Cultura y Memoria Histórica

Esto se va terminando, gente, pero aún no se ha acabado del todo, como cantaba Robe en su directo con Extremoduro. Todavía quedan procesiones para los más fervientes devotos y horas de sol para los playeros y/o montañeros. Mañana, eso sí, de vuelta a la normalidad, si tal existiera. Para evitar cualquier atisbo de melancolía, la Diputación de Granada nos hace una oferta imposible de rechazar: Manuel Borja-Villel y Justo Navarro mano a mano en la que a buen seguro será una apasionante conversación.

Así arrancan dos meses de excitante programación cultural en torno a las VIII Jornadas de Memoria Histórica impulsadas por la Diputación. Veinte actividades que incluyen cine, conferencias, música, teatro, exposiciones y cómic. Mucho cómic. ¡Qué bien! (AQUÍ, toda la información).

Espectacular la nómina de personalidades que pasarán por Granada para reflexionar sobre “el importante papel jugado por el ámbito cultural en la historia contemporánea de España”, en palabras de Fátima Gómez, diputada de Cultura y Memoria Histórica. Para empezar, como les decía, el controvertido director del Museo Reina Sofía conversará con el escritor Justo Navarro, recién elegido director del Centro Andaluz de las Letras, una de esas buenísimas noticias para quienes amamos el mundo de los libros. ‘Memoria y representación’ es el título de la charla, lo que ya nos hace abrigar las más altas expectativas.

A partir de ahí, nombres como los de la directora Gracia Querejeta, el crítico Carlos F. Heredero o el presidente de la Academia del Cine, Fernando Méndez-Leite traerán propuestas de debate y reflexión sobre el séptimo arte. Y ojo a una conversación triangular que tendrá mucho de emotivo y sentimental: ‘Olvidos de Granada. Significado y repercusión ciudadana’, con Javier Benítez, Ramón Repiso y Alfonso Salazar; sobre la mítica revista cultural.

Las exposiciones que habrá en cartel también prometen emociones fuertes. Por ejemplo, ‘La Desbandá, 1937. De Málaga a los Pirineos’, sobre uno de los episodios más dolorosos de la Guerra Civil. Otro día les hablo de la programación en torno al cómic, que traerá a sabios y talentazos como Antonio Martín, Jaime Martínez (que firmará en la caseta de Librería Picasso en la Feria del Libro), Teresa Valero o Antonio Altarriba & Kim. ¡Casi nada al aparato!

Jesús Lens

Justo Navarro regresa a ritmo de jazz

El comisario Polo debía estar cansado. Se había metido 2500 kilómetros de tren entre pecho y espalda. Granada-Madrid-Barcelona-Milán-Bolonia. Cuatro días de viaje. Llegó a la muy culta y universitaria ciudad italiana el domingo 1 de junio de 1947 y apenas cuatro días después, en plena celebración del Corpus Christi, fue testigo del asesinato de un polaco.

“Era el año del boogie: Lucky, Camel, Hollywood boogie, Bologna boogie! Tutti in danza! ¡A bailar todo el mundo! Compás de cuatro por cuatro. Piano, contrabajo, guitarra, saxo, trompeta, batería. Marcaba el paso la mano izquierda del pianista, paseaba la derecha por las notas agudas, el contrabajo insistía, ritmaba la guitarra, exorbitaba y bramaba la trompeta, acompañaba el saxo, el baterista hacía malabarismos con las baquetas y los pedales del bombo y del charles. ¡A bailar! Tutti a ballare nella Terrazza Celeste!”.

Así comienza ‘Bologna Boogie’, la novela más reciente del escritor granadino Justo Navarro, publicada por la editorial Anagrama. Es la tercera entrega de la serie protagonizada por el inspector Polo, convertido ya en uno de los personajes de referencia del género negro español del siglo XXI.

A Polo le conocimos en la ‘Gran Granada’ de comienzos de los años 60, cuando ya era muy mayor. Pero el que tuvo, retuvo. Rejuveneció en ‘Petit París’, cuya trama transcurre en la capital francesa tomada por los nazis durante la II Guerra Mundial. Y ahora le descubrimos en la Italia de posguerra, en un momento histórico particularmente delicado y convulso.

Polo ha ido a Bolonia en busca de Guillermo Sola Bosch, profesor de Derecho de la Universidad de Granada y residente en el famoso Colegio de España. Porque Sola ha desaparecido sin dejar rastro, como suele decirse. Aunque, la verdad sea dicha, algún rastro sí ha dejado. Una huella. Una impronta. La de ser un buen católico, por ejemplo. Y la de gustarle el jazz. Y alguna otra que Polo irá descubriendo a lo largo de las tres o cuatro semanas que pasará en Bolonia.

Un par de consejos antes de sumergirse en la sincopada lectura de ‘Bologna Boogie’: busquen ratos largos de lectura. Porque el ritmo que le imprime Justo Navarro a su prosa hace que, como los buenos conciertos de jazz en uno de esos tugurios a los que se accede bajando unas escaleras, el ambiente se vaya caldeando con el paso del tiempo.

Y échenle un ojo en una buena enciclopedia, virtual o física, a la historia de Italia en los años inmediatamente posteriores a la II Guerra Mundial. Busquen el nombre de Salvatore Giuliano, por ejemplo. Pero no vean la horripilante película que le dedicó Michael Cimino, eso sí.

‘Bologna Boogie’ es una nueva genialidad de un Justo Navarro en estado de gracia que combina sabiamente el género negro con el género clásico de espías. Un híbrido que funciona a las mil maravillas. Si el gigantesco Polo es un héroe del noir clásico, secundarios como Carolina Munt o Bernagozzi podrían protagonizar las intrincadas tramas de John le Carré o Graham Green sin despeinarse.

Porque Bolonia, como toda Italia, al final de la II Guerra Mundial, se había convertido en un lugar tan apasionante como conflictivo donde empezaban a jugarse los primeros movimientos de esa larga partida de ajedrez conocida como Guerra Fría. “Me honra usted considerándome un idiota. Se ve que soy bueno en mi oficio: llevo treinta años dedicado a enterarme de los secretos ajenos, pero lo hago tan bien que los interesados, usted mismo en este momento, piensan que soy un idiota y no me entero de nada”, dirá uno de los personajes, que bien sabía de lo que hablaba.

Dejo aquí esta reseña, de momento. Que me han dado unas ganas locas de volver a ver ‘Novecento’. Vayan ustedes leyendo ‘Bologna Boogie’ y retomamos esta conversación en unas semanas.

Jesús Lens

Granada y la ficción Noir

Gracias a la Diputación de Granada, institución que predica con el ejemplo y apoya, de verdad, las diferentes manifestaciones culturales de nuestra tierra, Granada Noir visita estos días los pueblos de Beas de Guadix, Víznar, Salobreña e Iznalloz.

En años anteriores hemos proyectado y conversado sobre ‘El silencio de los corderos’ o ‘Ascensor para el cadalso’. También hemos difundido el libro ‘El proxeneta’, de Mabel Lozano, y proyectado ‘Chicas nuevas 24 horas’, para concienciar sobre la trata para la explotación sexual de las mujeres.

En esta ocasión, el programa que llevamos invita a descubrir Granada como escenario para la ficción negra y criminal desde la óptica del cine, la novela y el cómic. Una invitación, también, a reflexionar sobre la importancia que para la economía de nuestra provincia tendría que la provincia se convirtiera en plató cinematográfico y televisivo a gran escala.

Resulta de lo más satisfactorio, por ejemplo, compilar en una charla a autores como Alfonso Salazar, Juan Torres o el I Premio Granada Noir, Juan Madrid, residente en Salobreña, que le hace guiños a su pueblo de adopción en sus novelas siempre que puede. También hablaremos de la adaptación cinematográfica de ‘Días contados’, una soberbia y durísima película de Imanol Uribe en la que Granada es sinónimo de amor loco y romántico, con nuestro querido hotel Alhambra Palace como escenario esencial para una de las secuencias definitivas de la película.

Justo Navarro, que fue uno de los invitados destacados de Granada Noir 5, convierte a Granada en escenario clave de ‘Petit París’ y ‘Gran Granada’, por supuesto. El personaje principal de estas dos novelas, el comisario Polo, es uno de los mejores policías de nuestra ciudad y ya se apresta a visitar la Italia fascista en la tercera entrega de la trilogía.

Una particularidad: Justo Navarro presentó sus novelas en el Gran Café BibRambla, uno de los locales favoritos de su personaje por antonomasia. Fue bonito reunirse al calor de unas Especiales de Cervezas Alhambra a disfrutar del magisterio de Justo Navarro y José María Pérez Zúñiga en el mismo lugar por el que pasó el comisario Polo hace 50 y hasta 80 años. Es lo que tiene un establecimiento con más de 100 años de historia atesorada. Por cierto que el Cordero Polo, la tapa preparada por la cocinera del Gran Café, causó sensación entre el público que abarrotó el exquisito local art decó.

Por cuanto al cómic, ‘La araña del olvido’, de Enrique Bonet, es una auténtica máquina del tiempo que nos conduce a la dura posguerra, a los años 50 en los que Agustín Penón trató de encontrar los restos de Lorca. Un tebeo prodigioso que Granada Noir ha regalado a varias de decenas de autores invitados al festival para que conozcan la historia de un Penón del que, el próximo año, se celebra su centenario. ¿No sería bonito que la efeméride se hiciera coincidir con la ansiada recuperación de su mítica maleta, cuyo destino actual es una entelequia, tras el fallecimiento de su última depositaria, Marta Osorio, hace dos años largos ya?

Y está el cine, una industria que mueve millones de euros. De los errores más garrafales cometidos por los políticos de nuestra tierra, el desmantelamiento de la Granada Film Comission por parte del PP ocupa un lugar de privilegio.

El cine, además de potenciar los escenarios de rodaje como lugares de impacto turístico —busquen información sobre el efecto de la filmación de ‘Juego de tronos’ en Croacia o en San Juan de Gaztelugatxe y Sevilla, sin ir más lejos— es un negocio en sí mismo.

Una semana de rodaje supone miles y miles de euros en el sector de la hostelería y los servicios, de hoteles, restaurantes y catering a empresas de alquiler de coches, maquilladores, peluqueros, electricistas y demás técnicos imprescindibles para hacer funcionar la máquina de los sueños.

La Casa del Desierto de Gorafe y, por extensión, todo el Geoparque, se han convertido en lugar de peregrinación desde que aparecieron en un episodio de la última temporada de ‘Black Mirror’, en Netflix. Sobre todo, entre el turismo extranjero.

El rodaje de ‘Intemperie’, por su parte, puso el cartel de ‘Lleno’ en los hoteles de la Zona Norte de Granada, como tuve ocasión de experimentar hace dos agostos, cuando transité en mi Verano en Bermudas por Orce, Galera y alrededores y me resultó misión (casi) imposible encontrar una habitación para dormir.

De haberle dado continuidad a la Film Comission, Granada sería ahora tierra de cine y, gracias a su diversidad paisajística, acogería rodajes de forma continua a lo largo de todo el año. Se habría creado una infraestructura técnica y artística y las productoras no tendrían que traerse de Málaga o Sevilla hasta a las personas que controlan el tráfico durante las filmaciones. Pero la visión de futuro de algunos es así de cortita…

Jesús Lens

Los escenarios de la Granada más Noir

¡Cómo me gusta leer novelas policíacas en las que Granada se convierte en marco, en escenario de las tramas más negras y criminales! Lo comentábamos hace unas semanas, cuando descubrimos al mítico detective Pepe Carvalho soñando con el restaurante de Álvaro Arriaga y sus vistas de la Vega, desde lo alto del Museo Memoria de Andalucía. (Leer Aquí)

En “Problemas de identidad”, Carlos Zanón juega con Carvalho, arrebatándoselo a Manuel Vázquez Montalbán para hacerlo suyo. Así, se lo lleva de tapas por bares chinos y le hace comer una tortilla de patatas de las de toda la vida. ¿Y adivinan ustedes qué cerveza, bien fría, pide en las terrazas de los bares de Barcelona? Nuestra Alhambra, efectivamente, como ya hacía el protagonista de “Taxi”.

Granada se va convirtiendo, poco a poco, en uno de los grandes escenarios de la novela negra contemporánea. Aquí recordamos que los niños protagonistas de “Los tigres de cristal”, de Toni Hill, una de las grandes novelas del 2018, encuentran en Montefrío un trasunto del paraíso perdido. (Aquí otro reportaje en el mismo sentido)

Y está el detective del Zaidín, de Alfonso Salazar. Y la aguerrida Ada Levy, la motera protagonista de las primeras novelas policíacas de Clara Peñalver. Y Narváez y Molina, los investigadores encargados de desentrañar el misterioso “Asesinato en la Alhambra”, de Juan Torres Colomera.

Recuerdo una larga conversación, precisamente con Juan. Pasamos un buen rato debatiendo si en una novela deben aparecer lugares reconocibles de las ciudades en las que transcurre la acción o si es mejor inventárselos. Si le da más verosimilitud a una historia citar nombres comerciales existentes o si la hace más universal utilizar expresiones genéricas.

Personalmente, soy proclive a la citar marcas, nombres y establecimientos. No es lo mismo que un personaje lea el periódico a que lea el IDEAL. Que vaya al cine o que entre en el Madrigal. Que se beba una cerveza o que pida una Alhambra Especial. Que entre a un supermercado o que compre en un Covirán. Son detalles que, bien dosificados, contribuyen a definir a los personajes y a hacer más creíbles y cercanas las historias, sin caer en localismos reduccionistas o en rancios provincianismos.

Lo he vuelto a comprobar en una de mis lecturas más recientes: la fascinante “Petit París” de Justo Navarro, publicada por la editorial Anagrama. “Polo pasó parte de la tarde de aquel domingo en Foto Lapido, el estudio de la calle Sancti Spiritu con escaparate a la calle Reyes Católicos”.

¿No tiene todo el sabor de lo auténtico esa descripción? Continúa Justo Navarro su narración, un poco más adelante, hablando de una de las fotografías reveladas en Foto Lapido. Una foto en la que aparecen dos personas. Una es el propio comisario Polo. El otro individuo es, todavía, una incógnita.

“Dos hombres disfrutaban en Granada de un día primaveral en la terraza de un café… ¿Podía asegurarse que el individuo de París era el mismo que se sentaba con el comisario en la terraza del Café-Lechería Bib-Rambla?”

Me encantó encontrar al Café-Lechería Bib-Rambla en la novela. En primer lugar, por lo bien que suena, haciéndonos viajar en el tiempo, conduciéndonos a otra Granada diferente, una Granada en sepia. Una Granada de mitad del siglo pasado.

En segundo lugar, porque el referido local sigue abierto: hoy es el Gran Café Bib-Rambla que, fundado en 1907, se ha convertido en uno de los más antiguos y con más solera de nuestra ciudad. Un café con historia. Y con historias. El café en el que, cuando tengo que ir al centro, siempre entro a desayunar. Un café que ahora siento todavía más cercano, más cálido e íntimo; en cuyos veladores buscaré la sombra del comisario Polo cada vez que vuelva.

Insisto: no se trata de localismos o de provincianismo. Cuando el comisario Polo viaja a París y entra en el ABC para ver actuar a Nicole Dermit, se aloja en el Hôtel Barbicane o se toma un Gin & Dubonnet en el Bar-Tabac Hugo; me siento igualmente transportado en el tiempo y en el espacio.

Igual que me ha ocurrido al leer “La luz negra”, de María Gainza, también publicado por Anagrama. ¿Cómo va a ser lo mismo hablar del cementerio de Buenos Aires, de forma genérica, que nombrar a la Recoleta, con toda su carga de belleza y misterio? O cuando la protagonista, siguiendo el rastro de la Negra, entra en “La Biela”, uno de los cafés históricos de la capital porteña. ¡Cuántas sensaciones!

Gran Café Bib Rambla, actualmente

Pero volvamos a Granada. Al Zaidín de Matías Verdón y al paseo guiado que nos dio Alfonso Salazar por las calles de su mítico detective. Recuerdo cómo nos contaba que algunos bares de la Avenida de Dílar se llamaban Neuchátel o Zurich porque sus dueños eran emigrantes retornados que habían reunido el dinero necesario para abrirlos currando a destajo en esas ciudades centroeuropeas. ¿Cómo hurtarles ese poso de autenticidad y realismo, esa carga de sudor, insomnio, frío y kilómetros; a la hora de llevarlos a una novela?

Jesús Lens

 

Gran Granada

En Granada, los años 60 no se recuerdan por el mayo parisino, precisamente. Ni por el Festival de Woodstock, el Flower Power, el rock de la Costa Oeste de los Estados Unidos o la invasión de los hippies.

En Granada, los años sesenta estuvieron marcados por unas terribles inundaciones que cambiaron la fisonomía de la ciudad, dando lugar al nacimiento y consolidación de algunos barrios que hoy son muy populares.

Gran Granada Genil desbordado

Aquellos cambios y alteraciones propiciaron una corriente de especulación urbanística tremebunda, además de afectar a la vida de la gente, por supuesto. Y de todo ello habla “Gran Granada”, una excelente novela negra de Justo Navarro, publicada por la editorial Anagrama, que se abre con la muerte de un abogado en un céntrico hotel de la calle Ganivet.

¿Quién era aquel abogado y qué pintaba en Granada? Y, sobre todo, ¿por qué, tras su muerte, comienzan a morir algunas de esas personas que forman parte de la más conocida Gran Granada? Algunas, por su propia mano…

Máscaras. La “Gran Granada” descrita por Navarro está poblada de máscaras. Y de mascaradas. Sin que sea tiempo de Carnaval. Porque las familias, las parejas y los matrimonios no son necesariamente lo que parecen, como la investigación puesta en marcha por el comisario Polo sacará a relucir.

Gran Granada

El comisario Polo. ¡Qué tipazo! Es llamativo que, necesitando unas gafas de culo de vaso para ver lo más evidente por culpa de su galopante miopía, sea todo un visionario. Que tiene pinchados todos los teléfonos que importan en la ciudad, convencido de que el desarrollo de la tecnología será fundamental para las investigaciones policíacas. Un Polo que también vaticina la importancia de la televisión, que podría ser una inmejorable aliada a la hora de controlar las mentes de los ciudadanos. Aunque no sé yo si él pensaba en la telebasura, precisamente…

En “Gran Granada”, Justo Navarro hace una excepcional disección de una sociedad que se balancea entre las ansias de cambio y la contumaz realidad que lo hace imposible. Dos Granadas que chocan entre sí de forma inmisericorde.

Gran Granada Justo Navarro

Una Granada culta, amante del arte y la historia, avanzada y tolerante, se enfrenta a una Granada obtusa que solo mira hacia atrás, asustada por los cambios que se vislumbran en el horizonte. Una Granada reaccionaria y rancia, cateta y violenta, que solo piensa en el dinero. En el dinero fácil. Que suele ser el dinero más sucio. Y el que con más insistencia exige estabilidad, orden y concierto, como no nos cansamos de leer en las informaciones sobre  la corrupción de cada día.

Y ese choque, la fricción de esas dos Granadas, irá dejando cadáveres en el camino. Y víctimas colaterales. Pero nos servirá para conocer un poco mejor la ciudad en la que vivimos. Porque de los barros provocados por las inundaciones de los sesenta vienen algunos de los lodos en los que todavía estamos enfangados, cincuenta años después.

Gran Granada Noir

Y si no me creen, busquen un documental que, aparentemente, no tiene nada de negro y criminal: “Sacromonte, los sabios de la tribu”, dirigido por Chus Gutiérrez, coautora del guion junto al narrador de la historia, Curro Albaicín. Ahí verán cómo, tras las inundaciones y aprovechando la ruina que provocaron, el famoso barrio de los gitanos fue arrebatado a sus históricos moradores, provocando un auténtico cataclismo en el mundo del flamenco granadino.

Los reasentamientos de los antiguos moradores del Sacromonte en distintos barrios de la ciudad terminaron por disgregar a una comunidad que, dispersa y alejada de sus cuevas y sus zambras, dejó de ser lo que era.

Gran Granada IDEAL

Y en estas estábamos cuando Franco decidió visitar Granada, tras las inundaciones. Lo que provocó otro terremoto, como Justo Navarro describe en “Gran Granada”. Porque hubo muchos fallos en la organización de aquella visita. Incluyendo una antigua pistola extraviada… que podría ser usada en un atentado.

Gran Granada Patria

Una novela de tanto alcance como “Gran Granada”, además de contar una historia de crímenes, robos de arte y especulación, nos descubre una ciudad que fue y que, por fortuna, ha quedado muy difuminada. Aunque todavía queden resabios, en ciertas actitudes. Una novela, en fin, que nos anima a bucear en el urbanismo local. Empezando por la calle Ganivet.

Pero todo ello ya formará parte de otra historia…

Jesús Lens

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