No sé si es el mejor titular para referirnos a las crecidas de los torrentes de Sant Llorenç que, desbordados, se han llevado por delante la vida de doce personas en Mallorca.
Hablo de ello ahora que la tragedia no ocupa titulares y una vez que los miserables y aburridos que insultaron a Nadal por echar una mano estarán buscando a alguna otra persona de relevancia sobre la que volcar su biliosa envidia y su palmaria frustración.
“Un municipio diseñado por un asesino en serie”, podíamos leer en algunas de las informaciones que llegaban desde el corazón del desastre. Y es que Sant Llorenç está situado en una zona catalogada desde 2010 como “área de riesgo potencial significativo”.
De ahí que sorprenda enormemente que la Aemet fuera tan timorata a la hora de calificar el nivel de alerta: pasaron de la amarilla a la naranja… cuando una ola de lodo ya arrasaba el pueblo. Y nunca llegaron a marcar la alerta roja. ¿Por qué? Según la portavoz de la Aemet en Mallorca, habría que mejorar los modelos numéricos de las predicciones, pero dicha aseveración es un magro consuelo para las víctimas y sus familias, que les lloran amargamente.
En ocasiones, los representantes institucionales se muestran críticos con las previsiones de la Aemet en sus comunidades, por considerarlas alarmistas y perjudicar al turismo. La tragedia de Mallorca debería recordarnos que siempre es mejor pasarse que quedarse cortos. Máxime en zonas expresamente catalogadas como de alto riesgo de inundación.
Es complicado prever dónde caerá una gota fría y los efectos que provocará. Lo venimos comprobando en Granada desde final de agosto, con tragedias como la de Riofrío en la que, por fortuna, no hubo que lamentar víctimas mortales.
Sin embargo, sería bueno conocer qué zonas de nuestra provincia están incluidas en el SNCZI, el imposible acrónimo del Sistema Nacional de Cartografía de Zonas Inundables, y con qué grado de riesgo. Y también resultaría tranquilizador saber que la Aemet las tiene en consideración a la hora de trabajar con sus alertas.
Llevamos años y años oyendo hablar de los riesgos de la Inteligencia Artificial. ¿No sería magnífico que se utilizaran sus recursos a la hora de determinar con precisión los diferentes niveles de alerta por lluvias, nieve y fenómenos costeros? Que hablar de la Cuenca del Genil, así al bulto, resulta demasiado amplio y genérico.
Jesús Lens