“Lanjarón no es solo la puerta de la Alpujarra o una larga calle longitudinal por la que pasaba la antigua carretera. Lanjarón no es solo el Balneario o el nombre de un agua mundialmente famosa. Lanjarón es todo eso… y mucho más”.
Amanda habla con torrencial pasión de Lanjarón mientras comemos pausadamente en la encantadora terraza del Hotel Alcadima, que su familia regenta desde hace décadas. Aunque el motivo de mi visita a Alcadima es gastronómico, la conversación con Amanda nos lleva por caminos insospechados, transitando de lo turístico y lo cultural a lo botánico, lo geológico y lo paisajístico. Me recomienda rutas de senderismo, me anima a descubrir el Valle de Lecrín y me desafía a perderme por las calles de Lanjarón, sin prisas.
Es cierto que siempre he venido con bullas a este pueblo. O que he pasado por él, sin detenerme. La última vez, hace un año largo, cuando hice el Cañón Trail, tan arrebatadoramente hermoso, entre el río, las acequias y la Sierra; como duro y complicado, con aquellas curvas de herradura empedradas que me destrozaron un pie.
El equipo de gobierno de Lanjarón, joven y con empuje, organiza pruebas deportivas como el Trail o el circuito de bicicleta de montaña, para atraer a un público distinto a la localidad. O el Lanjarock, recién terminado.
Le hago caso a Amanda y camino por el pueblo, dejándome llevar. Asomo a la preciosa Placeta de Santa Ana, por ejemplo, y me deleito con el agua fresca de su fuente, tras leer los versos de Lorca que la decoran. Me asomo a los miradores del fondo de Lanjarón y subo por el sendero de Tello.
Regreso por el Barrio Hondillo y voy disfrutando del contraste entre comercios tradicionales y otros de nuevo cuño, de “La Runa”, una tienda con nombre vikingo que vende hidromiel, a otra especializada en cervezas artesanales, pasando por la Rober Barbershop, tan molona que cualquiera diría que estamos en el Greenwich Village neoyorquino.
El contraste de gente, un lunes por la tarde, es igualmente interesante, desde los mayores que se asoman al río, a la altura del Museo del Agua, a montañeros de regreso de sus caminatas; ciclistas, hippies y chaveas que corren por las calles.
Me gusta Lanjarón. De hecho, ya me gustaba antes. Es solo que, hasta hoy, no he terminado de darme cuenta.
A esta escapada de 24 horas, le he sacado partido. Escribiendo sobre la embotelladora de Agua de Lanjarón para el suplemento económico Expectativas, de IDEAL (leer AQUí) y otro reportaje sobre el agua como elemento gastronómico, para el suplemento Gourmet (leer AQUÍ) Además, aproveché para conocer el restaurante Alcadima, como os contaba. Y le hice reseña para el Gourmet de una semana después (Leer AQUÍ)
¡Que no se diga que no amortizamos los viajes!
Jesús Lens