Venga. Confiese. ¿Cuáles son sus propósitos para esta vuelta al cole? Porque, tengamos la edad que tengamos, estos días todos regresamos a las aulas, real o metafóricamente.
El reiterativo desplome de las temperaturas –cuando cogemos un latiguillo, lo explotamos hasta el hartazgo- la llegada de las primeras lluvias, el acortamiento de las tardes y esos amaneceres cada vez más tardíos; invitan a la reflexión, tras el ajetreo propio del verano. Y la reflexión nos lleva, inmediatamente, a hacernos buenos propósitos, a trazar planes y a tomar decisiones, sean más o menos drásticas y/o revocables. y a uno de estos propósitos dedico mi columna de hoy de IDEAL.
Por ejemplo, además de estar comprometido a perder un par de kilos o diez y a mejorar mi inglés, dos clásicos por excelencia de estas fechas; me he propuesto ir más al teatro.
El tema del cine lo llevo bien. La música y los conciertos, gracias a la asociación Ool Ya Koo y a la dinamización de Cervezas Alhambra, también. Con los libros y los tebeos mantengo una sana y amigable relación. Pero el teatro… ¡Ays, el teatro!
Y, sin embargo, el origen de todo está en ese teatro donde cada representación es única y diferente. Una película o un libro te pueden decir cosas distintas, dependiendo de cuándo la veas o lo leas, pero son objetos inmutables. Una obra de teatro, sin embargo, aunque el libreto y los actores sean los mismos, se reinventa cada noche, como si se interpretara por primera vez y en exclusiva para el puñado de privilegiados espectadores que se sientan en la platea.
Yo siempre he tenido una complicada relación de amor/odio con el teatro. Al ser un cinéfilo consumado, me cuesta creerme lo que ocurre en un escenario que, por bien decorado que esté, nunca es tan creíble como la ambientación de una película. Y ahí radica mi problema: en ser incapaz de separar un arte del otro. La comparación, siempre cruel y odiosa…
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, el abuso de los efectos digitales en el cine está consiguiendo que me acerque más a un tipo de narración descarnada y austera en la que priman el guion y los actores, por encima de cualquier otra consideración. ¿Y no es precisamente eso lo que ofrece una buena obra de teatro? Un texto y un puñado de personas, dejándose el alma en el escenario.
Jesús Lens