Anoche, mientras me lavaba los dientes, el Zaidín estalló en un clamor: el Granada C.F. marcaba su segundo gol y el estadio de Los Cármenes rugía con delectación.
Aún tardaría en terminar el partido, de acuerdo con los sonidos que iba escuchando desde la cama: ¿Un posible penalti? ¿Una ocasión marrada? Y, por fin, el pitido final del árbitro, que nos daba tres puntos y, a la vez, marcaba la señal para que motos y coches circularan a toda velocidad por las calles del barrio; esta vez y felizmente, sin tocar cláxones, pitos y demás órganos.
Repasando la prensa de hoy, me quedaba pasmado viendo esta foto:
¿Cómo? ¿Perdón? ¿Niños sexitanos promocionando Almuñécar? ¿Qué (carajo) hacía esa decena de chiquillos en un campo de fútbol, un lunes por la noche? ¿A qué hora llegaron a su casa, si vieron el partido hasta el final, teniendo en cuenta que éste acabó a medianoche?
¿Han ido esos niños hoy martes al colegio? ¿A qué hora habrán entrado? ¿Se habrán enterado de algo, en clase?
En serio, no me voy a cansar de repetirlo: ¡vivimos en un país de charanga y pandereta en el que los horarios son propios de una sociedad tercermundista que solo piensa en la farándula, la fiesta y el cachondeo!
Ya lo escribía hace unos meses en IDEAL, en este artículo.
Hoy, me repito.
Y lo que te rondaré, seas morena, seas rubia.
¡Viva Greenwich!
Jesús Lens, entre la sorpresa y la indignación.
En Twitter: @Jesus_Lens