Etiqueta: Las Verdes
SUBIDA AL CONJURO
Dedicado a Antonio, el Padrino
que ha sufrido más que ninguno
por no haber podido subir.
«Hola Jesús has sido 64 en la carrera Subida al Conjuro con un tiempo de 01:30:15».
Este mensaje, recibido en el móvil al rato de terminar la Subida Pedestre al Conjuro, contrasta con lo que escribía minutos antes de comenzar la carrera: «Acabamos de coger dorsal. Llueve. Hace frío. ¿Qué hacemos aquí?»
Contrasta porque, a decir de los entendidos, el tiempo que empleas subiendo los 17 kilómetros que separan Motril del Alto del Conjuro son equivalentes al tiempo que harían en una Media Maratón normal, por lo que me sentí mucho más que contento al alcanzar la meta.
Frío, jirones de lluvia y mucho, mucho viento, en una carrera que tenía apuntada en la agenda desde que Antonio, el Padrino, nos habló de ella a los amigos de Las Verdes. Primero, porque me encantan las subidas. Vale que sufro como un perro y que mover mis casi dos metros de altura y mis noventa y pico de kilos por esas rampas me cuesta sangre, sudor y lágrimas. Pero me gusta. Me encanta subir. Casi tanto como detesto bajar. Ley de vida.
Pero, además, esta carrera era muy especial ya que, como carchunero adoptivo, me he criado bajo la atenta mirada de las célebres Bolas del Conjuro, que contemplábamos todas las mañanas desde la playa, en lo alto de la montaña, lejanas, inalcanzables.
Si no hubiera sido por esa doble componente, este domingo me habría quedado en casa ya que el sábado fue duro. Muy duro. Primero, me pasé toda la mañana tecleando este portátil, casi con saña, terminando trabajo pendiente. Después, a las 15.30, me fui a jugar un áspero partido de baloncesto del Torneo del Patronato de Deportes de Granada, contra los rocosos chicos del Carmelo, cuyo alero Ariel nos hizo un traje, dejándome para el arrastre.
Me vine a casa, me tumbé en la cama a leer «A timba abierta» y de buena gana me hubiera quedado allí. Pero había que ver al CeBé Granada, intratable en casa. Con un Curtis Borchardt colosal, pasamos por la piedra al Gran Canaria. Unas birras, con sus tapas en el Pepe Quílez, nos condujeron a la Sala el Tren, a disfrutar del concierto de Asian Dub Foundation, que comenzó al filo de la media noche y nos tuvo dando brincos hasta las dos, y sobre el que Juanje ha escrito una crónica fantástica en IDEAL y de quién hemos tomado presada esta foto del concierto.
Unos Charros Negros nos condujeron a tomar… una tónica. Al menos a mí. Que una cosa es competir con escasas tres horas de sueño encima y otra muy distinta, hacerlo resacoso perdido.
Y la carrera… bueno, para saber de la carrera, lo mejor es que se pasen al Blog de Las Verdes, donde Javi, Onio, José Antonio, Víctor y yo comentaremos, en un máximo de veinte líneas, las sensaciones de la carrera.
Y ahora, en casa, con los Calcetines Rojos (pinchen para saber qué es eso 😉 viendo Madagascar, leyendo, escribiendo, descansando… que buena falta hace. Aunque aún nos queda trabajo por delante. ¡Maldición! J
Jesús Lens.
PD I.- Enhorabuena al club motrileño «Pazito a pazito» por la organización de la prueba. Comenzó de forma un tanto caótica, pero en lo esencial, genial.
PD II.- Ayer me olvidé de dos Autorregalos. Dos novelas doblemente negras, por estar escritas por autores africanos y acontecer en dos ciudades como Bamako y Dakar: «El asesino de Bankoni», de Moussa Kanoté, publicada por Almuzara.
Y «Ramata», de Abasse Ndione, publicada por Roca Editorial.
Im-prescindibles.
¡ÉXITO!
Justo, justo, justo por esto, me encanta el deporte. ¡Qué gusto, los domingos, desayunar con la columna de Manuel Vicent en El País! Recién llegado a casa de nuestro Torneo Intercajas de Baloncesto, cuyo balance publicábamos ayer, añorando mis tiradas con Las Verdes, recordando esa motivación de la que hablábamos el viernes en la columna de IDEAL… entenderán que suscriba, palabra por palabra, la sapiencia que desprende esta columna, titulada Éxito.
En los países anglosajones el deporte es la base de la educación. El esfuerzo, la audacia, el juego limpio, no dar nunca nada por perdido hasta el final, aceptar la victoria o la derrota con elegancia son valores que se desarrollan primero en el patio de los colegios, se transforman en conocimiento en las aulas y de ellos se nutre luego la moral ciudadana.
En la cultura anglosajona el pensamiento se genera a través de la acción. Con esta regla crearon su imperio. En la educación latina, en cambio, queda establecido que en el principio era el verbo, que siempre termina haciéndose carne. España ha sido tradicionalmente un país verborreico, tierra propicia para leguleyos, abogados, tribunos, predicadores y sacamuelas. Durante el franquismo, un mando falangista daba la asignatura de formación del espíritu nacional en la escuela.
Con soflamas patrióticas, que eran puro flato, llevaba a los alumnos por el imperio hacia Dios y desde los luceros se bajaba después al recreo donde un instructor desganado y fondón dirigía una tabla de gimnasia rudimentaria con un bocadillo de chorizo en la mano.
Los charlatanes apenas han cambiado de tarima, pero de forma casi milagrosa España ha generado hoy una floración de campeones del mundo en el deporte. Mientras este país sigue produciendo, en general, políticos, artistas, escritores y científicos sin ningún significado en el orden internacional, unos deportistas de élite no cesan de generar victorias que obligan una y otra vez en cualquier parte del planeta a tocar el himno e izar en el mástil la bandera española, que aquí ha representado lo más rancio y nefasto del patriotismo.
El éxito mundial en el deporte comienza a ser una costumbre en esta tierra de perdedores. Los jóvenes han comenzado a asociar la patria, no con un desfile militar ni con un acto político institucional, sino con la figura de cualquiera de nuestros campeones subido en lo más alto del podio.
En Grecia se solía derribar parte de la muralla de una ciudad para que entrara con todo esplendor el atleta que había triunfado en los juegos olímpicos. Pero eso sucedía cuando en el principio era la acción y el verbo no se había convertido todavía en nuestra carne.
MOTIVACIÓN
La columna del viernes de IDEAL, en clave crítico-deportiva.
Estos días andamos en Málaga, jugando un torneo de baloncesto entre amigos de distintas cajas de ahorros, cuyas semifinales tenemos a las 12, contra nuestra bestia negra de Catalaunya. Y, la verdad, cuando suena el despertador a eso de las siete de la mañana, no hacemos sino preguntarnos eso de «pero qué necesidad tengo yo…»
Es lo mismo que se preguntan nuestros dos Álvaros. Uno se ha hecho un esguince y anda poniéndose hielo y cremas varias para poder jugar el próximo partido y el otro, a la espera de que le hagan una artroscopia, ha de vendarse los tobillos con apósitos compresores para poder aguantar medio tiempo sin que los pies se le descoyunten.
Y todo ello, por gusto, por afición. Como cuando nos levantamos los domingos a eso de las ocho de mañana, los amigos de Las Verdes y demás participantes en el Circuito de Fondo de la Diputación, para tomar la salida en carreras de diez o más kilómetros, en lugares como Baza, Almuñécar, Motril o Santa Fe.
Decenas, centenares de personas, atletas populares o baloncestistas aficionados que nos dejamos la piel practicando deporte de forma amateur, pero absolutamente comprometida con nuestros compañeros de equipos, peñas y, sobre todo, con nosotros mismos. Deportistas populares que, yendo más allá del meramente «hacer ejercicio» por mantenernos en forma, nos dejamos la piel en los entrenamientos, las pachangas o las distintas competiciones en que participamos.
Todo ello supone, además, robarle tiempo al tiempo y, sobre todo, al descanso, a la familia, a los amigos u a otras aficiones e inquietudes. Y, como decíamos, por puro gusto, costándonos el dinero en la mayor parte de los casos. Eso sí, cuando competimos, por lo general, peleamos, luchamos y sufrimos como auténticos profesionales.
Por eso resulta tan irritante escuchar que, en tiempos de crisis como los que vivimos, además de cobrar indecentes sueldos mil millonarios, a los jugadores del Real Madrid les van a dar una prima de ciento veinte mil euros si ganan siete partidos de fútbol consecutivos. Uno, que es merengón, veía el partido de Champions entre los suyos y un desconocido equipo bielorruso cuyo presupuesto de la temporada era diez veces menor que el sueldo de Raúl, y, la verdad, deseaba que los madridistas no ganaran.
Si a profesionales de una cosa tan trascendente como es el fútbol hay que motivarles con una prima de veinte millones de las antiguas pesetas para que hagan su trabajo es que algo huele a podrido en el sistema. Una cosa, y también sería muy de discutir, son los incentivos o las primas por conseguir títulos y otra muy distinta, que raya en lo vergonzante, es tener que primar a unos profesionales para que no hagan el ridículo en el desempeño de su trabajo. Precisamente porque nos gusta el deporte, lo practicamos y lo seguimos, ejemplos como los de este Real Madrid nos parecen tan tristes como indignos y lamentables.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.