Ahora que tantos escritores se han volcado en la autoficción, ahora que los galardones literarios más señeros premian la autoficción, ahora que los anaqueles de novedades de las librerías se pueblan de autoficción; ¡ahora!, los padres de la autoficción, los autores con más amplio recorrido en la autoficción, los escritores que han sentado los cánones de la autoficción… reniegan de la autoficción.
Hace un par de semanas era Emmanuel Carrere quien lo declaraba, a voz en grito, en Babelia: “Estoy harto de la escritura autobiográfica”. Y ayer, en el mismo suplemento literario, era Javier Cercas quien abjuraba del género que le dio fama, fortuna y reconocimiento: “Los relatos reales para mí son pasado”.
A mí, la única autoficción que me ha interesado es la relacionada con el género negro. Por ejemplo, me impresionó sobremanera ‘El dolor de los demás’, de Miguel Ángel Hernández, con el autor convertido en personaje de una trama tremebunda de la que fue testigo e, indirectamente, actor secundario.
También me interesa la autoficción que sirve para fabular sobre las películas que hemos visto o hemos creído ver; sobre los libros que hemos leído o hemos soñado con leer. O con escribir. Con las arrugadas fotografías en blanco y negro, el eco lejano de las canciones antiguas, los tebeos apenas abocetados y los personajes que pugnan por escapar de los estrechos marcos de un cuadro. Pero nada más.
Como voraz lector de literatura de viajes y fervoroso defensor del género de aventuras, la autoficción del siglo XXI me parece, por lo general, un vacuo ejercicio onanista que solo sirve para acreditar el cansancio y el aburrimiento del egocentrismo occidental.
Además, tengo la sensación de que la autoficción será víctima colateral de la pandemia. Se trata de un género introspectivo que mira y remira hacia dentro, algo que todos llevamos haciendo durante estos últimos meses de forma más o menos (in)voluntaria.
Meses de tiempo suspendido en que pasear por el pasillo solo nos conducía al pasado y al recuerdo de la infancia y la juventud perdidas. Meses en que asomarse a la ventana era contemplar la cotidiana existencia de los vecinos de enfrente, tan parecida a la nuestra. Y ya está bien. ¿Diarios de la pandemia? No, gracias. ¡Bastante he tenido ya con soportar mi propio enclaustramiento como para adentrarme en el los demás!
Prefiero imbuirme de naturaleza, aire libre, horizontes lejanos, paseos y caminatas; ríos, lagos, mares y montañas.
Jesús Lens