Cuando llega el final de julio y los periodistas les preguntan a los políticos por sus planes vacacionales, es un clásico afirmar que van a cepillarse todos los libros que sus graves ocupaciones no les permiten leer a lo largo del año. Ya saben ustedes que la responsabilidad de los políticos es tan importante que, por mucho que se pasen la vida aconsejando a los demás que lean, ellos no tienen tiempo. Ellos están a otras cosas. En beneficio de la ciudadanía, por supuesto.
Me gustó que, el 28 de agosto, Paco Cuenca publicara una foto con sus lecturas veraniegas. No le vamos a pedir comentarios exhaustivos sobre ellas, dando por supuesto que le han aprovechado bien. El exalcalde de Granada leyó a Juan José Millás, Santiago Lorenzo, Francisco Ayala, Manuel Vilas y al japonés Yasunari Kawabata, al que en ese momento tenía entre manos. ¿Qué les parece la selección de autores?
En este caso, la palabra ‘autores’ no da permite interpretaciones sobre la inclusión de género: son todo hombres. Y eso no es bueno. ¿Es consciente Cuenca de este dato? ¿Y nosotros? ¿Cuántos libros leemos al cabo del año escritos por hombres y cuántos por mujeres? ¿Qué nos lleva a elegir mayoritariamente libros ‘masculinos’, una y otra vez? ¿Por qué las novelas de ellas siguen siendo invisibles? Dicho lo cuál, me alegra ver que Cuenca lee: el resto de nuestros líderes políticos muestra en sus redes un perfil lector más bien bajo.
Pero lo mejor de la lista son los títulos de las novelas elegidas por el político socialista. A ver qué les parecen, así ordenados. Empezamos por ’Desde la sombra’, seguimos por ‘Lo bello y lo triste’, continuamos con ’Los asquerosos’ y ‘Los usurpadores’ y terminamos con ‘Los inmortales’. ¿No constituye esa concatenación un relato en sí misma? ¿No parece una declaración de intenciones?
No sé ustedes, pero yo me imagino a Cuenca encerrado en su despacho a la caída de la tarde mientras se debate entre la melancolía y la esperanza. Entonces mira torvamente a sus rivales y les manda un mensaje: ‘volveré’.
Si ahora mismo leyera cinco manuscritos, negros y criminales, que disimularan el nombre de su personaje principal, para no dar pistas; creo estar en condiciones de asegurar que no tardaría ni tres páginas en descubrir cuál de ellos ha sido escrito por Javier Hernández Velázquez. Y no por sus dejes o términos canarios, precisamente.
“La vida es una derrota asumida. Allí estaba, en aquel salón del hotel, en recuerdo de un tiempo en el que creí que una canción podría salvar el mundo (una época en que Michael Jackson aún era negro y estaba vivo)”.
Así comienza “Un camino a través del infierno”, novela publicada por MAR Editor; finalista y mención especial del jurado del premio de novela negra L’H Confidencial del año 2013.
Con toda justicia, puedo decir ahora que la he leído.
Aunque leído no es la expresión exacta. Porque arranqué con ella la noche del martes, en el Puerto de la Cruz, y cuando aterricé en el aeropuerto de Granada, el miércoles; Mat ya se había convertido en uno de esos compañeros de viajes literarios con los que te apetecería compartir tragos, golpes e historias, hasta bien entrada la madrugada.
Mat.
A Mat venía siguiéndole la pista desde hace tiempo, a través del Facebook. Es un tipo con gusto por las armas. Cortas. Un tipo que gasta una de esas sonrisas de medio lado que, dependiendo de por dónde asome, da alegría encontrársela… o miedo. Mucho miedo.
Mat es detective. Privado. Y, obviamente, no lo lleva bien. Eso de investigar cuernos y bajas laborales es bastante ingrato. Un buen día se cita con una clienta muy especial. Su amante, para ser exactos. Y el encargo que le hace es morrocotudo: buscar a la hija que tuvo con Vicente Chinea, a la sazón, presidente del gobierno canario… en pleno proceso de reelección.
Entonces, el cristal de la ventana del garito en que están hablando salta por los aires…
Con esas mimbres, y con el personalísimo estilo que caracteriza a Javier Hernández, la narración de “Un camino a través del infierno”, nos adentra en la podredumbre, la locura y la insania que yacen en el lado oscuro de cualquier sociedad, por aparentemente bonita y festiva que parezca.
En este caso, por fortuna para él y para sus lectores, Mat no estará solo en su particular temporada en el infierno. Por un lado, nos acompaña Eva Millar. Por otro, su nueva secretaria. Impagables, ambas. Aunque tan parecidas como el día y la noche. Como la cruz y la cara. Como el haz y el envés. Y está el político. Y su familia. La carnal y la otra. Porque muchos políticos cada vez tienen un concepto muy laxo de lo que debe ser La Familia. Y el pasado, claro. Un pasado que pesa. Mucho.
Pero, sobre todo, está Mat. Un Mat que ve la vida, como el autor, a través de un personalísimo prisma, repleto de referencias a la música, al cine, a la televisión… y para los amantes del baloncesto, a la NBA.
Porque nada de lo humano nos puede resultar ajeno.
Por ejemplo, la buena literatura. Esa que te sacude y que te noquea. Como “Un camino a través del infierno”. Hasta el punto de que si la lees y no encuentras en ella un estilo fresco, desenfadado, único y, esperemos que repetible por su autor en sus próximas novelas, que ya esperamos impacientes; te pago una Alhambra Especial bien fresquita.
Y como muestra de lo que digo, especialmente dedicada a mis buenos amigos del mundo de la canasta, unas líneas muy descriptivas:
“Me tumbé en el sillón y encendí la pantalla de plasma para visionar un Detroit-Portland de las finales de la NBA del 89. Los Pistons sí que eran tipos duros. Después de tocar fondo a finales de los setenta, la suerte regresó a la Motown cuando seleccionaron en el draft al base Isiah Thomas. Al año siguiente adquirieron al pívot Bill Laimbeer de Cleveland y al base Vinnie Johnson de Seattle. Luego llegaron Dumars, Mahorn, Salley y Rodman. El coach Daly comprendió que debían emplear un estilo agresivo que se ganó el apodo de los Bad Boys. En aquel grupo mi debilidad era Laimbeer, un Harry el sucio de las canchas.
Duro, arrogante, provocador, un tipo despreciable. Todos lo consideraban un matón, pero era mucho más que eso. Aquel malcarado, hijo de un multimillonario comerciante de diamantes, era uno de los pocos jugadores que se hubiese ganado mejor la vida fuera de las canchas que dentro de ellas”.
Desde que la Semana Negra creó el premio Celsius a la mejor novela de fantasía y ciencia ficción, en 2008, el autor pamplonica Ismael Martínez Biurrun lo ha ganado ya en dos ocasiones con sus novelas “Rojo alma, negro sombra” y “Mujer abrazada a un cuervo”.
Reconozco que, aun habiendo tenido ocasión de charlar con Ismael en pasadas ediciones de Semana Negra y pareciéndome un tipo cabal y con un discurso más que interesante, no había leído nada suyo.
Hasta ahora.
Hasta que me tocó ser jurado de la edición 2012 del referido premio, en el marco de la vigésimo quinta Semana Negra.
Me hizo ilusión cambiar de registro, después de haber sido jurado de otros premios de SN, como el Silverio Cañada (aquella “Celda 211”, ¡hasta dónde acabó llegando!) o el mismísimo Hammett.
Un premio que me ha dado la oportunidad de leer a Juan Ramón Biedma y su “Antirresurrección”, la “Diástole” de Emilio Bueso y “2022 La guerra del gallo” de Juan Guinot, cuyas reseñas tenéis disponibles en los enlaces correspondientes)
Y, por supuesto, “El escondite de Grisha”, que paradójicamente tiene algunas conexiones temáticas con la novela de Bueso, más allá de compartir la edición con la inquieta y astuta Salto de Página.
¿Por qué se esconde Grisha, un niño, en una biblioteca madrileña y tiene arrebatos de escritura automática… en idioma ucraniano? ¿Por qué Olmo, el nuevo y desgarbado bibliotecario se acerca a él, aun a sabiendas de que su vida volverá a verse transformada y trastornada, justo cuando creía haber encontrado una cierta paz en su existencia?
La novela tiene dos partes diferenciadas, pero igualmente atractivas. La primera transcurre en Madrid y cuenta la relación entre los personajes principales y de éstos con algunos de los secundarios de la historia. Después, se convierte en una narración de viajes, cuando Olmo y Grisha emprenden su periplo por Ucrania, a la vez huyendo de España y en busca de la verdad.
Una verdad que, como todas las verdades, será explosiva. Y demoledora. Y conllevará efectos secundarios.
Es complicado hablar de esta novela sin desvelar partes de su trama que arruinen la lectura. Por ello, solo insistiremos en que es un pedazo de novela de esas que se devoran, de las que imantan y cuyos personajes se convierten en parte de tu acervo literario, por siempre jamás.
La historia de Grisha, trágica, hermosa y emocionante, no dejará indiferente a un lector que se sentirá conmovido y sobrecogido en algunos de los pasajes de la novela.
Porque hay medallas que imprimen carácter, héroes que no pudieron contarlo y liquidaciones que marcan una vida.
Escribiendo las reseñas de los libros que he ido leyendo estas semanas me doy cuenta de lo difícil que es coincidir en lecturas con la peña. Y ahora que viene la Feria del Libro y participamos en ella, presentando nuestro libro, como decíamos AQUÍ, estoy más sensible con el tema de los libros. Porque al cine, más o menos todos vamos a ver las mismas películas a la vez. Por ejemplo, ya hay quién me interroga por «El escritor», el películón de Polanski que vimos el domingo. Y las comentamos y discutimos. Las películas. Pero con los libros, cuesta. A veces nos lanzamos a leer, todos a unas, libros como los de Millenium. Pero pasa muy poco a menudo.
Así las cosas, he puesto en la margen derecha una Imagen con los «1001 libros que deberíamos leer antes de morir», pero sólo para que sirva como reclamo de los libros que voy adquiriendo con intención de leer y comentar, por si os vais animando, para hacer tertulias e intercambiar comentarios.
Por ejemplo, ahora mismo voy a pasar la primera página de una novela romántica… Y no. No estoy ni borracho ni enfermo. ¿Qué pasa? ¿Qué no puedo yo leer una novela romántica o qué? A ver: ¿Qué estás tú leyendo? ¿Qué te apetece leer?