El pasado jueves, cuando se encendieron las luces del salón de actos del Palacio de los Condes de Gabia, había un montón de gente secándose las lágrimas de los ojos. Y cuando digo un montón quiero decir un montonazo: el documental de Isabel Martínez Reverte sobre la maleta de Penón nos había conmovido y afectado hasta lo más hondo. Y de ello hablo hoy domingo en IDEAL.
Búsquenlo en A la carta de RTVE. Está a su disposición. Pero ya conocen ustedes una de mis máximas: no es lo mismo ver una película que ir al cine. Y en la oscuridad de la sala, con decenas de personas en silencio sepulcral, volver a recordar la historia de Marta Osorio, Agustín Penón y su investigación sobre la muerte de Lorca en la Granada de los cincuenta, nos taladró hasta el tuétano a todos los que tuvimos el privilegio de disfrutar de una de las jornadas más emocionantes de Granada Noir.
La presencia de la propia Isabel, del realizador Manuel Guerra y del poeta Juan de Loxa, amigo personal de Marta Osorio, le confirió al acto una emotividad muy especial. Máxime porque en la sala, además de Fátima Gómez, la diputada de cultura de Granada, estaban Virginia, íntima amiga de Marta, que la acompañó hasta que falleció el pasado agosto; uno de sus hermanos y un sobrino.
A Marta Osorio, depositaria de la maleta de Penón y la persona que escribió el libro que Agustín nunca pudo culminar, no le gustaba la palabra homenaje. Por eso, lo que hizo Granada Noir fue recordarla. Con respeto, cariño, emoción y admiración.
Además, esa velada tan especial, permitió que la Diputación y la familia más cercana de Marta pudieran hablar de forma amable, cordial y distendida sobre el legado de Marta. Estamos seguros que el material recopilado por Agustín Penón en aquella Granada oscura de los cincuenta y que Marta custodió con tanto celo como cariño, encontrará acomodo en la casa de Lorca de Fuente Vaqueros, y se convertirá en lugar de peregrinación para la Cofradía de Penón-Osorio.
Una cofradía que le deberemos, cuando surja, a una persona que este año se ha convertido en uno de los tipos más importantes de mi vida y gracias al que organizamos la velada del pasado jueves en Granada Noir: Enrique Bonet, cuyo libro “La araña del olvido” está en el origen de todo esto y del que tanto hablamos en este artículo.
¿Conocen ustedes el origen etimológico de la palabra club? Si mis fuentes no me fallan y he hecho una correcta búsqueda en Internet, el término original en inglés se traduciría como “garrote”, esa especie de bastón que, más delgado por la parte del mango y bien grueso en el extremo, se utilizaba para golpear en la cabeza a una persona.
Y, miren que les diga, que si esa definición no es exacta, me da igual. Porque me encanta. En primer lugar, explicaría el fenómeno hooligan de determinados aficionados al fútbol. Pero es que, además, representa lo que debería suponer ser miembro de un club, dando igual si es deportivo, cultural o social.
Hacerse miembro de un club supone movimiento y acción. Voluntariedad. Decisión. Y compromiso. De ir a las reuniones, de participar en la toma de decisiones, de pagar las cuotas. Y, sobre todo, uno se apunta a un club para relacionarse, compartir aficiones y experiencias y colaborar en la consecución de un fin común. Para sacudir las neuronas, en una palabra.
Y los clubes de lectura son la quintaesencia de esa actitud agitaneuronas. Porque escribir y leer son procesos eminentemente solitarios. Actividades individuales que absorben mucho tiempo y que, sin embargo, piden a voces ser compartidas.
Con el auge de las redes sociales, cada vez hay más vías para compartir la experiencia lectora. En ese sentido, no hay más que ver la importancia creciente de los Booktubers, como prescriptores de lecturas y autores. ¡Menudo concepto, por cierto, el de prescriptores!
Pero no hay red social comparable a juntarse, un grupo de personas, y hablar cara a cara mirándose a los ojos y viéndose gesticular, mientras comentan un libro o un tebeo recientemente leído. De ahí la importancia de esos clubes de lectura que permiten socializar en torno a la lectura.
Conscientes del trascendental papel que desempeñan, Granada Noir ha posibilitado que hasta cinco clubes charlen con autores invitados al festival, para que los lectores puedan intercambiar opiniones con ellos y profundizar en el proceso de creación literaria. Los clubes de las bibliotecas municipales de los ayuntamientos de Granada y Vegas del Genil, los de las librerías Ubú y Agapea y el club Sueca, están disfrutando estos días de la presencia de Andrés Pérez Domínguez, Toni Hill, Juan Ramón Biedma, Empar Fernández y Beatriz Rodríguez. ¡Un lujazo para todos!
Coinciden en cartelera dos películas extraordinarias, policíacas, españolas y más negras que el carbón. Dos películas que han conquistado al público y a la crítica en los exigentes y prestigiosos Festivales de Venecia y San Sebastián. Dos películas que acreditan el extraordinario momento que atraviesa el cine Noir en nuestro país y de las que hablo hoy en El Rincón Oscuro de IDEAL.
Son dos películas, además, de factura y temáticamente radicalmente distintas. Por un lado, “El hombre de las mil caras”, de Alberto Rodríguez, artífice de la memorable “La isla mínima” y en cuya producción también ha participado José Sánchez-Montes y la granadina Sacromonte Films. Escuchen aquí, por cierto, el programa de radio que hicimos sobre Alberto Rodríguez Javier Márquez, Juan Ramón Biedma y un servidor. No es por nada, pero nos ha quedado la mar de bien…
Por otro, “Tarde para la ira”, el inesperado y sorprendente debut tras las cámaras de un Raul Arévalo que, además de ser un excelente actor, apunta maneras para convertirse en un cineasta total y al que auguramos una exitosa carrera, también, detrás de las cámaras.
“El hombre de las mil caras” es una película para ver con calma, sosiego y detenimiento. Se trata de una cinta de espías al estilo clásico en la que apenas se ve una pistola, un mal gesto o una sacudida de violencia. Un filme en que los seguimientos y las persecuciones nada tienen que ver con el cine de acción norteamericano al que estamos acostumbrados.
Una película con un diseño de producción exquisito en que Madrid, París, Singapur o Suiza lucen en pantalla con un esplendor y una minuciosidad en los detalles a los que no estamos acostumbrados en el cine español. “El hombre de las mil caras” cuenta la historia de un personaje que, si no hubiera existido en la realidad, habría que creado: Francisco Paesa. Un Francisco Paesa que, vivito y coleando, aprovechó el estreno de la película para conceder una de sus maravillosas y enigmáticas entrevistas. La vida de Paesa es tan desaforada que Alberto Rodríguez se ha centrado, exclusivamente, en el célebre episodio de la huida, paso a la clandestinidad y entrega de Roldán, un personaje que hubiera encajado como un guante en los tebeos de Ibáñez y que, sin embargo, fue director de la Guardia Civil y casi, casi Ministro del Interior del gobierno socialista.
“El hombre de las mil caras” es una lección de cine, desde el primer fotograma hasta el último. Y un recital interpretativo de un Eduard Fernández llamado a ganar todos los premios del año por su medida y memorable interpretación, perfectamente secundado por Carlos Santos y por un José Coronado que, por fin, cambia de registro. Sin dejar de ser él mismo, por supuesto…
Y también hay que ir al cine a ver “Tarde para la ira”, por supuesto. Una película seca y áspera como la lija. Una película que te golpea como un zurdazo de Muhammad Ali, dejándote noqueado en la butaca del cine.
Un atraco frustrado a una joyería. Huyen los ladrones. El conductor que esperaba fuera tiene un accidente y es detenido por la policía. Pasa el tiempo. Cambio de escenario. Un bar de barrio. Un cliente serio, callado y taciturno. Los dueños, una pareja joven y optimista cuya hija va a hacer la comunión. Y la camarera, familia suya. Una camarera seca, consumida y hastiada por la vida que, cuando termina su turno tras la barra y sirviendo la terraza, va a la cárcel a visitar a su marido, en el bis a bis.
Con esos mimbres, que Arévalo cuenta en los cinco primeros impresionantes minutos de la película, están presentados todos los personajes y algunos de los escenarios en los que transcurrirá “Tarde para la ira”. A partir de ahí, una durísima historia de venganza y redención en la que las explosiones de violencia, secas y absolutamente carentes de cualquier pirotecnia, dejan boquiabierto al espectador.
Interpretada por un austero y contenido Antonio de la Torre, la ópera prima de Raúl Arévalo oscila entre el Noir urbano contemporáneo y un cine negro rural que recuerda, por momentos, a la violencia mostrada por Saura en “La caza” o, posteriormente, en “El séptimo día”, en que recrea la matanza de Puerto Hurraco.
“El hombre de las mil caras” y “Tarde para la ira”, dos películas excelentes y de una factura técnica impecable. Dos ejemplos de las múltiples facetas que puede mostrar el Noir, con personajes, tramas, paisajes y situaciones radicalmente diferentes, pero que sirven para completar el mosaico del mejor cine español contemporáneo.
¿Ven al tipo de la foto que firma estas líneas? ¿Ven la camiseta que luce? Es la camiseta de Granada Noir, el festival que ha montado junto a Gustavo Gómez, otro apasionado de las letras, y cuya segunda edición… ¡arranca hoy!
A las seis, en la biblioteca de las Palomas, pistoletazo de salida a decenas de actividades, charlas, tertulias, proyecciones de películas, concursos literarios y un larguísimo etcétera. En Granada Noir habrá cine. Y libros, cómics, documentales, fotografía, gastronomía… ¡y música!
Esta tarde, por ejemplo, entre las 8 y las 9, el Zaidín arderá gracias a Befunkbop y su groove callejero más incendiario, recorriendo las Avenidas de Cádiz y de Dílar, las Fuentes y… bueno, ya les escucharán. Y se dejarán llevar.
-¿Para qué te metes en nada, chiquillo?- me dicen algunos amigos, que estos días me encuentran cansado y ojeroso. -¿Es que no tienes suficiente con todo lo que ya llevas adelante?
Y razón no les falta. Pero déjenme que les cuente un secreto: Gustavo y yo nos hemos lanzado a esta locura porque creemos en una cultura popular, abierta y accesible a todo el mundo. Una cultura que salga a la calle y que, gracias a Cervezas Alhambra, entre en los bares de Granada. Una cultura participativa en que todos ustedes puedan escribir sus relatos, tuitear, colgar fotos o tomarse una caña y charlar con un puñado de extraordinarios escritores.
No es fácil movilizar a cerca de cien literatos, cineastas, guionistas, dibujantes, científicos, músicos, libreros, editores, cocineros, etcétera, etcétera. Pero cuando algo te apasiona, quieres que todo el mundo comparta ese fuego que te abrasa y que la gente descubra ese género que a ti te arrebata.
Pasión. Eso es lo que Gustavo y yo ponemos en Granada Noir. Y trabajo, tiempo, esfuerzo y dedicación. Pero sobre todo, pasión. E ilusión. Y lo mejor es haber encontrado cómplices incondicionales y cooperadores necesarios en este camino. Personas, empresas e instituciones que confían en nosotros. ¡Qué importante, sentir su aliento y su apoyo!
Hoy, lunes, 3 de octubre, comienza GRN2. En la web del festival www.granadanoir.com tienen la agenda de actividades y toda la información necesaria para disfrutar de una semana repleta de actividades.
Granada Noir es nuestra locura, sí. Pero, llegados a este punto… ¡déjense seducir por el lado oscuro de la Fuerza y vénganse con nosotros!
No hay un caso más y mejor terminado que el de Hannibal Lecter para comprobar hasta qué punto pueden llegar a retroalimentarse el cine, la literatura y la televisión a la hora de crear uno de los iconos más salvajemente fascinantes de la cultura popular contemporánea.
Empecemos por señalar que el célebre y sofisticado psiquiatra antropófago nació como personaje secundario en una de las primeras novelas del escritor Thomas Harris, “El dragón rojo”, publicada en 1981 y en la que se cuenta la historia de Will Graham, un detective retirado que ayuda al FBI en la captura de un asesino en serie apodado por la prensa como el Duende Dientudo. En esta novela, Lecter, gracias a su inteligencia, termina quedando por encima del resto de personajes, tanto de los malos como de los buenos, ganándose el aprecio de los lectores.
“El dragón rojo” fue adaptada al cine, en 1986, por un director de la talla de Michael Mann, lo que permitió al autor dedicarse exclusivamente a la literatura, sin prisas ni agobios económicos. Y así llegamos a 1988, año de la publicación de “El silencio de los corderos”, su novela más famosa y conocida y en la que Hannibal Lecter se convierte, por fin, en el protagonista absoluto. Y es que el personaje, basado en el Dr. Salazar, un sádico médico condenado a 20 años de prisión y al que Harris entrevistó en prisión en su etapa como periodista; tenía una fuerza arrolladora.
Tanta que, en la célebre adaptación cinematográfica realizada por Jonathan Demme en 1991, el doctor Lecter, brillantemente interpretado por Anthony Hopkins, solo necesitaba aparecer en pantalla quince minutos para que su presencia se hiciera perceptible durante las dos horas largas de metraje de una película que cambió la historia del cine negro y criminal.
Y es que se celebran ahora veinticinco años de un estreno que, protagonizado por un cruel caníbal asesino en serie, no solo consiguió fascinar a los espectadores de todo el mundo y ganarse el favor del público, sino que se alzó con los cinco Oscar más importantes del año: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guion Adaptado, Mejor Actriz y Mejor Actor. ¡Ahí es nada!
Tras el espectacular éxito de “El silencio de los corderos”, todo el mundo quería más Lecter. Tanto los lectores de las novelas como los espectadores de los cinco continentes ardían por saber cómo continuaba la historia de Hannibal y de la agente Clarice Sterling.
Harris, fiel a su costumbre, se lo tomó con calma. De hecho, allá por 1994, el director de “El silencio de los corderos” confesó a la prensa que Harris, un tipo esquivo y huidizo del que apenas existen fotografías y que, por supuesto, jamás comparece ante los medios de comunicación; le había dicho que él veía a Lecter paseando por la vieja Europa, por las calles de Florencia o Múnich, deteniéndose en las tiendas de los viejos anticuarios y comiendo en los restaurantes más selectos.
Mientras Harris escribía la novela, el productor Dino de Laurentiis, que era el dueño de los derechos del personaje de Lecter y los había cedido gratis a otra productora para que hiciera “El silencio de los corderos” (decisión de la que siempre se arrepintió) negociaba con Jonathan Demme, Anthony Hopkins y Jodie Foster el importe de sus contratos, de cara a su ansiada secuela, en un intento de repetir el mismo éxito comercial y de crítica de la anterior película.
Primavera de 1999. Tirada de 1,6 millones de ejemplares de “Hannibal”, título con el que Harris lanzó al mercado una novela escrita, en realidad, para ser llevada al cine. Éxito total y apoteósico. Primera edición agotada y millones de libros más en imprenta, que se seguirían vendiendo como churros. Pero entonces llegaron los primeros problemas: Jonathan Demme, horrorizado por lo violento y sádico de “Hannibal”, se descolgaba del proyecto. Malas lenguas dijeron que, en realidad, lo que le angustiaba era el pánico a no estar a la altura de su película anterior.
Poco después, el oscarizado guionista que había adaptado “El silencio de los corderos”, también se bajaba del barco, igualmente asqueado por lo salvaje de la novela. Y, por fin, fue Jodie Foster la que dijo que no a “Hannibal”, siendo sustituida por Julianne Moore. El resultado final, dirigido por Ridley Scott y estrenado en 2001, fue una película interesante que, sin embargo, no alcanza en ningún momento la grandeza de su predecesora.
Pese a que “Hannibal” no repitió, ni de lejos, el éxito comercial de “El silencio de los corderos”, De Laurentiis estaba empeñado en seguir explotando el personaje de Lecter y pensó en una precuela que contara los orígenes del sádico doctor y su gusto por la carne humana. Thomas Harris no quería saber nada de ello, pero ante la perspectiva de que el proyecto cayera en unas manos inadecuadas, se decidió a escribir “Hannibal: el origen del mal”, que vio la luz como novela en 2006 y como película, apenas unos meses después, en 2007, lo que habla bien a las claras del objetivo perseguido con esta operación más crematística que creativa.
La película, que no tuvo gran aceptación ni por parte de la crítica ni del público, serenó los ánimos de un De Laurentiis que falleció en 2010. Sin embargo, su mujer, dueña de los derechos de la compañía y del personaje de Lecter, decidió aprovechar el tirón y el predicamento de las series de televisión para alumbrar “Hannibal”, uno de los seriales más barrocos, malsanos y abigarrados de la historia más reciente de la televisión.
Tres temporadas ha durado en la pequeña pantalla la historia de Will Graham, Lecter y Crawford. Pero pueden ser más. Porque su cancelación no fue bien acogida por un público devoto y los rumores de una posible resurrección de la serie son una constante en los foros de Internet.
¿Y a quién puede extrañar, dado lo fascinante de un personaje mítico en los últimos veinticinco años de la cultura popular estadounidense? Un cumpleaños que el Festival Granada Noir celebra por todo lo alto, en su segunda edición, del 3 al 8 de octubre próximos.