Hablar del tiempo

El pasado sábado, antes de conversar con Hernán Migoya y Bartolomé Seguí en el Salón del Cómic de Granada acerca de su adaptación en viñetas de la novela “Tatuaje”, de Manuel Vázquez Montalbán; comentamos la histeria en la que estamos empezando a entrar, con la cuestión del tiempo. Del tiempo atmosférico, me refiero.

Es normal mirar las previsiones cuando se trata de irse de viaje. O si estás en la montaña y piensas emprender una travesía. Pero, ¿es necesario manejar una App sobre presión atmosférica y probabilidades de lluvia para decidir si sales de casa y vas a Puerta Real, a escuchar a todo un Premio Nacional del Cómic?

Lo he dicho otras veces y no me cansaré de repetirlo: cuanta más tecnología tenemos a nuestro alcance, más gilipollas nos volvemos. Y no por la tecnología en sí, que su desarrollo siempre es positivo y necesario, sino por el uso de hacemos de la misma. Un uso paradójicamente reduccionista y empobrecedor.

De hecho, empezamos a utilizar la tecnología aplicada a los fenómenos meteorológicos como coartada: “con lo que va a llover, mejor no salimos, nos quedamos en casa y hacemos un maratón de Netflix o vemos seis partidos de fútbol seguidos, que el primero empieza a las 13 horas… para que lo vean en Shanghai”.

¿En Shanghai? ¿Seguro? ¿No será, más bien, para que haya fútbol en la tele, desde el amanecer?

Charlie Brooker, el responsable de “Black Mirror”, debería dedicar un capítulo de su distópica serie a la parálisis en que nos sume la tecnología del clima: cabalgatas de Reyes adelantadas no sea que llueva, gente que no sale a correr o a pasear por el parque por las alertas amarillas o naranjas, voyeurs parapetados en los balcones de los apartamentos de la playa buscándoles las vergüenzas a los fenómenos costeros…

¿Cuantísimas horas no le habrán dedicado los medios de comunicación al tiempo, en lo que va de año? El tiempo, un inane tema de conversación que, antaño, solo servía para entretener la espera del ascensor.

Es tal el empacho de información climatológica que, cuando llegan las noticias de verdad, como los desbordamientos de los ríos, los campos anegados y los chiringuitos arrasados; ya nos encuentran hartos y anestesiados, hasta el colodrillo de tanta cháchara incesante, y corremos el riesgo de no prestarles la atención que se merecen. Ahora sí.

Jesús Lens

Hablemos del tiempo

Me hizo gracia un artículo del XL Semanal que, entre exclamaciones, exigía al lector que dejara de hablar del tiempo ya que, según un estudio -¿qué sería de nosotros, los opinantes, sin esos sesudos y variopintos estudios…?- hablar de temas relevantes es más productivo y la conversación insustancial acaba deteriorando las relaciones.

Y, claro, para conversación insustancial por antonomasia, la del tiempo. Por eso, aquí me tienen, para hacerles perder el tiempo, hablando del ídem. ¿O quizá no? Porque me temo que, por desgracia, pocos temas más importantes que el del tiempo tendremos que afrontar en el futuro.

 

Por ejemplo, hace unos días se anunciaba la suspensión de un triatlón porque las aguas del pantano en que debía desarrollarse la prueba de natación estaban tan bajas, que era imposible acceder a ellas. Y el año pasado, el triatlón de Baza se convirtió en duatlón porque el Negratín estaba sediento.

 

¿Han leído ustedes el informe de sequía de la Confederación Hidrológica del Guadalquivir, publicado el pasado 2 de agosto? Da miedo. Los pantanos de Cubillas y Colomera están en situación de emergencia y otros tres embalses de la provincia están en alerta. Llevamos cuatro años de sequía y, en lo que va de 2017, ha llovido un 60% de lo habitual.

Aunque hoy haga fresquito, ¿hablamos de los récords de temperatura de junio, julio y lo que va de agosto?

 

No. Hablar del tiempo no es gratuito ni baladí. Que le pregunten a Trump, por ejemplo. Que trece agencias gubernamentales norteamericanas han decidido hacer públicos los resultados de sus estudios sobre el cambio climático antes de que el Presidente metiera sus zarpas en el asunto.

 

De hecho, fíjense si al estrambótico tuitero del flequillo amarillo le da pavor que hablemos del tiempo que ha dado instrucciones para que su administración utilice eufemismos que eviten expresiones como cambio climático o gases invernadero. (Más información, AQUÍ)

 

Porque el cambio climático existe. Y esto no es una opinión. Es un hecho. Confirmado por el referido informe de trece agencias federales estadounidenses que encuentran pruebas abundantes del mismo y advierten de que las temperaturas de Alaska y el Ártico están subiendo “a un ritmo aterrador”.

Hablar del tiempo, por tanto, empieza a ser algo muy parecido a contar historias de terror. Para el próximo Halloween, ya lo saben: o se disfrazan de cambio climático… o se disfrazan de Trump

 

Jesús Lens