Confianza y credibilidad periodísticas

Pues sí. Efectivamente. Por mucho que algunos madrugadores amigos del Facebook ironicen los fines de semana cuando twitteo que voy camino de “El Madero” para mi ración diaria de café & periódicos, diciendo que vale por el desayuno, pero que me olvide de la prensa; el hecho es que soy un adicto al periódico de papel.

Y, aunque en Comunicación los tenemos todos, yo sigo comprando mi ejemplar, en el kiosco, los días de diario, hasta el punto de que rechazo las ofertas de Pedro o Jose de subirme a sus coches y llegar más rápido al trabajo. Me acerco hasta el kiosco de enfrente de los Salesianos y me llevo puestos un par de diarios que, después, desmenuzo sobre la mesa del despacho, tijera en mano.

Los recorticos de los que otras veces hemos hablado. Esos recorticos que deben enervar a Paqui y que, a veces, a mí mismo me provocan ansiedad.

He probado a escanear o a archivar en formato Word los artículos y reportajes que más me gustan de los periódicos. Pero da igual. Lo que no guardo recortado o anotado en mis cuadernos, negro sobre blanco, es como si no existiera.

Sí. Los periódicos tienen un mucho de ritual para mí. Y un día es difícil que sea bueno si no lo comienzo hojeando un periódico.

De todo ello hablaba hace unos días con Juan Luis Tapia. Y, esta mañana de sábado, podíamos leer en IDEAL el contenido de la entrevista.

Paradojas: tú lees esto en pantalla mientras yo defiendo la lectura de papel.

No pasa nada. Lo importante, siempre, es leer. Además, seguro que no llevas leyendo más del minuto y medio o par de minutos que permite la lectura en pantalla. Al menos, la lectura concentrada.

¿Por qué, si no, ponemos en los mails eso de que “antes de imprimir, comprueba que el contenido de este mensaje es realmente importante”?

Jesús empapelado Lens

EL SILENCIO SE MUEVE

Hace unas semanas hablábamos de este libro, el último de Fernando Marías, uno de nuestros grandes cracks literarios del 2010. Si recordáis, su presentación de “Todo el amor y casi toda la muerte” en Semana Negra de Gijón nos impresionó y la lectura de dicha novela, este verano, me proporcionó algunos de los mementos lectori más potentes de los últimos tiempos. ¡Qué grande, el Premio Primavera del pasado año! Eso es olfato y talento a la hora de premiar un libro.

No es de extrañar, por tanto, que en cuanto salió “El silencio se mueve” me abalanzara sobre sus páginas, con avaricia.

Sin embargo, cuando ahora leáis que se trata de una novela juvenil y multimedia, es probable que muchos de vosotros abandonéis la lectura de estas líneas, que os dé la sensación de haber recibido un calambrazo o algo por el estilo.

A ver. Literatura juvenil. Ojo. Para enganchar a los jóvenes. Y ser joven no es sinónimo de ser retrasado mental o algo así, ¿estamos? De hecho, la literatura infantil y juvenil son las más difíciles y exigentes ya que van dedicadas a lectores no habituales que, al primer síntoma de aburrimiento o de intento de tomadura de pelo por parte del autor, abandonan la lectura sin el más mínimo reparo. O sea que hablamos de una novela tan exigente y bien trabajada como cualquier novela para adultos, si tal género pudiera existir.

Y lo del multimedia. Ahí sí nos metemos en aguas pantanosas. ¿Qué quiere decir eso de “multimedia”? ¿Qué hay que leerla en un e-Book, i-Pad o cualquier otro electrochisme?

No. Si bien es cierto que hay una página web a través de la que podemos adentrarnos en los secretos de “El silencio se mueve”, su consulta no es en absoluto necesaria para disfrutar del libro. Un libro, eso sí, que además de una atractiva serie de dibujos, que tienen un notable peso en la trama, incorpora un cómic como parte esencial de la narración. Espero que el hecho de leer en viñetas no ocasione ningún problema a nadie…

Y en torno a estas premisas tenemos una novela protagonizada por un investigador muy singular que se encuentra en horas bajas, también, por razones muy particulares, al que le encargan su colaboración en un asunto muy espinoso: adivinar por qué una chica adolescente hace unos dibujos en los que aparece una casa para ella desconocida. Una casa muy concreta y particular: la casa en que el investigador vivió muchos años, en Asturias.

A partir de aquí, Fernando Marías nos sumerge en un torbellino gótico en el que el pasado y el presente se dan la mano a través de una poderosa narración en la que las relaciones de los personajes están excepcionalmente trazadas y cuyas personalidades se ven potenciadas por un torrente de fenómenos de la naturaleza, indomable e indomeñable, que te hacen arrebujarte bajo el edredón, cuando lees el libro por la noche, antes de dormir.

No sé si hay libros de temporada, libros de verano, otoño o primavera. Si así fuera, “El silencio se mueve” sería un libro de invierno, propicio para leer junto a una chimenea o bien tapado con una manta, en el calor del hogar, mientras en el exterior diluvia, truena y el viento hace estremecerse las casas hasta sus cimientos.

En serio. Cuando las autoridades vuelvan a declarar una alerta naranja, blíndense en casa con “El silencio se mueve”, cierren las ventanas y tírense de lleno a su fascinante lectura. Verán como, de repente, oyen silencios que antes nunca jamás habían llegado a percibir.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

LEESCRIBIR

Una de las cosas que más me gustan de nuestro Club de Lectura es la apasionada defensa que hace Ignacio Midore del acto de leer. Por una parte, le quita cualquier consideración elitista, especial o superlativa. ¡Leer no es más que coger un libro, abrirlo y disfrutar con lo que el autor ha escrito!

Por otra, Ignacio eleva la lectura al nivel de una de las Bellas Artes, convirtiendo al lector, a todos y cada uno de ellos, en una prolongación del propio escritor, en un personal, subjetivo e imprescindible intérprete de cada una de sus obras.

Leer, por tanto, se convierte en una forma más de escribir y aprender a leer y más allá de la alfabetización, nos convierte en leescritores.

Siempre he sospechado, mucho, de los escritores que dicen no tener tiempo para leer. ¿Merece la pena escribir si no te deja tiempo para leer? De hecho, ¿se puede escribir sin leer, sin haber leído?

A mí me gusta leer. Y adoro escribir. Y viceversa. A veces, cuando estoy felizmente enfangado, escribiendo un libro, un cuento o un reportaje, me duele no disponer de tanto tiempo como me gustaría para leer. O para ver películas. Y, por lo mismo, cuando me pego una tarde entera tirado en el sofá, entre lecturas y cine, me siento culpable por no estar produciendo.

Somos lo que hemos leído

De un tiempo a esta parte, sin embargo, desde que Midore me ha inoculado el venenoso concepto de “re-escribir a través de la lectura”, me paso las horas muertas, leyendo más vivo que nunca, sin sentirme culpable por mi baja productividad, dándole a la tecla. Me siento más creativo, más atento. Las lecturas me aplican mejor y veo un poco más allá que antes, cuando tengo un libro entre las manos.

Crear leyendo.

¡Por eso nos gusta tanto un buen libro! No es sólo porque el autor nos presenta a un puñado de personajes y nos involucra en sus vidas, obras y milagros, sino también porque nos necesita a nosotros, a los lectores, para recrearlos y darles vida. El autor necesita de nuestros ojos para que sus personajes se deleiten ante los paisajes por los que pasean. Necesita nuestros oídos para que escuchen el jazz que tanto les gusta o para que sientan el terror producido por las llantas de un coche que intenta frenar a toda velocidad mientras se abalanza sobre un pobre peatón… El escritor, en fin, necesita de nuestras papilas gustativas para que la fabada que se come el protagonista tenga fundamento y para que la piel que acarician sus manos sea suave y tersa o áspera y ajada, dependiendo de la ocasión.

Así, el día en que el lector está en baja forma, los personajes disfrutan menos de sus hazañas y aventuras. El amor les golpea con menos intensidad y las comidas son menos reconfortantes y sabrosas. ¡Qué gran responsabilidad, por otra parte, la de ser un buen lector!

¡Y qué bueno, este otoño, que aprendimos lo que es la leescritura!

Jesús Leescritor Lens

PD.- Si aceptamos que esto es así, ¿deben los autores escribir pensando en los lectores o, sencillamente, tienen que seguir su instinto, arte y oficio? Y, llegado el caso, ¿qué es y cómo se hace, lo de escribir “pensando en los lectores”?