El ser humano es contradictorio por naturaleza. Nos pasamos la vida ridiculizando a los deportistas que responden a cualquier pregunta con tópicos como “el fútbol es así” o “lo he dado todo en la cancha”. Sin embargo, en cuanto uno de ellos se sale del guion marcado y expresa una opinión diferente a la nuestra, le llueven críticas furibundas por meterse donde nadie le llama… y no tener ni puta idea, faltaría más.
Ha pasado hace unos días, cuando Rafa Nadal expresó una opinión, respondiendo a un periodista: con todo lo que ha pasado en España en los últimos meses, a él le gustaría volver a votar. Ni más ni menos. A partir de ahí, la pelotera, rematada con la guinda puesta por Isidro López, diputado de Podemos en la Asamblea de Madrid que aprovechó la coyuntura para tuitear la siguiente perla: “Nadal quiere elecciones. A mí sin embargo me gustaría que dejase de practicar un tenis soporífero, defensivo, hipermusculado y pasabolas”.
Como ustedes comprenderán, el ganador de once Roland Garros no necesita que este juntaletras le defienda como jugador de tenis, faltaría más. El tuit, sin embargo, es muy indicativo de un modelo de indigencia mental que, por desgracia, cada vez está más extendido. Se basa en el pecado capital de los españoles, como bien lo definió el gran Fernando Fernán Gómez: el desprecio. Que no la envidia.
Un envidioso daría su brazo derecho por tener la izquierda de Nadal. El pobre y miserable despreciativo, sin embargo, se califica a sí mismo llamándole “pasabolas”. Es lo mismo que ocurre con Bardem: mucha gente que no comulga con sus opiniones sostiene que es un actor sobrevalorado. Y de ahí a criticar que el cine español es malo, así a bulto, solo hay un paso. ¡Qué se habrán creído esos directorzuelos y actorcillos, tan críticos y reivindicativos!
Detesto el simplismo excluyente de la figura del repartidor de carnés de excelencia profesional vinculados a la “pureza” ideológica, incapaz de diferenciar las múltiples dimensiones de las personas y, sobre todo, de admitir y tolerar opiniones diferentes a las suyas.
Jesús Lens