Cuando empezamos a preparar la primera edición de Granada Noir, Festival multidisciplinar con el género negro como protagonista, una cosa estaba clara: tenía que haber jazz.
Porque un Festival sin música es menos Festival. O, al menos, mucho menos completo y divertido que uno bien cargado de ritmo, corcheas y pentagramas.
Y tenía que ser jazz, por supuesto.
La música negra por antonomasia y el cine negro vienen conviviendo en pantalla prácticamente desde los orígenes del sonoro. Y es lógico que sea así, más allá de por lo puramente cromático y estético: ambos géneros comparten la misma atmósfera inquietante, sugerente e intrigante. Los matices y los claroscuros. La textura. El ambiente.
El brillo de los metales, iluminados por los focos sobre un escenario, refulge como el de una pistola iluminada por una farola, en un oscuro callejón.
La cadencia del contrabajo es la pulsión del gángster que se siente acorralado y la batería es pura violencia desatada; disparos que hieren el silencio de la noche.
La trompeta y el saxo, en fin, como lamentos profundos e insondables de los desheredados de la fortuna a los que la mala suerte no deja de perseguir.
Sí. El jazz y el género negro están hechos el uno para el otro y constituyen uno de esos maridajes sinestésicos que no se terminan nunca.
(Sigue leyendo en la web de Granada Noir la historia de este primer concierto…)
Jesús Lens