielo amarillo: el western y el noir en su etapa clásica (1946-1958)’. O Clara Peñalver y Pere Cervantes, cuyos protagonistas montan en grandes motos al igual que los héroes del western lo hacían en briosos caballos.
Y en Granada Noir 5 estarán, por supuesto, el propio Carlos Zanón con Carlos Bassas, el más reciente ganador del premio Hammett, el más prestigioso de las letras negras y policíacas. Gracias a la colaboración de la Fundación Tres Culturas, el próximo domingo, a las 19 horas, el Teatro CajaGranada acoge una conversación muy especial: ‘Ulises, Justo y Carvalho. El Mediterráneo y el mito del eterno retorno’.
Tener en Granada Noir a dos autores de la talla de Carlos Zanón y de Carlos Bassas es un privilegio. Sus respectivos Hammett les acreditan como dos de los mejores autores de género negro contemporáneo y, de cara al público, son dos extraordinarios comunicadores.
Sentarlos en una misma mesa también tiene todo el sentido. Por una parte, tanto ‘Carvalho. Problemas de identidad’ (de la que escribí AQUÍ) como ‘Justo’ transcurren en Barcelona. Una Barcelona contemporánea por la que transitan dos personas mayores, aquejadas por los achaques de la edad. Carvalho y Justo tienen la mirada de quienes no se resignan a aceptar los cambios de su ciudad. Miran hacia atrás, con más o menos ira. Y recuerdan las calles de sus padres. Los barrios de su infancia.
Aunque la gentrificación y los cambios urbanos de las grandes ciudades del Mediterráneo no son el tema central de las novelas de Bassas y Zanón, dicha problemática sí aparece reflejada en sus páginas, como no podía ser menos. Y es que, como nunca nos cansamos de reivindicar, el buen género negro, el que nos parece más interesante, es el que bucea entre los intersticios de la realidad y pone el foco en los rincones más oscuros de la sociedad.
La mirada al pasado que hacen Zanón y Bassas no es quejosa ni melancólica. Al menos, no en demasía. Es una mirada que sirve para hacernos reflexionar de dónde venimos y hacia dónde vamos. Justo y Carvalho son mayores, decíamos. Uno más que otro, pero mayores ambos. Son mayores, pero no se resignan ni se conforman. Regresan a las calles de su ciudad portando el valor de la experiencia, dispuestos a cumplir un servicio más a la comunidad. Aunque sea el último. (Más sobre ‘Justo’, AQUÍ)
En la novela negra hay mucho del mito del eterno retorno, la figura del héroe crepuscular que vuelve a casa, como Ulises, a impartir justicia y poner las cosas en su sitio, tras años de ausencia. El héroe mitológico griego al que tanto recurrieron los grandes cineastas del western, también.
Y el destino. Ese destino que rige la vida de los héroes, jugando con ellos como si fueran títeres, peleles en manos de los dioses. Lo veremos, por ejemplo, en la proyección de ‘Grupo salvaje’, obra maestra incontestable que, siendo un western canónico, sentó las bases del cine de acción de los años 70 y 80, como escribimos AQUÍ. El paseo final de la pandilla comandada por William Holden es el mejor ejemplo de cómo los héroes, hasta los más improbables, están condenados a cumplir con los designios del destino.
‘Grupo salvaje’ será presentada por tres entusiastas cinéfilos de reconocido prestigio, con los que habrá una tertulia posterior, al finalizar la proyección en el Teatro CajaGranada: Fernando Marías, Mariano Sánchez Soler y Juan de Dios Salas, director del Cine Club Universitario.
Porque la mitología del Lejano Oeste y el gangsterismo de la Ley Seca están directamente emparentados con los héroes de nuestro Mediterráneo más cercano.