Yo solo voy a decir una cosa: el jazz, en un Club, a pie de escenario, tiene una magia especial. Reconforta el espíritu y constituye su esencia más pura.
Estamos dejando unos cortes del concierto de Chano con Francis Posé al contrabajo, que captamos a pie de escenario. Y esta imagen, que el mismo Posé tuvo la gentileza de tomar, en el camerino:
Porque, ¿quiénes tuvimos la suerte de estar donde dice nuestro querido Juanje que se podía estar?
Hoy es miércoles. Hoy, por tanto, toca jazz. Porque, como decíamos en este artículo, hay que ir. Y vamos.
También es verdad que el pasado viernes, en el maravilloso Fusión de Salobreña, toco jazz. ¡Qué grande, el garito de nuestros Paco y Concha! Y qué grande, Ernesto Aurignac.
Y el sábado, tocó jazz. De otro estilo. En el Granada Jazz Club.
Y hoy toca el jazz manouche, el jazz gitano, en el Magic.
Y el viernes toca jazz…
Pero esa es ya otra historia.
Be Jazz, My Friend!
Y ahora, vas y me sigues en Twitter: @Jesus_Lens Yeah, yeah!
Hoy publico en IDEAL este artículo, sobre Clubes de Jazz, pero extensivo a otras manifestaciones culturales. A ver qué te parece y si estás de acuerdo:
Por desgracia, ya no hay música en directo en el Rembrandt. Una apuesta valiente que no terminó de cuajar, pero que honra a quienes se embarcaron en la cruzada. Menos mal que todos los miércoles por la noche, en el Magic, hay jazz. Y los viernes y sábados; en el Granada Jazz Club, también.
Lo llamativo y ejemplar de estos casos es que las tres iniciativas se pusieron en marcha en el último cuatrimestre del 2012, esto es, en lo más crudo de una crisis que, más que azotarnos, ya nos tiene desollados; con el cuerpo, el alma y el espíritu en carne viva.
Los conciertos del Magic vienen de la mano de la Asociación Cultural Ool Ya Koo, conformada por un puñado de músicos y aficionados al jazz dispuestos a defender, con uñas y dientes, la continuidad de una programación semanal de nuestra música favorita en Granada. (Además, un buen Club, tiene que generar creatividad y complicidad, no solo musical, sino literaria, cinematográfica y amical. Aquí, un par de vídeos grabados en el Magic; aquí contamos un mágico encuentro e, incluso, un relato de Suicidio Ficción, aquí)
¡Y cuesta! Vaya si cuesta. Cuesta dinero, esfuerzo, trabajo y dedicación. Pero merece la pena. No me cansaré de decirlo: una vez que la crisis ha hecho tabla rasa de subvenciones, ayudas, colaboraciones y contribuciones económicas varias; a cada palo le toca aguantar su vela y, si queremos música en directo, deporte, arte y cultura… tenemos que pagar por ello. En metálico o en especie, pagando una cuota, una entrada o consumiendo unas birras y unas copas.
Pero, además, hay que ir. Porque ir, también cuesta. Pero es imprescindible. Si no vamos a las exposiciones, a los conciertos, a los partidos, a los torneos, al cine, a los museos, a las librerías… ¡terminarán por echar el cierre! Y mucho antes de lo que nos pensamos. Ir, cuesta tiempo y esfuerzo. En algunos casos, más que dinero. Pero hay que organizarse. Hay que molestarse. E ir.
La apuesta del Granada Jazz Club es más novedosa, si cabe, en el ambiente de la hostelería granadina: un Club al estilo del Café Central, la Sala Clamores y el Galileo Galilei de Madrid o el Jamboree de Barcelona: mesas pequeñas y muy juntas frente al escenario, una propuesta gastronómica basada en ibéricos y sushi, amplia carta de vinos y cócteles… y conciertos de músicos de la talla de Nardy Castellini, Kenny Garrett o el mismísimo Jorge Pardo, recientemente elegido mejor músico de jazz europeo. Además de buenos músicos residentes. Y los domingos, flamenco.
Sé que me estoy dejando buenos garitos en el tintero y que hay otros espacios que programan habitualmente electrizante jazz, melancólicos blues y ardientes soul y funk en directo. Locales felizmente repartidos por la provincia de Granada, como el Fusión de Salobreña, el Alexis Viernes de Atarfe o la Chistera de Monachil.
De nosotros, de los aficionados, depende que la escena musical granadina se mantenga viva, activa y pujante. Porque eso que se da en llamar la Sociedad Civil, además de dándole al pico, tiene que retratarse en la acción. La tentación de quedarse en casa, escuchando CDs y viendo películas en Blue Ray es muy fuerte. Pero si queremos que Multicines Centro no cierre definitivamente sus puertas y que las agendas culturales de los periódicos sigan bullendo con mucha y variada oferta… ¡hay que ir!
El sábado publiqué este artículo, en IDEAL, sobre el recién terminado Festival de Jazz de Granada. Aquí viene felizmente ilustrado con las iPhotografías de mi Cuate Pepe, discretamente tomadas en diversos conciertos. A ver qué os parece:
¿Cómo? ¿Qué ya se ha terminado? ¿Es posible? ¡Si apenas había comenzado! Y, sin embargo, Paquito D’Rivera y el quinteto Cimarrón echaron el pasado domingo el cierre a la edición del 2012 del Festival de Jazz de Granada, con un concierto de música clásica cubana que entusiasmó a un público entregado de antemano.
Menos mal que nos quedan los trasnoches. Y los clubes. Y las asociaciones. Y las bandas y orquestas. Pero esa es, felizmente, otra historia sobre la que volveremos pronto. Muy pronto.
Si por algo se ha caracterizado el Festival de Jazz de Granada, a lo largo de su ya larguísima trayectoria, es por haber permitido que los mejores músicos del mundo tocaran en la ciudad nazarí. La nómina de artistas que han pasado por los distintos escenarios de nuestra ciudad daría para escribir la más completa antología del mejor jazz de final del siglo XX y principios del XXI.
Y la edición de este año, a pesar de todos los pesares y de los brutales recortes realizados en Cultura, no ha sido una excepción. Menos conciertos, menos detalles para los abonados, más concentración. Pero la misma calidad. O mejor. Porque ha sido un privilegio, además de escuchar al saxofonista cubano, haber tenido la ocasión de rememorar el legado de Miles Davis gracias a esa banda que fue “Miles Smiles”, de seguir las huellas mestizas de Jorge Pardo o de extasiarnos con el potencial de la trompeta de Roy Hargrove y sus imposibles Adidas trajeadas pateando el patio de butacas de un Isabel la Católica abarrotado en cada concierto.
Pero si hubo dos joyas, dos diamantes, dos conciertos para el recuerdo en esta 33 edición del Festival de Jazz, fueron los protagonizados por el trío de Vijay Iyer y el dúo conformado por Omar Sosa y Paolo Fresu.
No fue fácil el concierto del pianista norteamericano de ascendencia tamil. Aunque comenzó de forma abrasadora con uno de los temas de su último trabajo, “Accelerando”, pronto se deslizó por paisajes sonoros más sosegados, técnicamente complejísimos y sin una concesión o alarde que enardeciera al público. ¡Y mira que podía, como demostró en la arrolladora segunda parte de un concierto impecablemente engarzado, con versión del “Human nature” de Michael Jackson incluida!
Y nos quedan Sosa y Fresu. O Fresu y Sosa. Lo suyo sí fue un alarde y un prodigio, de principio a fin. Una actuación musical que también fue una interpretación teatral, casi una ceremonia en la que desnudaron esa “Alma” que da nombre al disco que presentaron en directo. Ética y estética musical en las que el minimalismo más despojado convive, a la perfección, con la exuberancia gestual de dos auténticos monstruos cuyos escorzos y paseos por el escenario desembocaron en una aclamada comunión con el público cuando bajaron a la platea y saludaron al respetable que, entregado, les regaló una de esas ovaciones que conmueven al Teatro Isabel la Católica.
Gracias a la Oficina Técnica del Festival de Jazz, a las instituciones y empresas y a los técnicos de luces y sonido y personal de sala que han hecho posible, un año más, que el milagro se haya producido.