Hay llamadas sorprendentes que te alegran la vida. La del pasado sábado fue una de ellas: se está grabando un documental sobre el hotel Alhambra Palace y me preguntaron si quería participar, hablando de cine y la presencia e influencia del hotel en películas como “Días contados” o en el proyecto fallido de Orson Welles sobre Lorca.
Hoy fue el día y, aunque estaba citado a las 12, llegué una hora antes para darme el gustazo de desayunar en una de las grandes terrazas de Granada. Como estaba nublado, hacía fresco y era tarde, no había un alma. ¡Qué gustazo, disfrutar de aquella vista y de aquella soledad! Háganme caso: dense el lujo. El capricho. Regálense a ustedes mismos una hora en la terraza del Alhambra Palace. Por el precio de un café o una caña, disfrutarán como enanos.
El Palace forma parte de skyline de Granada. Su rojo berbellón es tan reconocible como el blanco nuclear de la Fundación Rodríguez Acosta. Y qué gran partido le sacó Imanol Uribe en su brutal adaptación de la novela del maestro Juan Madrid: el Palace como símbolo del amor más tórrido y abrasador.
¿Sabían ustedes que Douglas Fairbanks y Mary Pickford se alojaron allí? Es un dato que me emociona: entrar en el Palace es como hacer un viaje en el tiempo. ¡Más de cien años lo contemplan! Casi la misma edad que tiene el cine.
Leo el libro sobre la historia del Hotel Alhambra Palace que se presentó hace unos meses y disfruto de cada página, desde el prólogo de Rafael Guillén: “Al hablar del patrimonio cultural de una ciudad, muy raramente se menciona un hotel. Sin embargo, esta forma de hospitalidad para con el viajero o visitante, imprescindible en cualquier circunstancia, pocas veces tiene el merecido realce”.
Cómo se nota que Rafael pertenece a la estirpe nómada de buenos viajeros que, teniendo puerto al que regresar, disfruta de cada etapa del viaje. Ahora que viajo menos, tomar un café en el Palace me reconcilia conmigo mismo y con mi pasión por por los horizontes lejanos.
Jesús Lens