Horarios irracionales

Anoche, mientras me lavaba los dientes, el Zaidín estalló en un clamor: el Granada C.F. marcaba su segundo gol y el estadio de Los Cármenes rugía con delectación.

Aún tardaría en terminar el partido, de acuerdo con los sonidos que iba escuchando desde la cama: ¿Un posible penalti? ¿Una ocasión marrada? Y, por fin, el pitido final del árbitro, que nos daba tres puntos y, a la vez, marcaba la señal para que motos y coches circularan a toda velocidad por las calles del barrio; esta vez y felizmente, sin tocar cláxones, pitos y demás órganos.

Repasando la prensa de hoy, me quedaba pasmado viendo esta foto:

 Horarios

¿Cómo? ¿Perdón? ¿Niños sexitanos promocionando Almuñécar? ¿Qué (carajo) hacía esa decena de chiquillos en un campo de fútbol, un lunes por la noche? ¿A qué hora llegaron a su casa, si vieron el partido hasta el final, teniendo en cuenta que éste acabó a medianoche?

¿Han ido esos niños hoy martes al colegio? ¿A qué hora habrán entrado? ¿Se habrán enterado de algo, en clase?

 Horarios absurdos

En serio, no me voy a cansar de repetirlo: ¡vivimos en un país de charanga y pandereta en el que los horarios son propios de una sociedad tercermundista que solo piensa en la farándula, la fiesta y el cachondeo!

Ya lo escribía hace unos meses en IDEAL, en este artículo.

Hoy, me repito.

Y lo que te rondaré, seas morena, seas rubia.

¡Viva Greenwich!

Jesús Lens, entre la sorpresa y la indignación.

En Twitter: @Jesus_Lens

 

La noche no es para mí

Me gusta el jazz. Lo adoro. Sobre todo, en directo. Y si es en un club, con la posibilidad de tomar una cerveza helada, mucho mejor. Hace unas noches estábamos disfrutando de una estupenda jam session que, tras el descanso, prometía ser incluso mejor ya que Sergio Pamies, el sensacional pianista granadino afincado en Estados Unidos, se encontraba entre el público.

 

Cuando mi Cuate y yo miramos el reloj y vimos que era casi la una de la mañana, con todo el dolor de nuestro corazón, decidimos hacerle más caso a la razón que a las ganas y a las tripas y nos retiramos prudencialmente a dormir, no sin maldecir los insensatos horarios de esta España de charanga y pandereta que atentan contra cualquier lógica o racionalidad productiva.

 

Mi Cuate y yo, distendidos, antes de mirar el reloj
Mi Cuate y yo, distendidos, antes de mirar el reloj

Vivimos en un país en el que una buena cantidad de sus funcionarios y trabajadores comienzan su jornada entre 7 y 9 de la mañana. Pero el prime time de las televisiones no comienza hasta las 22 horas y buena parte de los programas más populares terminan bien entrada la madrugada.

 

Vivimos en un país que se permite poner algunos de los partidos de fútbol más excitantes de las jornadas laborales en horarios en los que los espectadores, de haber prórroga, se encontrarían con el transporte público cerrado al salir del estadio. Vivimos en un país, en fin, en que buena parte de los currantes se pasan unas doce horas en su centro de trabajo, con dos o tres horas muertas, a mediodía, para comer.

 

Y luego está lo de la pertinaz y atávica (im)puntualidad hispánica. Si hay algo que odio es que me tomen el pelo con los horarios. El día solo tiene 24 horas y que me escamoteen tan solo una de ellas me parece un atraco a mano armada. Se anuncia un evento para las 22.30. Y como a esa hora no hay ni moscas, se va dejando el tiempo pasar, a ver si llega la peña. Y la actuación comienza, con suerte, a las 23.30. O más tarde. Pero, ¿de quién es la culpa?

 

Se puede decir más alto, pero más claro...
Se puede decir más alto, pero más claro…

Uno, que ya tiene sus años y ha tenido la suerte de viajar por muchos sitios, disfruta de la seriedad de clubes tan afamados como el Blue Note, donde las 19.30 son las 19.30. O’clock. O del Jazz Standard, donde Chano Domínguez se queda sin cenar, pero no se retrasa un minuto en salir al escenario. Y el espectador que llega tarde, además de ganarse el mudo reproche de todos los presentes por molestar, se pierde parte del concierto. ¡Él verá!

 

Esta sana costumbre, adoptada por eventos serios como el Festival de Jazz de Granada, el Jazz en la Costa de Almuñécar, la Semana Negra de Gijón o el Etnosur de Alcalá la Real era sistemáticamente ignorada por otros festivales a los que ya renuncié a ir, a pesar de sus potentes carteles e interesantes propuestas.

 jazz en la costa cartel 2013

Sé que una columna como esta choca con la estética y el gusto por la bohemia y la vida canalla tan propias del mundo de la farándula, pero tenemos que tomar una decisión: o empezamos a ser un país serio que racionaliza los horarios, cuida a los espectadores y respeta a la cultura, creyéndose eso de que es un motor económico de primera magnitud; o seguimos siendo una sociedad tercermundista en la que unos trabajan mientras otros se divierten. Eso sí, no olvidemos que, para poder ordeñar a la vaca, hay que darle de comer. Todos los días.

 

En Twitter: @Jesus_Lens