Me temí lo peor el pasado domingo, cuando me bajé del autobús de Málaga a eso de las once de la noche. Venía en bermudas y sandalias y me sorprendió un frío glacial. Un instante después, mientras subía las escaleras de la estación, me fijé en una la publicidad que daba la bienvenida a los viajeros. Por un lado, un cartelón de Alsa, la concesionaria de autobuses que nos sigue conectando con el mundo… a un precio razonable. ‘Atención personalizada’. Justo detrás, un mensaje algo más inquietante, en tamaño gigante: ‘INQUISICIÓN’. Seguido de una promesa que más parece una amenaza: ‘Abierto todo los días’.
Lo sé, lo sé. Se trata de una exposición del Palacio de los Olvidados, pero no me digan ustedes que no impresiona llegar a Granada y sentir que Torquemada y sus émulos están dispuestos a atenderte todos los días.
Llámenme Nostradamus, pero mientras esperaba la llegada del Metro, intuí que la fusión entre el brusco descenso de temperaturas y el frío inquisitorial no era sino la representación física de las gélidas relaciones entre Pedro y Pablo, Calvo y Echenique, PSOE y Podemos. El mismo pensamiento anticipatorio me asaltó anteanoche, cuando me desperté tiritando en mitad de la madrugada, mientras el viento aullaba por las calles del Zaidín.
Que vamos a nuevas elecciones, dicen. Y lo dicen así, en primera persona del plural. Va-mos. Yo no lo tengo tan claro. A lo de ir, me refiero. ¡Que no es por no ir, ya lo saben ustedes! Si hay que ir se va, pero ir pa ná… En las últimas elecciones, la izquierda movilizó a sus bases con la consigna de parar a Vox. Y Vox fue parado. En seco. Sin embargo, no ha servido para nada. ¡Ay, qué inútiles han resultado todas aquellas apelaciones al voto útil!
Han caído los primeros copos sobre Sierra Nevada. No tardarán en desaparecer, fundidos por el ‘veranillo del membrillo’, pero la vuelta al cole nos descubre tiesos como carámbanos, con la mandíbula descolgada y tiritando de frío. ¡A ver ahora cómo nos movilizan!
Jesús Lens