Monumental. La última novela de Víctor del Árbol es monumental, totémica y espectacular. Y no solo porque se trata de un tocho (en el mejor sentido de la palabra, en absoluto peyorativo) de 650 páginas; sino por la ambición de su planteamiento, abarcando cerca de un siglo de historia(s), repleto de personajes y sagas cuyas vidas, aventuras y desventuras están condenadas a encontrarse, cruzarse y enfrentarse, una y otra vez.
Todo comienza hoy. O ayer. A comienzos del siglo XXI. En 2001. Advertencia: una vez que el lector termine el prólogo, ya no podrá dejar de leer “Un millón de gotas”. ¿Queda claro? Porque el prólogo es tan brutal que te sacude como un puñetazo en pleno rostro. Uno de esos ganchos que te elevan hasta las nubes. De las que Víctor del Árbol ya no te dejará bajar hasta que, anhelante y entusiasmado, llegues al final de una historia increíble. Por inaudita. Por insospechada. Por sorprendente. Por su radical ausencia de maniqueísmo.
Pero empecemos por el principio. Y al principio nos encontramos a Gonzalo, uno de esos abogados que nunca quiso serlo. Pero que ahí está, llevando casos civiles, separaciones matrimoniales y divorcios. También aparece Laura. Policía. Una Laura que lo primero que hace, apenas la hayamos conocido, es suicidarse. A esas alturas, sin embargo, ya tenemos noticias de Zinoviev. Y de un tal Siaka. Y de Alcázar. Y todo ello, en apenas un puñado de páginas que ya nos han puesto al rojo vivo… antes de que el autor nos embarque en un súbito viaje espacio-temporal:
Moscú. 1933.
Y será allí donde tendremos las primeras noticias de Elías Gil, el auténtico y verdadero protagonista de la novela. ¿O no? ¿Es él, realmente, el protagonista?
En realidad, da igual. Porque hablamos de una novela en la que el peso de la historia –no es una expresión baladí -se reparte entre muchos y variados personajes. Lo que en cine describiríamos como un reparto coral. Personajes que pertenecen a estirpes solo aparentemente muy diferentes y alejadas entre sí, repartidas entre la Unión Soviética, Francia y España.
El peso de la historia. Y su paso. Lento, cruel y sinuoso. La historia, que sí que hace rehenes. Y se cobra un rescate por ellos. Rescates, a veces, muy elevados. Muchísimo. La historia. Que nunca es como nos han contado. Los unos y los otros. ¡Ay, la historia, llena de historias! Y de cuentos.
De verdad. Lean “Un millón de gotas” y sientan cómo se escribe la historia. Y no. La historia no siempre la escriben los vencedores. ¡Eso les gustaría a ellos! Y no. No se van a perder en su abigarrada trama, como podrían pensar al leer esta caótica reseña.
La sólida arquitectura con la que Víctor del Árbol ha construido su novela y la agilidad con la que cuenta las múltiples historias que la componen, permiten que el lector esté permanentemente situado y ubicado en la trama, en los diferentes tiempos y en los diferentes espacios. Y eso que se va a encontrar con sorpresas. Muchas sorpresas. Múltiples y variadas.
En la última Semana Negra a la que acudí, recuerdo que Sergio me recomendó vivamente que leyera “La tristeza del samurai”, asegurándome que era grandiosa. Otra de las novelas de Víctor del Árbol, “Respirar por la herida”, también cosechó loas y parabienes de los lectores más exigentes. Ahora me arrepiento de no haberles hecho caso.
En realidad, las lecturas son libres y no pasa nada por empezar según qué casas por el tejado. Así que me comprometo a leer las anteriores novelas de un autor que –más vale tarde que nunca –se ha convertido en mi mejor descubrimiento del este año literario 2014.
Jesús Lens