Favor de leer en voz alta, con delectación y recreándose en cada una de las sílabas: VA-CA-CIO-NES.
Favor de escribir, también, la palabra. En sus mails, en sus estados de Facebook y en sus timeline de Twitter. VA-CA-CIO-NES. Da igual que estén, que vayan a estar o que lo hayan estado. Ítem más: utilícenla incluso en el caso de que, por las razones que sean, no las puedan disfrutar. Es mi consejo de hoy, en IDEAL.
Porque las vacaciones, como el lince ibérico, empiezan a estar en peligro de extinción. En primer lugar, parece de mal gusto aludir a ellas, como si fuera un insulto velado a los millones de personas que, desgraciadamente, se encuentran en desempleo o explotadas en sus puestos de trabajo.
En segundo lugar, las vacaciones están siendo demonizadas por ciertos representantes de la derecha que alardean de haber renunciado a ellas, afeando a los políticos de otros signos que sí las tomen.
Paseo por el Zaidín y por cada cartel de “Cerrado por vacaciones” me encuentro otros que utilizan eufemismos como: “Cerrado por descanso” o, sencillamente, “Volvemos el 1 de septiembre. Disculpen las molestias”. De hecho, repaso mi última columna de julio y me descubro utilizando expresiones como cambiar de aires, desconectar y viajar, pero ni una sola vez me referí a ellas como lo que son: vacaciones.
Las vacaciones tienen muy poca historia a sus espaldas. De hecho, promulgadas por primera vez por el gobierno del Frente Popular de Leon Blum, en Francia, el 7 de junio de 1936; solo tienen ochenta años. Unas vacaciones que, en España, están reguladas en el Estatuto de los Trabajadores: retribuidas, no sustituibles por compensación económica y en ningún caso inferiores a treinta días naturales.
Las vacaciones son, por tanto, un derecho de los trabajadores cuya consolidación ha costado mucho tiempo y esfuerzo. Y mucho trabajo, paradójicamente. Un derecho que empieza a estar amenazado por lo políticamente correcto y que, en aras de una falsa solidaridad o empatía con quienes peor lo están pasando, tratamos de ocultar o disimular. Y, de aquí a nada, lo exigible será a renunciar a ellas, aunque sea parcialmente.
Ojito, pues. Y menos cinismo. Lo que de verdad necesitamos son cinco millones de nuevos puestos de trabajo en condiciones que, cotizando a la seguridad social, permitan disfrutar de sus merecidas vacaciones de treinta días a todos los currantes. Lo demás, es filfa.
Jesús Lens