Me gustan las exposiciones inmersivas y Goya es uno de mis artistas favoritos. Por todo ello, ¿qué podía salir mal en INGOYA? Nada. De hecho, es todo lo que promete: información, emoción y espectáculo. “¿Merece la pena?”, me preguntaban en redes. Mucho. Y la alegría, también.
La primer exposición inmersiva que vi fue la dedicada a Klimt, en Sevilla. Meses después disfruté de otra sobre Van Gogh en el Círculo de Bellas Artes madrileño. ¡Qué tiempos, cuando moverse por ahí fuera era algo sencillo y natural!
Así las cosas, me dio mucha alegría saber que la dedicada a Goya se pondría de largo en Granada. Cierto es que el efecto sorpresa de las proyecciones simultáneas y sucesivas en grandes pantallas, al son de una banda sonora de época creada al efecto, se mitiga cuando has visto otras exposiciones inmersivas antes. Y que, por culpa de La Cosa, no se puede uno mover libremente por la sala donde se proyectan las imágenes. Me sentí más espectador pasivo que en ocasiones anteriores, donde me notaba más imbuido, más partícipe.
La vida y la obra de Goya son tan ricas, fecundas y tumultuosas que la experiencia multimedia resulta atractiva y subyugante, de los luminosos e inocentes enredos de palacio a los regios retratos de la Familia Real o la sensualidad de las majas.
Sin embargo, por lo que tienen de crónica negra de su época, de dibujo-periodismo de vanguardia, soy un enamorado de los Caprichos, los Desastres y las Pinturas Negras. La exposición que organizó CajaGranada Fundación en 2011 con las 80 estampas de la serie ‘caprichosa’ está entre mis top y allá donde voy, si hay algo de Goya, hago por verlo.
La exposición combinada de El Roto en el Museo del Prado, ‘No se puede mirar’, con la colección de dibujos goyescos titulada ‘Solo la voluntad me sobra’; fue una de las últimas que disfruté antes de la pandemia. De ahí que ver INGOYA en Granada tenga mucho de simbólico: un paso, otro más, hacia la vieja/nueva normalidad. O lo que quiera que sea.
Termino recordando uno de los dibujos del postrer Cuaderno de Burdeos, ‘Aun aprendo’. Realizado cerca de la muerte del pintor, muestra a un anciano de poblada barba que, encorvado y sosteniéndose sobre dos bastones, trata de caminar. Se le ha dado varias interpretaciones, pero quedémonos con la más sencilla e intuitiva: la exigencia de la formación y el aprendizaje continuos.
Jesús Lens