Comer negativo

Cuando las fuerzas flaquean y los problemas, dificultades y sinsabores amenazan con aplastarnos, Gustavo Gómez y yo nos preguntamos que quién nos mandaría meternos en un embolado como Granada Noir. Cuando nos hacemos esa pregunta -muy parecida al “¿qué hago yo aquí?” de cualquier viajero que se precie, en mitad de un periplo tan apasionante como complicado- necesitamos tener respuestas que le den sentido a todo esto.

A lo largo de las tres ediciones anteriores del festival nos hemos ido cargando de razones para seguir adelante: cultura, diversión, amistad, producciones propias, promoción de la ciudad y de los autores granadinos y andaluces y un largo etcétera. A todo ello tenemos que sumar el encuentro del pasado lunes en torno a Juan Ferreras, en el Palacio de los Condes de Gabia de la Diputación.

Fue una idea de Gustavo: como queríamos dedicar una jornada al fotoperiodismo, era obligado que el gran protagonista fuera él, Juan Ferreras, memoria viva de una época tan compleja y contradictoria como la de la Transición. Gustavo y Juan se han pasado meses preparando esa intervención, que incluía dos montajes audiovisuales inéditos con el trabajo de Ferreras.

Fue mágica la reunión del lunes, con una decena larga de los fotoperiodistas granadinos arropando a Juan Ferreras y escuchando sus palabras, siempre cálidas y afectuosas, emocionantes… y reivindicativas.

Me harté de tomar notas, que Juan no dejaba de soltar perlas de sabiduría basadas en la memoria, la experiencia y el compromiso personal con una causa, la del comunismo; y una profesión, la del fotógrafo de prensa. Contó anécdotas sobre diferentes sucesos que conmocionaron a la sociedad granadina y no dejó de apelar a uno de los conceptos que han guiado sus pasos: la ética. Profesional y personal, que siempre deberían ir de la mano.

De lo mucho y bueno que contó Juan, me quedo con la historia de la foto que nunca vendió, aunque le ofrecieron mucha, muchísima pasta por ella. Era la foto de una persona muerta que hubiera abierto las portadas de todos los periódicos de España. Una foto que, todavía hoy, nadie ha visto.

Le ofrecieron mucho dinero, efectivamente, “pero es que yo comía con el negativo que tenía por allí”, explicó Ferreras, hablando de un tiempo en que la pasión por el trabajo era lo suficientemente nutritiva como para no dejarse tentar por los cantos de sirena.

Jesús Lens

Western Noir en Mongolia

Uno de los temas sobre los que tenemos que reflexionar en los próximos meses, largo y tendido, es ese Western-Noir sobre el que hemos ido dejando apuntes en esta sección a medida que hablábamos de películas como “Comanchería” o las dos entregas de “Sicario”, de series como “Ozark”, de cómics como “Scalped” o de novelas como “Bull Mountain”.

Para mí, que soy un mordido tanto por el género negro como por el western, esta fusión entre ambos universos me parece magnífica y estoy convencido de que seguirá deparándonos obras excitantes y portentosas.

Por ejemplo, “Yeruldelgger. Tiempos salvajes”, la segunda entrega de las aventuras del singular policía mongol publicada por Salamandra Black y de la que es autor el francés Ian Manook, cuya participación en la inminente cuarta edición de Granada Noir se aguarda con enorme interés y altísima expectación.

Hace unos meses escribía lo siguiente sobre la primera aventura del singular personaje: “ese gran Yeruldelgger ocupa desde ya un lugar preeminente en mi galería de personajes favoritos del noir, junto a Sam Spade, Philip Marlowe, Pepe Carvalho o Kostas Jaritos». Y eso es mucho decir… (Leer aquí esa reseña)

Me gustó mucho “Yeruldelgger. Muertos en la estepa”, con sus contrastes entre la Mongolia ancestral y espiritual que pervive en las estepas y la brutal voracidad del capitalismo más depredador, enseñoreado en Ulan Bator, la capital del país, sometida a un brutal proceso de acelerada transformación.

Una vez leída la continuación de aquella historia, les confieso que “Yeruldelgger. Tiempos salvajes”, me ha gustado más aún. Por varias razones. La primera, como pasa con las buenas sagas, porque ya les tienes cariño a los personajes, te resultan familiares y cercanos y vives con más intensidad sus aventuras, zozobras y ansiedades.

Me ha impresionado el uso que Ian Manook hace del tiempo atmosférico como algo clave en la narración. “Tiempos salvajes” transcurre durante un fenómeno climático llamado Dzud, que se produce de forma cíclica en la estepa mongola. Se caracteriza por un invierno con temperaturas extremas tras un verano muy seco, lo que provoca la muerte de miles de cabezas de ganado por hambre o frío y obliga a los personajes a tratar de no congelarse durante buena parte de la narración.

El villano de la función, el archienemigo de Yeruldelgger, también resulta más amenazante en esta entrega de la saga mongola. Como ya le conocemos y sabemos de qué atrocidades es capaz, su aliento se siente desde el principio de la narración, convirtiéndose en una ominosa presencia constante que, de forma velada e invisible, condiciona la vida de los protagonistas. Además, la aparición en escena de otro de esos personajes bigger than life, más grandes que la vida, introduce una variable nueva en la obra de Manook: el espionaje.

Si podemos describir a “Yeruldelgger. Tiempos salvajes” como un Western-Noir que, sobre todo en su desenlace, convierte las blancas y gélidas llanuras de una Mongolia helada en un trasunto de “Las aventuras de Jeremiah Johnson” o de la mismísima “El renacido”; la aparición en escena de los servicios secretos del país asiático le confiere una fascinante dimensión a lo John le Carré.

Directamente vinculado con ello está la ampliación de escenarios que propicia la trama: parte de la novela transcurre en Europa, con el puerto de Le Havre como escenario principal, dado que el comercio clandestino y tráfico de seres humanos tiene gran importancia en la historia. Y es que Manook escribe sobre algunos de los temas más candentes de la actualidad informativa global…

Para el final he dejado a Yeruldelgger, el protagonista principal de la saga. Para describirle, le cedo la palabra a Margarita Buet, la presidenta de la Alianza Francesa de Granada, quien ha devorado las dos novelas de Manook este verano y que será la persona que dialogue con él durante su presentación en Granada Noir. Para Margarita, en clave positiva, está el fuerte contraste entre la brutalidad que se exhibe en algunos pasajes de la narración y otros en los que hay descripciones de auténtica belleza, fruto de la mirada de un gran observador y conocedor de la naturaleza. Y es la relación entre la brutalidad del ser humano y ese remanso de paz y belleza que brinda la naturaleza lo que permite que el libro sea de más fácil lectura.

Porque Yeruldelgger es un tipo que comulga con la naturaleza y con las ancestrales fuerzas espirituales de la estepa, pero cuando le ponen a prueba y le presionan en demasía, puede convertirse en una bestia desencadenada. Entre medias, está su cariño por la Alianza Francesa, el lugar en que ha estudiado y se ha formado intelectualmente y que le conecta con la gran cultura universal. La Alianza Francesa de Ulan Bator es el espacio que conecta las diversas facetas de su personalidad y termina de conformarle como ser humano completo, como ciudadano del mundo. El que permite a Yeruldelgger vivir con un pie en el Séptimo Monasterio o en el corazón de la estepa y otro en los grandes clásicos de la literatura y el pensamiento enciclopédico franceses. En las manos, eso sí, un rifle con mira telescópica y una pistola: la convivencia entre la pluma y la espada caracterizan a uno de los grandes personajes del Noir contemporáneo.

Jesús Lens

Muertos en la estepa

“Yeruldelgger observaba el objeto sin entender. Al principio, había mirado, incrédulo, la inmensidad de las estepas de Delgerkhann. Unas estepas que lo rodeaban como océanos de hierbajos que el viento agitaba con un oleaje irisado”.

Estamos, como bien habrá deducido el atento lector, en mitad de la Mongolia profunda y a Yeruldelgger le acompaña el patriarca de una familia nómada, ataviado con la ropa tradicional de la estepa: un deel raído de tela verde satinada con bordados amarillos, unas botas de montar de piel y, la cabeza, tocada con sombrero puntiagudo.

Volvamos a ponernos en la piel del protagonista: “Durante un buen rato, en silencio, había procurado convencerse a sí mismo de que estaba de verdad en aquel lugar, y sí, de verdad estaba allí. En medio de extensiones infinitas…”.

Ian Manook, autor de “Yeruldelgger, muertos en la estepa”, publicada por la imprescindible colección Black de la editorial Salamandra, describe con tanta fuerza y pasión el paisaje donde se encuentra el protagonista que el lector se siente inmediatamente transportado al corazón de Mongolia, notando cómo el viento le golpea en el rostro a la vez que agita la hierba junto a sus pies.

Avanza la narración y Yeruldelgger conversa con los miembros de la familia, que confiesan haber enterrado un cadáver recién encontrado junto a su yurta, la tienda tradicional mongola.

—¿Para qué lo han enterrado?— pregunta el protagonista.

— Para no contaminar el escenario del crimen.

—¡Para no contaminar el escenario del crimen! Pero, ¿de dónde han sacado esa idea?

—De “CSI: Miami”…

Efectivamente, a los nómadas de “Yeruldelgger, muertos en la estepa” les encanta “CSI: Miami” y Horacio, el jefe, siempre recomienda no contaminar el escenario del crimen.

El bueno de Yeruldelgger, un poli duro que viene de Ulán Bator, la capital mongola, y que creía haberlo visto todo en su trayectoria profesional, se queda lógicamente pasmado. Pero no tarda en reaccionar, sacando su iPhone para hacer fotos del escenario de un crimen atroz, dado que la persona muerta es una niña pequeña a la que habían enterrado con su triciclo y todo.

Y lo peor es que esa mañana, Yeruldelgger se había desayunado con un triple asesinato: tres cadáveres hechos picadillo en las oficinas de administración de una empresa china situada en los suburbios de Ulán Bator.

Efectivamente, ese gran Yeruldelgger ocupa desde ya un lugar preeminente en mi galería de personajes favoritos del noir, junto a Sam Spade, Philip Marlowe, Pepe Carvalho o Kostas Jaritos. Porque esto que les he contado ocurre en las cuatro o cinco primeras páginas de un novelón de cerca de 500, lo que es buena muestra de la titánica y portentosa narración que vamos a afrontar.

Más allá de la parte jocosa provocada por la globalización del siglo XXI, uno de los puntos fuertes de la novela de Ian Manook es la relación establecida entre tradición y modernidad, entre el culto a la tierra y a la naturaleza, a los dioses antiguos; y el desarrollo desenfrenado y el culto al crecimiento acelerado, a la jungla de asfalto, al dinero.

Porque Mongolia es un país en plena transformación donde las yurtas tradicionales se ven desplazadas por los edificios de acero y cristal. Una transformación que conlleva tensiones sociales, que provoca bolsas de pobreza y miseria a la vez que los nuevos ricos campan a sus anchas. Mongolia también está sometida a las tensiones nacionalistas, producto del neocolonialismo provocado por las economías china y coreana.

Una sociedad que empieza a alcanzar el punto de ebullición y en la que la aparición de los cadáveres antes señalados precipita los acontecimientos: dos investigaciones en paralelo que implican a diversos estamentos policiales, con Yeruldelgger como vértice sobre el que ambas pivotan. Porque es un perro viejo, un poli veterano… y tiene un genio y un carácter de todos los demonios. Bocazas, irascible y con un punto violento, Yeruldelgger podría ser un personaje de James Ellroy, en esa LA tensionada por los conflictos raciales.

A través de sendas investigaciones policiales, en las que también participan Solongo, una veterana forense, y la lenguaraz inspectora Oyun; Ian Manook nos irá mostrando los entresijos de la sociedad mongola, haciéndonos descubrir un país del que los lectores occidentales apenas sabemos nada. Yeruldelgger será nuestros ojos. Unos ojos cultivados en una institución a la que el veterano poli muestra auténtica adoración: la Alianza Francesa, donde se ha formado como estudiante y como lector y a cuya sede en Ulán Bator acude siempre que tiene que resolver alguna duda enciclopédica.

Y lo mejor de “Yeruldelgger, muertos en la estepa” es que, tras un final apoteósico y espectacular que deja un estupendo sabor de boca, llega “Yeruldelgger. Tiempos salvajes”, recién publicada en España por Salamandra Black y en la que Ian Manook nos sigue descubriendo los entresijos de un país fascinante y al que ya estoy loco por ir de viaje.

¿Quién se viene? La primera estación, en su librería más cercana…

Jesús Lens

Con el mazo dando

Conocí a la jueza y escritora Graziella Moreno en el festival Las Casas Ahorcadas de Cuenca y me encantó escucharla hablar sobre su doble faceta, la jurídica y la literaria, a los chavales de diferentes institutos conquenses. Posteriormente, en una mesa redonda sobre el tema de la corrupción, estuvo igualmente brillante.

Así las cosas, compré su novela más reciente, “Flor seca”, publicada por la imprescindible editorial Alrevés y empecé a leerla con los dedos cruzados, deseando que me gustara.

Y aquí estamos, un par de semanas después, comentando lo muy interesante que me ha parecido la historia protagonizada por Sofía, jueza de un pueblo cercano a Barcelona que se enfrenta a la instrucción de un caso especialmente violento y sanguinario: el asesinato de una mujer a la que han destrozado la cara a golpes, con tanta saña que la han dejado irreconocible.

La investigación corre a cargo de dos jóvenes mossos d’esquadra, Anna y Víctor. Y tenemos a Rivas, un policía nacional muy amigo de Sofía al que encargan una investigación muy, muy especial.

A través de estos personajes, Graziella Moreno traza un fresco de la sociedad contemporánea rabiosamente actual y sustentando, en primer lugar, en el preciso conocimiento de autora sobre el funcionamiento de los juzgados de instrucción y las relaciones entre jueces, fiscales, abogados, funcionarios, forenses y los diferentes cuerpos de seguridad del estado.

Hay autores de género negro que se tienen que documentar profusamente para escribir la parte procedural de sus novelas y que resulten creíbles. Esa parte, Graziella la tiene convalidada. Y se nota que sabe bien de lo que habla, desde las primeras páginas de “Flor seca”: diálogos, sensaciones y situaciones a las que se enfrentan los personajes; narrados con absoluta naturalidad, sin necesidad de aspavientos o alardes enfáticos.

Y sus relaciones, tan complejas y contradictorias. Por aquello de las jerarquías y, sobre todo, por la naturaleza humana, que nos hace tan diferentes a unos y a otros. Por ejemplo, me encanta el fiscal del juzgado de Sofía. Me encanta que sea un petimetre presuntuoso, creído y pagado de sí mismo. Y me encanta cómo lidia la jueza con él.

Una de las cosas que más me gustaron de la intervención de Graziella en Las Casas Ahorcadas fue su reflexión sobre la corrupción, ese mal que nos trae a maltraer. Mal endémico, iba a escribir. Pero no hubiera sido justo. Ni cierto. Porque la corrupción aqueja a la sociedad desde que el hombre es hombre: no hay más que darse un paseo por la antigua Roma, por ejemplo, para saber lo que era comprar voluntades. O un garbeo por la novela negra norteamericana, desde los inicios del género. ¿Recuerdan que a la ciudad en que transcurría “Cosecha roja”, la novela fundacional de Hammett, se la conocía como Poisonville? La ciudad del veneno, corroída hasta los tuétanos por la corrupción…

No. La corrupción no es un mal endémico español ni, como nuestra historia reciente se ha encargado de demostrar, privativa de un partido político concreto o una ideología determinada. Ni de una cierta casta…

La corrupción tampoco es algo espectacular, enorme o desmesurado. Al menos, al principio. Los Jaguar en el garaje y las ayudas multimillonarias a empresas en crisis, tardan en llegar. En sus inicios, las cosas son más sencillas, más simples. Más cutres, también: unas buenas entradas para el partido del año, unos excelentes vinos de añadas imposibles, una mesa reservada en ese restaurante en el que hay lista de espera, el último modelo del teléfono de moda…

De todo ello nos habla Graziella en “Flor seca”. Porque la investigación del asesinato de la mujer muerta al comienzo de la novela tiene varias ramificaciones. Y una de ellas conduce, directamente, a la corrupción más obscena y rampante.

La autora no necesita inventar abstrusas y complicadas tramas para mantener enganchado al lector. Y es que la realidad cotidiana ya nos ofrece abundantes dosis de veneno y ponzoña como para tener que acudir a la ficción. La violencia de género, por ejemplo, igualmente presente en “Flor seca”. La más brutal y salvaje, pero también esa otra menos visible, la que se justifica en la pasión del amor.

Y un tema apasionante: los tatuajes. La simbología concreta de los que lucen algunos protagonistas de la novela, importante en la trama, pero también como nueva costumbre social, ampliamente generalizada.

Por todo ello, si les gustan las novelas realistas y apegadas a lo que pasa en la calle, lean “Flor seca”, de Graziella Moreno, una jueza con pasión por la escritura. Tanta que quiso ser periodista, aunque el Derecho se le cruzara por medio. Una jueza que, además de escribir, también lee. Y ve buenas películas y series de televisión. Y que tiene un enorme sentido del humor. Una autora de fiar, por tanto.

Jesús Lens

Colgado de Cuenca

Sergio Vera acaba de comprometer a Víctor del Árbol, Martín Olmos y Carlos Bassas, en la Mesa-Taller sobre frases lapidarias del festival Las Casas Ahorcadas. Les ha comprometido muy seriamente, desafiándoles a que cada uno de ellos escriba su epitafio. Así a botepronto. Sin previo aviso. A traición. Ha sido el segundo desafío de una velada espectacular en la que el crimonólogo Vicente Garrido ha trazado un perfil psicológico para nosotros, a modo de ejercicio práctico, sobre un caso real y muy mediático.

Los tres comprometidos

Es lo que tiene Las Casas Ahorcadas: originalidad. Y punch, fuerza y creatividad. Un festival creado a imagen y semejanza de su ideólogo e impulsor: Sergio Vera, un tipazo sin igual que se merece un monumento en algún callejón sucio y oscuro de Cuenca.

Las Casas Ahorcadas es un festival literario nacido al calor del club de lectura que, con el mismo nombre, ya tiene a cerca de sesenta miembros, entusiastas y participativos. Lectores para quienes este festival es la culminación de un año de lecturas, análisis, tertulias y encuentros con escritores que, en Cuenca, se encuentran como en casa.

Un festival que, como el otro gran pionero, Pamplona Negra, combina una calidad cultural excelsa con el show y el espectáculo, invitando a los participantes a que vayan más allá de las presentaciones al uso, desafiándoles a que innoven y traigan intervenciones nuevas, originales y diferentes.

Desde Granada Noir hemos presentado dos propuestas: una charla sobre los cócteles del género negro, que hicimos a la una de la madrugada en la Ronería de La Habana, entre Gimlets, Old fashioned y Rusos Blancos; y un recorrido musical por diferentes bandas sonoras de la historia del cine policíaco. Un viaje en el tiempo, apasionante, que nos condujo de Al Johnson y “El cantor de jazz” a “Sicario” y “Comanchería, combinando palabra, música e imagen gracias al talento de Sonia Moreno, de Acento.

Se lo decía a Sergio: de mayor, Granada Noir quiere ser como Las Casas Ahorcadas. Y lo primero que vamos a hacer es poner en marcha un club de lectura y cine, muy negro y muy criminal. Si algo me han enseñado estos cuatro días en Cuenca es que los festivales han de ser para y por los lectores y los espectadores. Los que ya lo son y los que están por venir. ¡Manos arriba, quienes se apunten!

Jesús Lens