Ahora que se ha terminado el Mundial, ¿con qué tratarán de hacernos sentir culpables en las Redes esas personas que nos acusan de prestar atención al balón y no al conflicto en Gaza?
Es curioso: sin apenas haber prestado atención al Mundial, yo también me siento culpable. A fin de cuentas, y aunque haya pasado olímpicamente del fútbol, me acuso de haber estado escuchando jazz, yendo a conciertos y disfrutando del Festival de Música y Danza; de Tomatito, del Carmina Burana y de Bobby McFerrin.
Me acuso de haber estado en Atarfe, en el Jazz en el Lago y de estar pensando en subir a Etnosur el próximo viernes, antes de bajar al Jazz en la Costa de Almuñécar, el sábado.
Sí. Yo soy culpable.
También soy culpable de haber estado leyendo las últimas novelas de Nerea Riesco y de Ismael González Biurrun mientras las bombas del ejército israelí caían en Gaza, matando en los últimos días a más de cien palestinos, incluyendo a varios niños.
Es cierto que leo en los periódicos la información de las agencias y los corresponsales y que me estremezco con las imágenes que nos llegan del enésimo conflicto en Oriente Medio. Porque la situación en Siria e Irak también parece estar bastante jodida, ¿verdad?
Y, aun así, me he ido al cine.
Soy culpable.
Me distraigo con banalidades mientras caen las bombas.
Por cierto, ¿hemos hablado del último brote de ébola, que está matando a cientos de personas? ¿Y de las violaciones de niñas en India? ¿Y las niñas secuestradas en Nigeria? Creo que no. Lo que es el alzheimer, ¿verdad? Hace ya tiempo, además, que el drama de las pateras no ocupa mi atención. Es decir, leo en IDEAL las noticias sobre los rescates y veo las galerías de fotos que publicaron este fin de semana, junto con las historias de algunos de los inmigrantes que han llegado a nuestra tierra, pero luego voy al bar y me tomo unas Alhambras con callos, así como el que no quiere la cosa.
Sí. Es cierto que sigo siendo socio de Amnistía Internacional o la Casa del Agua de Coco; pero no veo tantos telediarios como series de televisión. Y me siento culpable.
Quizá no tanto como algunas personas que, inmediatamente antes o después de hablar sobre el Mundial en sus muros y timelines; publicaban esas imágenes autoflageladoras de críticas a los futboleros que estaban pendientes del balón, y no de las bombas.
Por no hablar de quiénes han hablado bien del fútbol practicado por la Selección Nacional Alemana que, ya se sabe, Angela Merkell estaba allí, vigilante. Y hablar bien de Klose y Müller es, de facto, apoyar la política de recortes de la Troika comunitaria.
¡Menos mal que yo quería que ganara Argentina! No por nada, sino por amistad. La amistad de amigos como Rolo, Guillermo, Martín, Marcelo, Carlos o Matías hacía que prefiriera el triunfo de la albiceleste; aunque creo que no pensé en las políticas de Cristina a la hora de sentir esos afectos.
Esto, menos mal, me hacía sentir algo menos culpable.
Se ha terminado el Mundial. Pero mi atención sigue atenta a lo que pasa en la NBA y al fichaje de Gasol por los Bulls. Es cierto que también estoy siguiendo el tema de las primarias del PSOE y el desembarco de Pablo Iglesias en el corazón de la Europa comunitaria, pero todo eso, en comparación con las bombas; también es intrascendente y debería hacerme sentir culpable. Aunque algo menos. ¿O no?
Y lo peor de todo es que ando pensando en las vacaciones.
Joder.
Y pienso en las vacaciones mientras no leo en ningún sitio, en ningún medio, en ningún muro, en ningún timeline de ninguna red social que, ahora mismo, un niño ha muerto de sed y hambre en África.
Y que, en el tiempo en que tú has tardado en leer esta frase, que vienen a ser aproximadamente y dependiendo de la rapidez con la que leas, unos ocho segundos; otro niño ha muerto.
Porque en el mundo muere una persona cada ocho segundos, de hambre y de sed.
¿Y eso? ¿Debería hacerme sentir más o menos culpable que lo otro?
No. No hay unos niños muertos más importantes que otros. Pero en este mundo de contradicciones en el que vivimos, el simplismo y el maniqueísmo que nos rodean resultan cada vez más estupefacientes y aterradores.
Jesús Lens