Cuando me asomé a la terraza y vi que mi nueva vecina salía del portal y se abrazaba al árbol, pensé que era una chica diferente.
Desde luego, la chica tenía buen ojo: se trataba de un majestuoso castaño del que todo el barrio nos sentimos especialmente orgullosos.
Ya me imaginaba el percal: olor a incienso y campanitas sonando en la terraza, mecidas por el viento. Alimentación macrobiótica y música de relajación. Conexión con la naturaleza urbana, formar parte de la madre tierra, sentir la fuerza de la vida palpitante en los elementos…
Zen, mucho zen.
Y, seguramente, Tai Chi al amanecer y Yoga a la caída de la tarde.
“Una vecina rarita”, pensé.
“Para variar”, seguí pensando, mientras recordaba a la colombiana desahuciada dos años atrás por no pagar la renta y a aquella otra pájara, detenida por malversación de fondos. Por no hablar de la aulladora…
“Rarita, sí, pero pacífica y tranquila”, me consolé. “La típica Jipi-Piji que consumía productos biológicos y bebía infusiones mañana, tarde y noche. El prototipo de Chica-BBTs, tan sana como insulsa y aburrida”, concluí felizmente mis pensamientos.
A la mañana siguiente, al despertar, me asomé por el ventanal de casa, como solía hacer nada más levantarme.
Me encantan esos amaneceres tranquilos y soleados de principios de otoño en los que el verano no termina de marcharse.
Y cuando me encontré muerto al viejo árbol; seco y consumido hasta el tuétano, como si hubiera sido fulminado aquella noche por un rayo inaudible e invisible, ya no supe qué pensar.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.