Inocentes, pero no santos

Sí. Hoy es el Día de los Inocentes. 28 de diciembre. He pasado mucho tiempo tratando de elegir a qué inocentes dedicar este artículo. La primera opción era hablar sobre los niños. Por desgracia, son tantos los que sufren y lo pasan mal, lejos y no tan lejos… Pero no quiero amargarles la Navidad.

Entonces me acordé de esa gente que, cuando acaece alguna catástrofe o barbaridad en países como Siria, Irak, Afganistán; se echan las manos a la cabeza, virtualmente hablando, y critican que los medios de comunicación no les prestan atención suficiente. Y de ello hablo hoy en IDEAL.

 

Vale. Es posible que sea así. Y no digamos ya cuando se trata de temas que tienen que ver con África. Pero… ¿nos hemos planteado alguna vez lo que cuesta a los grandes medios de comunicación y a las agencias de noticias cubrir las zonas en conflicto o estar al tanto de lo que pasa en cualquier país del continente africano? Lo que cuesta en términos humanos y económicos, quiero decir.

Otra pregunta: ¿cuánta de la gente que exige la más sesuda y actualizada información sobre la situación en Oriente Medio, por ejemplo, compra habitualmente la prensa diaria y/o revistas serias de análisis, reflexión y divulgación? ¡Ay, inocentes! ¿Tanto trabajo cuesta entender que el gratis total es sinónimo de empobrecimiento de la información que recibimos?

 

Directamente relacionada con esta inocencia, para nada santa, está la de esa gente que dice amar el cine, las series de televisión o los libros… y no pisa una sala en todo el año, se descarga ilegalmente todo lo que ve y acumula en su libro electrónico cientos de títulos pirateados.

 

Sí. Lo sé. Suena viejuno. Pero, si te gusta el cine, ¡ve al cine! En serio: puedes ver una película por 5 euros, cualquier día de la semana. Que las palomitas no son obligatorias. Si te tomas la vida en serie… ¡hazte de Netflix o de HBO! Sus ofertas son imbatibles. Y si eres aficionado a las novelas de Fulano, Mengano o Zutano… ¡compra sus libros! En una librería, a ser posible. ¿A que parece de perogrullo? Pues rabia da tener que escribir obviedades como esta.

A algunas personas les parece muy libertario no pagar por libros, películas, series o periódicos. Sin embargo, por el ADSL o por una buena conexión en el móvil… ¡matan! ¡Santos inocentes! ¿O no tanto?

 

Jesús Lens

¿Qué pasará cuando todo sea gratis total?

Mi columna de hoy de IDEAL, que es de las que no te hacen ganar amigos, precisamente; plantea varias preguntas. Además. Y tú, ¿cómo lo ves?

A ver. Con sinceridad. ¿Cuántas de las personas del gremio del taxi que hicieron huelga hace unos días, clamando contra la llegada de Uber a Barcelona, no se han bajado de Internet una canción, una película o una serie de forma gratuita e ilegal?

 Gratis Uber

Posiblemente no es lo mismo, pero sí muy parecido: grupos de ciudadanos que están hartos de pagar lo que consideran cantidades excesivas de dinero por un producto o por un servicio y que, en cuanto pueden disfrutarlos de forma gratuita o mucho más barata, aunque la calidad se resienta; no lo dudan.

Hace unos meses, con motivo de la celebración del encuentro de Blogs y Medios, organizado por la Asociación de la Prensa de Granada, debatíamos sobre el tema del gratis total, la piratería e Internet. En mi presentación, hablaba yo de Uber. Y de otra “revolución” que está por explotar en nuestro país: Airbnb, una web que ofrece a sus clientes alojamientos de particulares a un precio muy ajustado y que es la pesadilla de los hoteleros de Estados Unidos.

Es tal el éxito de esta web que ya tiene más valor que la propia cadena Hyatt, aunque ésta sea dueña de 450 hoteles y Airbnb… de ninguno. Además, la empresa ya anuncia que van a replicar el mismo modelo de negocio en el sector de la restauración y en el de los guías de turismo. ¿Puede haber algo más exclusivo que comer un plato tradicional en una casa particular, disfrutando de las anécdotas y la sabiduría culinaria del lugareño? ¿Y algo más emocionante que gozar de una ciudad en la voz y la experiencia de un nativo que, además de mostrarte los monumentos típicos y contarte su historia, te haga partícipe de su vida cotidiana y te indique los lugares realmente auténticos en los que sentirte como un viajero, y no como un vulgar turista?

Lo curioso es que todo este nuevo modelo de negocio basado en Internet y con una apariencia tan postmoderna es bastante parecido a dos actividades practicadas por el hombre desde tiempos inmemoriales: el trueque y el robo. Yo pongo el coche, tú pagas la gasolina. Tú duermes en mi casa de Granada y yo en la tuya, en Nantes. Y lo que no es trueque es, directamente, piratería, competencia desleal y menesterosidad. Al menos, en los términos en que nuestra sociedad está organizada. Porque pensar que exportar el modelo de los Paladares cubanos a nuestra vida es algo revolucionario no deja de resultar irónico, ¿verdad?

 Gratis trueque

Un dato: de las 200 empresas que el año pasado salieron a Bolsa en Estados Unidos solo cuatro fabrican algo. Las demás se basan en los nuevos servicios que ofrece Internet. Este año serán unas 300 las nuevas empresas cotizadas. Y la tendencia es la misma.

La industria de la música, tal y como la conocimos, ha sido barrida. Total y absolutamente. ¿Para bien? ¿Para mal? El caso es muchos hosteleros pondrán el grito en el cielo cuando se extienda Airbnb. Esos hosteleros que, en algunos casos, piratean la señal de Canal Plus para ofrecer a sus clientes el fútbol gratis y que despotricaban en alta voz cuando llegaban los inspectores de la SGAE para comprobar si pagaban el canon correspondiente por la música que pinchaban en sus locales.

 Gratis pirateria

Es lo que tiene el gratis total: que lo devora todo y cuando nos acostumbramos a no pagar, no hacemos distingos entre los restaurantes de cinco tenedores y el figón de la esquina; entre los hoteles de lujo y las posadas de viajeros de toda la vida.

Por ejemplo, estimado lector, ¿ha pagado usted un solo céntimo por leer esta columna de opinión?

Jesús Lens

Firma Twitter

El coste de un año y medio de trabajo

El otro día decía me decía un amigo, diseñador gráfico, que al principio le pedían el favor de que hiciera carteles para algunos eventos. Ahora ya, se da por hecho. Y, por supuesto, de cobrar, rien de rien.

Y me decía una amiga, que le llevaba las Redes Sociales a un garito, que el dueño se mosqueó con ella porque no fue un fin de semana a una Feria del gremio, a repartir folletos del local. Y, por supuesto, de cobrar, rien de rien.

 Gratis Total

Con las fotos, los artículos, los cuentos, los dibujos… con todo pasa igual. La cultura del (puto) gratis total. Con perdón.

A mí, lo que más jode (con perdón, otra vez) del tema, es el desprecio que el gratis total demuestra, no ya por el arte y la creatividad, que también; sino por el tiempo de los demás.

¿Has oído hablar de los Ladrones de Tiempo?

Pues los odio. Los detesto. Cada día tiene, solo, 24 horas. Nada más. Y cada semana, 7 días. El tiempo, para mí, es lo más preciado que existe.

 Ladrones de tiempo

Y, por ejemplo, he invertido aproximadamente un año y medio en algo tan peregrino como… ¡escribir un libro! Año y medio. ¡Se dice pronto! Horas y horas de trabajo, esfuerzo y dedicación.

Evidentemente, ha sido una decisión personal, mía, propia y absolutamente libre y subjetiva.

Además, durante el proceso de escritura y revisión de “Cineasta Blanco, Corazón Negro” he contado con la complicidad y la ayuda de varias personas. En el libro están reseñadas y (casi) todos tienen ya su ejemplar, firmado y dedicado.

 Cineasta Blanco Corazón Negro portada baja

Después, he tenido la suerte de que mi editorial, ALMED, haya vuelto en confiar en mí para publicar el libro. ¡Y eso que es un tochaco! Y ha hecho un esfuerzo para que sea más barato que “Café-Bar Cinema”, aunque sea más grueso y haya sido más compleja su edición. (PVP, 19 euros)

Ahora, está a la venta. Del verbo VENDER. El libro. ¡Y ahí es donde entras tú!

Porque, por supuesto, será un placer y un orgullo que te apetezca comprarlo. Del verbo COMPRAR.

Y, después, espero… ¡que te apetezca leerlo!

En orden, de principio a fin; o por partes. Que cada película viene bien referenciada, al final, con los números de página en que aparece en el libro.

O sea, que puedes leer lo que haya escrito de “La reina de África” o “Hatari!” y, más adelante, volver sobre Tarzán, la mona Chita o “La pesadilla de Darwin”.

 Hatari

El libro ya debe estar en las librerías. Pero, si lo quieres firmado y dedicado, para ti o para regalar; nada más que me lo digas y lo hablamos, ¿de acuerdo? Que entre amigos es fácil entenderse. El lunes, por ejemplo, estaré en la caseta de ALMED, por la tarde, en la Carrera de la Virgen. Dame un toque. ¡Además de estar en la presentación del jueves, obviamente, en que estará con nosotros ni más ni menos que… ¡Andrés Sopeña!

¡Gracias por tu apoyo, compromiso y confianza!

Con cariño, Jesús.

En Twitter: @Jesus_Lens

Y los 21 de abril de 2008, 2009, 2010, 2011 y 2012… también blogueamos.

Los ¿Tienes…?

Si hubo una tendencia que causó furor en los tiempos de las vacas bulímicas, si un concepto hubiera sido Trending Topic en España, ese fue el “gratis total”.

Durante muchos años, el no pagar fue la norma.

Un doble no pagar: el pirateo descarado y las descargas ilegales, por una parte. Y el “que pague otro”, por otra.

De lo primero se ha hablado y escrito tanto que me da pereza volver al tema. Ahora quiero centrarme en esa segunda modalidad del gratis total, el “que pague otro”.

Primeras grandes culpables: las empresas y las instituciones. En todos los ámbitos y en todos los sectores. Al vivir en tiempos de abundancia, no parecía incongruente sangrar a ciertos clientes con precios excesivos por algunos bienes y servicios a la vez que se regalaban otros muchos, distintos o complementarios. El objetivo no era vender un periódico por un euro (y gratis en la Red), sino colocar al cliente un coleccionable o un portátil, por ejemplo. O ir al cine, que entre el parking, las palomitas y la entrada, se monta en 15 o 20 euros. Por no hablar del abuso de los CDs, DVDs, etc. Vivíamos en el paraíso de la abundancia y nadie se preocupaba por el mañana.

Y luego, nosotros, los consumidores. En los tiempos de abundancia, se podía ir más o menos gratis a cualquier evento. Todo el mundo conocía a alguien que conocía a alguien que tenía acceso a un carné, un abono, unas entradas, un pase… En realidad, había liquidez para pagar esas entradas, esos pases, esos libros, esas revistas. Pero, si no había necesidad… ¡qué tontería!

El caso del baloncesto, sin ir más lejos. Conozco a mucha gente que, cada vez que ha querido, ha visto partidos de ACB (la segunda mejor liga del mundo de baloncesto) gratis total. Quizá no al Real Madrid o al Barça (que se ven mejor en la tele) pero sí a cualquier otro partido. ¿Quién no conoce a alguien que iba por la patilla a todo tipo de eventos y festivales, deportivos, culturales o sociales?

Pero, de golpe y porrazo; sin tiempo para asumirlo o adaptarnos, llega la dieta impuesta y el adelgazamiento forzoso y, en menos que canta un gallo; no es que las vacas estén flacas. Es que están anoréxicas.

Y se produce un efecto de bola de nieve.

Primero, porque las empresas y las instituciones -antes tan aparentemente rumbosas y desprendidas- necesitan cobrar por todos los servicios que prestan. Hasta por el más nimio. ¡Es lógico! Estamos en crisis.

Pero, claro, los consumidores también lo estamos. Y no solo tenemos menos dinero para gastar, ¡es que nos hemos acostumbrado a no pagar! Y en esta vida no hay nada que joda más que tener que empezar a pagar por algo que antes era gratis. O pagar más por servicios menos eficientes, menos eficaces, menos glamorosos.

¡Qué tiempos en los que, tras la presentación de un libro, había copa de vino español y croquetillas, acompañando! ¡Qué melancolía, aquellas publicaciones de lujo que saludaban la contratación de cualquier servicio! ¡Qué tiempos, en los que los regalos eran delicioso peaje obligatorio en cualquier transacción!

Ahora que ir al cine es un lujo, sigue sin haber oferta para ver películas de forma legal, por la Red, a precio razonable. Ahora que las empresas y las instituciones no pueden invertir enormes cantidades de dinero en patrocinios de eventos deportivos, los equipos se vienen abajo, miserablemente abandonados por los fervorosos aficionados que, gratis total, henchían su pecho prometiendo a los jugadores que nunca caminarían solos.

Lo paradójico es que, aún así, todavía quedan lo que yo llamo “los ¿tienes?

Personas que preguntan aquello de ¿tienes entradas para…? O ¿me puedes conseguir un libro de…?

Gratis, claro.

¡Faltaría más!

Personas que siguen pensando en tiempos pretéritos, como si nada hubiera cambiado y todo siguiera igual.

Aunque suene a autoayuda de la más barata, si algo podemos defender de estos años grises y sombríos que nos ha tocado vivir es el hecho de que, por primera vez en mucho tiempo, las cosas, los productos y los servicios vuelvan a tener valor.

Hasta qué punto debemos aparejar “valor”, «precio» y “coste” nos daría para otro debate. Pero creo que ya es importante que hayamos vuelto a valorar cosas y experiencias tan sencillas como ir al cine, escuchar un disco, comerse una croqueta o leer un libro.

Que sí. Que son sencillas. ¡Pero que cuestan! Como costaban antes. Aunque no lo viéramos.

Precisamente ese fue el gran error, en su momento: permitir que dejaran de costar.

Paramos aquí.

Sobre costos, esfuerzos, voluntas y el valor del tiempo, seguimos reflexionando más adelante.

Jesús Lens

Veamos qué bloguéabamos, en 2008, 2009, 2010 y 2011.