Hace unos años, cuando se empezó a hablar seriamente del proyecto del acelerador de partículas, no pude evitar la tentación de escribir una columna de corte sarcástico en la que ironizaba con la paradoja de que se fuera a instalar algo llamado ‘acelerador’ en una tierra donde los proyectos y las ideas, o no se mueven, o lo hacen a la velocidad de un caracol artrítico de la tercera edad y media.
Al compartir la columna en las redes sociales, el economista Santiago Carbó me reconvino cariñosamente, dándome un tirón de orejas: el del acelerador era un proyecto lo suficientemente importante como para que ciertas bromas no aplicaran.
Reconozco que no supe cómo tomármelo. Para mí, la ironía y el sarcasmo; la burla y la sátira, son sacrosantos: apelando a la inteligencia del lector, el humor es la mejor herramienta crítica con que la evolución nos ha dotado. Y, sin embargo, qué riesgo encierra…
El pasado lunes, Granada dio un paso más en su consolidación como centro neurálgico de la realidad artificial en España, convertida en capital oficiosa de una disciplina científica de inmensa proyección de futuro: nuestra ciudad acogió la presentación del Plan Nacional de Inteligencia Artificial, durante la que se hicieron necesarios llamamientos a su dimensión ética.
La tentación era muy fuerte. Jugar con el concepto de inteligencia artificial en los robots en contraposición a la burricie natural de los seres humanos de andar por casa. No faltaron chascarrillos alusivos en las redes sociales, faltaría más.
Confieso que, más allá de lo ingenioso o no de los chistecitos de marras, entendí a la perfección a Santiago Carbó: en este caso, el pretendido humor no le aportaba nada al debate ni funcionaba como crítica o llamada de atención. Se agotaba en sí mismo, sin ir más allá de la chanza. Chanza con ribetes políticos, en casos interesados, dado que el Plan Nacional de Inteligencia Artificial fue presentado por el presidente del Gobierno.
No. El humor no debe tener límites. Pero hay que saber manejarlo sabiamente, eligiendo el cómo y el cuándo. El porqué y el para qué. Y, sobre todo, el contra quién. No caer en el chiste fácil y evidente, de trazo grueso, también es un arte.
Jesús Lens