El pasado sábado, cerca de las nueve, a la hora en que uno sube de la playa para disfrutar de la cerveza fresquita, una gran columna de humo nos alarmó a los vecinos de la Chucha. Mi hermano y yo agarramos las bicicletas y tiramos carretera arriba, que teníamos meridianamente claro dónde estaba el incendio.
Al borde de la carretera N-340 que conecta Carchuna con Calahonda, muy cerca del túnel de Sacratif, las llamas se elevaban de forma tan poderosa como amenazante. Soplaba un fuerte viento de Poniente que convertía la situación en más inquietante aún. Por fortuna, la propia carretera hacía de cortafuegos. Un vecino regaba con una manguera doméstica los alrededores de las dos viviendas situadas más próximas a un incendio que no tardó en estar controlado gracias a la rápida intervención de los bomberos de Motril y miembros del Infoca.
Impresiona ver a los profesionales bajarse de sus camiones y, en fila india, encaminarse con decisión hacia el corazón del fuego para enfrentarse a él con tanta cautela como coraje y valentía. Vean la película gallega ‘O que arde’, de Oliver Laxe, para ponerse en situación.
Y luego están los mamones que prenden la llama. En este caso, tres chaveas. Dos críos y una cría adolescentes que encendieron hasta tres fuegos distintos y que, descubiertos por una familia de paseantes, huyeron corriendo carretera abajo. Me resisto a llamarles pirómanos, una palabra demasiado importante como para aplicársela a esos cretinos.
Frente a ellos, esa familia que consiguió apagar dos de los focos con el agua que llevaban en sus botellas y con sus propios pies, pero que vieron impotentes cómo se descontrolaba el tercer fuego sin poder hacer nada por evitarlo, más allá de avisar con presteza a las autoridades.
En situaciones así se dan la mano lo peor y lo mejor de cada casa. Los imbéciles sin remedio con los héroes anónimos que sí tienen lo que hay que tener, además de sentido cívico.
Por fortuna, el incendio quedó extinguido apenas dos horas después de declararse. En estos casos, uno se agobia pensando en lo que pudo pasar y, por fortuna, no pasó. Se alarma al imaginar que el fuego hubiera cruzado la carretera para prender el entorno de las viviendas allí situadas, el monte de alrededor y los invernaderos próximos. Se consuela al volver a casa y, después de echar la ropa ahumada a la lavadora, tomarse aquella cervecita pendiente.
Jesús Lens