Es duro encontrarte solo, en mitad de una vaguada, muy cansado tras doce exigentes kilómetros de trail de montaña… sabiendo que todavía te quedan diez más para llegar a meta.
A la vez, es precioso hallarte solo, corriendo por una estrecha vereda con la vertiginosa montaña a la derecha y el profundo valle a la izquierda, con unas impresionantes vistas de Ítrabo y Molvízar y, al fondo, el mar.
Duro. Muy duro el trail de Ítrabo. Precioso recorrido, sin embargo. Y es que ambas cosas suelen ir aparejadas. La belleza y la dureza. Al menos, hablando de la montaña: cuanto más cuesta alcanzar un objetivo, más impresión provoca la recompensa que te depara al conquistarlo.
Ayer recorrí solo buena parte del muy duro trail de Ítrabo. En la cola, por supuesto. Tras un problemilla de salud que me asaltó hace diez días, estuve dudando hasta el último momento si ir a correr o quedarme en casa. Finalmente decidí bajar a la costa granadina en el convencimiento de que haría el mini trail, sin exigirme demasiado.
Pero la cabra tira para el monte y, cuando apareció el desvío que separaba la ruta larga de la corta… me tiré por la larga. Que era la que ascendía a lo alto de la montaña, por trochas y veredas. La que recorría una preciosa acequia y nos regalaba kilómetros y kilómetros de estrecha senda casi cubierta de vegetación.
El día había amanecido nublado, pero a la hora de la salida había despejado. En lo alto de la sierra, sin embargo, viendo pasar los jirones de niebla mientras solo se escuchaba el ulular de viento y el grito altivo de alguna rapaz que sobrevolaba el valle, sentí momentos de zozobra. Sobre todo, cuando comenzó a tronar. A lo lejos.
Lo sé. Soy muy peliculero, pero bajar por una cañada en dirección al pueblo, viendo en lontananza cómo el humo de las chimeneas asciende hacia el cielo mientras escuchas el ladrido de un perro que responde al disparo de algún cazador… ¡es muy de western!
Lo bueno que tiene correr el último, sin prisas, una carrera dura, larga y hermosa como la de Ítrabo, es que te permite detenerte en los miradores y disfrutar de un paisaje espectacular. Y charlar tranquilamente con los amables voluntarios que, salpicados por todo el camino, te impulsan con su ánimo. ¡Volveremos!
Jesús Lens