¿Trabajar para vivir o vivir para trabajar? Esa es, ha sido y seguirá siendo, per secula seculorum, una de las grandes disyuntivas a las que se enfrenta el ser humano, desde que el mundo es mundo.
“De tal padre, tal hijo”, la extraordinaria, delicada y preciosa película de Hirokazu Kore-eda, que ya venía avalada por su exitoso pase en el Festival de Cannes; trata de dar respuesta a dicha pregunta. Y lo hace de una forma modélica: sugiriendo, dando pinceladas y apuntes, a través de un prodigioso guion sin la más mínima estridencia o salida de tono.
Ryoata es un arquitecto que trabaja como un descosido, mañanas, tardes y noches; días laborables, sábados, festivos y vacaciones, con tal de hacerse un nombre y de labrarse una exitosa carrera profesional. Para ello tiene que hacer determinadas renuncias. La más importante: el tiempo dedicado a su hijo de seis años, el encantador Keita. Pero una llamada de teléfono del hospital en que nació el niño precipita los acontecimientos y obligará al joven y ambicioso profesional a repensar toda su vida: ¿y si Keita no fuera realmente sangre de su sangre? ¿Y si hubo una confusión, en el momento de nacer, y Keita no fuera el hijo de Ryoata y su encantadora esposa?
La relación entre padres e hijos y la redefinición de roles, aspiraciones e intereses vitales están en el fondo de esta película en la que no sobre ni falta nada. Una película perfecta en la que todo encaja a las mil maravillas para darle sentido a una historia profundamente humana, sin buenos ni malos, sin violencia, sin giros de guion epatantes, sin grandes paisajes que quitan el hipo… la vida, o sea.
La fotografía, los actores, la banda sonora, la escenografía, los decorados, los secundarios… ¡todo resulta perfecto, a la hora de contar una reflexiva historia de sentimientos!
Dos horas de puro cine, de un cine pausado, dialogado y sincero al que, por desgracia, no estamos acostumbrados. Un cine, sin embargo, que nadie con dos dedos de frente y un mínimo de sensibilidad podría tildar de aburrido, premioso o muermo.
“De tal padre, tal hijo” es una de esas películas imprescindibles que suelen ser estrenadas en Festivales Internacionales y que, después, no tienen salida a través de los circuitos comerciales de exhibición. En este caso y por fortuna, se ha abierto una grieta que nos permite disfrutar de un cine diferente, necesario, imprescindible.
Gracias al Madrigal, en Granada, por su numantina resistencia y su voluntad de seguir exhibiendo ese otro cine, cada vez más invisible y difícil de encontrar. Un gélido martes de noviembre, a las 20.20 horas, quince afortunados espectadores pudimos disfrutar de una pequeña-gran película japonesa intimista y maravillosa. Una de esas citas cinéfilas de las que no se olvidan.
Jesús Lens
En Twitter: @Jesus_Lens