En estos tiempos de aburrida sobreprotección y rancia corrección política en los que… (aquí iba un chiste, posiblemente sin gracia, que iba a irritar a muchos lectores, por lo que he decidido suprimirlo en un ejercicio de mesura, también llamado autocensura) nada como un espectáculo de humor salvaje y deslenguado para dar rienda suelta al canalla burlón que todos llevamos dentro.
Esta mañana, en el Palacio de Congresos, dos mil ciudadanos van a protagonizar un radical ejercicio de democracia real y participativa. No. Por supuesto que no se trata de ningún acto organizado por un partido político, con afiliados, simpatizantes y figurantes ondeando banderitas y aplaudiendo a sus líderes a rabiar. Hablamos de “La vida moderna”, el espectáculo en vivo de tres bestias del humor: David Broncano, Ignatius Farray y Quequé.
En la gira de este año, los tres alegres cafres utilizan como leit motiv del show a la gente que se flipa demasiado. A partir de ahí, ponen a parir a todos los -ismos que ustedes se imaginen, del animalismo al feminismo, pasando por el nacionalismo y el terrorismo. Personalmente, me faltó una referencia al veganismo, el pasado viernes, pero tampoco se puede tener todo y al mismo tiempo por el precio de una entrada, ¿verdad?
Les decía que ver en directo “La vida moderna” es un sano e imprescindible ejercicio democrático porque habrá cosas que se digan en el escenario que chocarán con la ideología y la forma de pensar de los espectadores, pero se reirán. Hasta la carcajada y más allá. Y esa risa, salvaje y desprejuiciada, es la que nos hace libres.
También habrá momentos en los que determinados comentarios, chistes, chanzas y comportamientos, no harán ni pizca de gracia a determinadas personas. Y, sin embargo, no pasará nada: rictus serio, un comentario al compañero de asiento diciendo que se han pasado y, al minuto siguiente, una explosión de risa por otro asunto en el que, ahí sí, lo han clavado.
Lo gritaba Farray, mientras nos dispara balines de saliva a los pobres afortunados que teníamos la suerte de estar en primera fila -gracias, Sergio: qué puntazo, ¡NIÑOOOO!-. La democracia es tener la capacidad de escuchar bromas que atentan contra nuestras convicciones más íntimas… y descojonarnos de la risa. O no. Pero seguir allí, las posaderas en el asiento, convencidos de que el espectáculo debe continuar.
Jesús Lens