Jazz en Harlem

Hace unos días escribíamos en IDEAL este artículo sobre el Jazz, con mayúsculas, en los clubes de Nueva York, comentando conciertos de los míticos Blue Note y Birdland y del mágico y subterráneo Standard Jazz en que se ha grabado, en directo, el último y majestuoso disco de Chano Domínguez, “Flamenco Sketches”.

Hoy, 30 de abril, para celebrar el recién designado como Día Internacional del Jazz, vamos a hablar de la pequeña excursión que, en domingo, hicimos por ese barrio mítico llamado Harlem.

Nuestra idea era ir a la misa de la Iglesia Baptista más conocida de Nueva York, The Abyssinian Church, pan-afro-americana. Y hacerlo, además, en plena Semana Santa. El Domingo de Ramos, en concreto.

Estuvimos un par de horas haciendo rigurosa cola, pero al final, conseguimos entrar.

¡Preciosa esa Iglesia, con forma de Anfiteatro! E impresionante la ceremonia. No solo por colosal el coro de Góspel sino por la cercanía, la intensidad y la conexión que los Pastores (y Pastoras) conseguían con los fieles.

El momento en que uno de los Pastores invitó a una familia a ponerse en pie y, tras instar a la policía a que identificase y detuviese al asesino que le había arrebatado a uno de sus miembros, animó a todos los presentes a mostrar nuestra solidaridad con ellos, a través de un atronador aplauso, es de esos que se te quedan grabados por siempre jamás.

Salimos enfebrecidos de la iglesia. El Predicador se había comportado como uno de esos entusiastas y vocingleros actores que estamos a acostumbrados a ver en las películas. Pero en mejor. Y en serio. De verdad. Hacía chistes, inflexiones de voz, tronaba, susurraba… ¡un espectáculo en toda línea!

Íbamos caminando con nuestra hoja de palma, por Harlem, pensando si volver a Manhattan, cuando nos encontramos en la avenida Lennox, también conocida como Malcom X Bulevar. ¡La avenida Lennox! Para quiénes hemos disfrutado como carniceros en el matadero con las novelas de Chester Himes protagonizadas por Sepulturero Johnson y Ataúd Ed; la avenida Lennox es como Broadway para los amantes del musical o Hollywood Boulevard para los amantes del cine.

Comimos pollo, muy sabroso, por cierto, en el local de unos latinos. Lástima que, un poco más allá, había un garito de comida sureña, cajún, y no lo vimos. Pero ya tendríamos tiempo de desquitarnos.

Y seguimos caminando, entre el paisanaje de un barrio que, afortunadamente, ya no es lo que era; desde el punto de vista violento y delincuencial.

Íbamos caminando tranquilamente por la calle cuando vimos a una mujer que hacía movimientos extraños. No es raro, en NYC, encontrar a gente que haga cosas raras pero, como apenas acabábamos de llegar, todo nos llamaba la atención.

La fui siguiendo con la mirada mientras caminábamos y, entonces, me di cuenta: ¡estaba bailando! Frente a la puerta de un garito, de un café… en el que tocaba un cuarteto: piano, contrabajo, batería y congas.

Y entramos al “449 LA SCAT”, claro.

La señora, que se llamaba Sandra, era la dueña de un local multifuncional que funcionaba igual como modesto café que como sala de conciertos, librería-biblioteca y activismo social de prevención del SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual. Fotografías en las paredes y, a cada rato, Sandra sacaba un bizcocho casero para que acompañáramos los cafés.

Y los músicos tocaban.

Tres de ellos eran vetustos viejunos, como los entrañables músicos del Buena Vista Social Club o como nuestros queridos y añorados Gimes de Santa Clara, Cuba. El contrabajista, por el contrario, era un descarado jovenzuelo que se entendía a las mil maravillas con sus compañeros, sobre todo, con el que tocaba la Tumbadora que, de tan mayor, grababa su actuación en un cassete que trataba de activar con sus deformados dedos, cubiertos de esparadrapo.

Y apenas había unos pocos clientes. Pero buenos.

Y otros músicos entraron.

Y terminaron los que tocaban en ese momento, para darles paso.

Y pasaba la tarde.

Y nosotros éramos turistas que ansiaban encontrar lo que quedara del Cotton Club, para lo que nos tuvimos que despedir de Sandra, la entrañable, carismática y decidida dueña del café; y dirigirnos al otro Harlem. El Harlem hispano.

Pero era domingo por la tarde y el nuevo Cotton Club estaba cerrado a cal y canto. Ya no abriría hasta el siguiente fin de semana.

Y empezaba a llover. Así que cogimos el metro, para volver al corazón de Manhattan y, allí, en un vagón del tren que recorría el corazón de la Gran Manzana, nos encontramos unos rostros conocidos. ¡Cómo si estuviéramos en el 3 que vuelve del Centro al Zaidín!

Y es que el mundo es muy pequeño, pero ésa es otra historia y teníamos que irnos a descansar, que esa noche tocaba Arturo O’Farril y su banda residente en el Birdland y… bueno. El resto ya lo conocen ustedes, ¿verdad?

Jesús Lens

PD.- Si habéis llegado hasta aquí, entenderéis que ayer me emocionara leer ESTE artículo de Elvira Lindo, sobre jazz y Harlem… a veces, las conexiones funcionan…

Y ahora, a ver los anteriores Pre1 de mayo que publicamos: 2008, 2009, 2010 y 2011

JAZZ & LORCA: THE MISSING STOMPERS

Poco nos podíamos esperar, Inma y yo, el pedazo de espectáculo que íbamos a ver en el Isidoro Máiquez, el martes por la noche.

 

El caso era que, por la mañana, leí ESTA entrevista que Juanje le hacía a Arturo Cid en IDEAL y, quizá, imbuido por la tradición de mezclar a Lorca con el Flamenco en esos veranos del Generalife, mezclé en mi imaginario a Lorca, con jazz, Harlem, el cante, etc.

 

El Máiquez, que presentaba una entrada más que notable, parecía frío cuando, tras una muselina, se vislumbraba a unos músicos sentados mientras en la pantalla se veían imágenes del Nueva York de los años veinte, en blanco y negro y la voz de Alberto San Juan recitaba los descarnados y sangrantes versos lorquianos de «Poeta en Nueva York».

 

Y sonaba la música, claro.

 

Pero aquella pantalla y las imágenes, la voz del poeta, no eran una introducción.

 

Continuaron toda la noche, dándose la mano con el jazz clásico que Lorca pudo escuchar en sus noches americanas, en los garitos de Harlem repletos de negros.

 

Atentos, por ejemplo, a este magistral «Cotton Club».

 

Un espectáculo multimedia que, personalmente, me dejó mudo. Por imprevisto, por excepcionalmente resuelto, por su feraz transversalidad. Por mezclar música, poesía, historia…

 

Una joya que me ha hecho pasar esta tarde leyendo «Poeta en Nueva York», que me ha llevado a que esta noche vea el «Cotton club» de Coppola y que me anima en ese proyecto al que tanto me está costando volver tras la Setmana Catalana.

 

Un concierto cuyo resultado final es mucho más grande que las partes que lo componen y que provocó uno de los aplausos más tumultuosos que recuerdo en el Festival de Jazz de Granada, a cuyas cabezas pensantes tenemos que agradecer, una vez más, el descubrimiento de maravillas como ésta.

 

Jesús Lens.

 

PD.- No dejen de visitar la web de los Missing Stompers y, desde luego, no dejen de verlos allá dónde se los encuentren.