LÍBANO FENICIO Y MEDITERRÁNEO

Hoy he disfrutado del Líbano más luminoso, hedonista y atractivo. Día soleado, salimos muy temprano para Tiro y Sidón, nombres que me recuerdan a la escuela, a las lecciones de historia antigua. A ese pueblo, el de los fenicios, desconocido y que pasaron a la historia por ser grandes comerciantes.

 

Empezamos por Sidón, recorrimos el Castillo del Mar, el zoco medieval, tomamos una coca cola en un cafetín de película, viejo como Carracuca y visitamos el espléndido Caravanserai de los Franc.

 

Y disfrutamos del color del Mediterráneo en invierno, iluminado por un sol que llevábamos sin ver casi desde que llegamos a Siria. Y luego Tiro. Con la espléndida ciudad greco romana y las ruinas fenicias. Daniel nos cuenta el mito del nacimiento de Europa e insiste en la importancia de los fenicios y los comerciantes como vehículo de transmisión de ideas, avances técnicos y conocimientos.

 

Un pescado asado en un restaurante frente al mar y una excelente puesta de sol nos reconcilia con lo mejor del Mediterráneo, de un mar que, por desgracia, tantas veces divide en vez de unir. Porque, a todo esto, estamos casi en la frontera con Israel, como los coches de la ONU se encargan de recordarnos. Una de las zonas calientes del conflicto del Oriente Próximo. Y una zona profundamente chiíta, como Lilian y yo veríamos por la tarde, al acercarnos a una carpa en que había un acto político-religioso, con centenares de fieles recitando y contestando a la filípica que echaba el orador, mujeres y hombres radicalmente separados, ellas, incluso las bebés, enteramente vestidas de negro.

 

Como decíamos al marcharnos, Lilian y yo: aunque seamos laicos y antirreligiosos en según qué casos, esto ejerce una extraña fascinación. Que ya oímos a través de los altavoces la oración del viernes del clérigo de la mezquita, apelando a la resistencia, el sufrimiento y el martirio para vencer al enemigo.

 

Y nosotros, paseando, viendo tiendas bonitas y comiendo pescado y bebiendo cerveza. Hace un par de días hablaba de confusión. Como hoy.

 

Porque regresas a Beirut y te topas con una ciudad vibrante, viva y por la que el dinero fluye con abundancia. Ya hemos hablado de los coches. Pero es que esta noche, para cenar, fuimos a la calle Goro (o algo así) y la acumulación de Clubes y restaurantes fashion será la envidia de cualquier capital europea. Decenas de locales a cada cuál mejor montado.

 

Cenamos, el grupito de siempre, en Les Georges. Una cena sensacional, bien regada y muy discutidora: política, sociedad, economía, viajes… bien animada. Lástima que se nos hizo tarde para volver a la joyería en que Lilian dejó escapar un colgante que era para enamorar. Casi tanto como la joyera 😉

 

Se cuida bien, la sociedad de Beirut. Es significativo lo que decía Daniel, cuya esposa es libanesa: «Mis hijos no podrían vivir aquí. Entre el lujo y la muerte, se volverían locos». Porque, en el taxi, pasamos por el lugar en que volaron al presidente libanés, con 2.000 kilos de explosivos. Vemos los restos arrasados de un gran hotel. Como ayer, cuando paseamos por los barrios ricos, recién reconstruidos, con edificios de diseño, preciosos y preciosistas. En contraste con el Beirut musulmán de junto a la Línea verde, con las señales de los disparos aún en los edificios deshabitados. Una Línea Verde convertida en zona de muerte, gobernada por los francotiradores, donde se hacían carreras suicidas de coches que subían a 200 km/h por la calle, intentando esquivar las balas de las milicias, haciendo apuestas y barbaridades por el estilo, propias de países y sociedades en descomposición.

 

Hoy se celebraba en Día de la Ira, convocado por Hamás. Nos dicen que en Trípoli, por donde estuvimos hace unos días, ha habido violencia. No es de extrañar. Nosotros seguimos felizmente ajenos a ella.

 

Mañana visitamos el Museo de Beirut, unas cavas de vino en el Valle del Bekaa y, por la tarde, regresamos a Damasco. Esto empieza a tocar a su fin, me temo. Por un lado, quiero volver a casa. Por otro, no quiero que el viaje termine, por supuesto.

 

Pero ya llegará la hora de llorar por el fin del viaje. Ahora es momento de dormir.

 

Buenas noches.

 

Jesús Lens.     

DÍA 1 EN EL LÍBANO: EN BLANCO

Ayer fue día de Cuaversos. Les dejo este Haiku de Je-zú Len:

Sienes cargadas
Estalla la cabeza
Es la resaca

 

Sí, la noche fue tan estupenda, que el día ha resultado devastador. Hacía tiempo, pero tiempo, que no me ponía tan malo. En fin. Mis colegas se están distribuyendo para cenar, unos más cerca, otros más lejos, pero yo no salgo.

 

Será difícil, así las cosas, que les pueda comentar mucho de Beirut. Al menos, del turístico. De Beirut la Nuit algo más puedo hablar 😉

 

La noche empezó complicada. El taxista nos llevó a tres de nosotros a un sitio raro, que no era el Club Ray en que habíamos reservado. Y el meeting point elegido por si nos despistábamos, un club llamado Cuba Libre, resultó haber cerrado. Vuelta al hotel en otro taxi, dado que Daniel llevaba la línea libanesa de móvil y no podíamos hablar con él y vuelta a intentar dar con el Ray.

 

Lo encontramos. Pero se trataba sólo de beber. Y queríamos comer. Así que nos fuimos al Red Carpet. En teoría, había comida. Pero ya eran pasadas las once de la noche. A todo esto, la zona estaba llena de pubs, clubs, bares… el centro de Beirut es bien fashion y cool. Unos cochacos de impresión y las chicas, además de ser una belleza, iban bien maqueadas. No todas las noches es 31.

 

Nos pusieron en una mesa a los seis, nos llevaron sushi y una botella de Chivas. Pedimos vino, pero como no llegaba, engullimos el pescado con escocés. O lo que quiera que sea el Chivas. Que sólo de escribir ese nombre me pongo malo. O peor, quiero decir. Cuando se acabó el sushi y el reloj corría hacia la medianoche, llegaron unos quesos para untar y jamón cocido. Y el vino. Pero no vinieron cubiertos. Aún así, echamos el queso en el pan, usando los palillos de madera.

 

A las doce (más o menos) nos dimos nuestras propias campanadas, nos comimos las uvas, brindamos con el Chivas y unos minutos después, el DJ puso unos cánticos misteriosos, que desgranaban la cuenta del diez al cero. Champán, abrazos, besos y la música morangui a todo trapo. Y más Chivas. Fíjense que apenas pasaban de las 12 y, sin que nadie me estuviera apuntando a la cabeza con un kalashnikov, ¡¡¡estaba bailando!!! Bueno, o moviendo el esqueleto, quiero decir. Hasta un Chesterfield me fumé, para saludar al nuevo año.

 

A decir de mis amigos, bailé, bebí, tomé chupitos, estuve cerca de una guapa chica libanesa… dicen. Porque yo no me acuerdo de nada de todo ello. Sólo recuerdo un teléfono sonando, yo en la cama y a Daniel diciéndome que era tarde y que me estaban esperando. Me senté en el bus… y me quedé traspuesto hasta las cuatro de la tarde. Me dicen, para mi tranquilidad, que no hice nada de lo que tenga que arrepentirme. Lo que, efectivamente, me deja muy relajado.

 

Y no es que ahora esté mucho más católico. Me tomé una coca cola y media pizza y me vine al cuarto. Vaya comienzo de año. Y eso que me había prometido un 2009 recoleto y cartujano. Bueno, algo sí he llegado a pasear por Beirut. La zona de la Línea Verde que separaba el Beirut Este del Oeste durante la guerra civil. Pero de todo ello hablaremos mañana.

 

Que no puedo con mi alma y me voy a dormir.

 

Buenas noches.  Sean felices.

 

PD.- Mañana, mi columna de IDEAL debería saltar automáticamente a esta página. Espero que así sea y les guste.     

LÍBANO: NIEVE & AGUA

Hoy he vuelto a recuperar esa pasión por la montaña que durante tanto tiempo me acompañó. No sé si será pasajera o no, pero en lo alto del Monte Líbano sentí de nuevo la pulsión por la naturaleza y los espacios abiertos, apenas asomado al pequeño bosque de cedros que el país mantiene como reserva ya que los cientos de miles de árboles que son consustanciales a esta zona han desaparecido, no en vano, ya los egipcios comerciaban con los cedros del Líbanos y los fenicios consiguieron abrir sus rutas comerciales marítimas utilizando el mismo noble material.

 

Es decir, que ver un cedro del Líbano en el Líbano es un lujo. Sobre todo, cuando se trata de ejemplares milenarios de decenas de metros de largo… y de ancho, como los que hemos tenido el privilegio de ver hoy. Pero si, además, los ves enteramente cubiertos de nieve, las sensaciones se multiplican.

 

Adoro la nieve. Y cuando salía a la Sierra, pocas experiencias más estimulantes y sobresalientes que las excursiones por paisajes nevados. Paisajes nevados y, sobre todo, nevando. Y con ventisca. Siempre me han gustado las condiciones atmosféricas extremas. Por eso, volver a sentir el crujir de la nieve bajo los pies, mientras la cabeza se me iba tornando blanca, sintiendo el frío en la cara… no sé. Experiencias sensoriales muy fuertes, como sentir el sonido del viento entre los árboles. Y de repente lo vi claro: hay que volver a las montañas nevadas, máxime en un año de nieves como el que estamos disfrutando en Granada.

 

Daniel y Jose se han comprado unas matas de cedro. Yo no me atreví, que soy muy torpe y descuidado. Me compré una cuñita de madera con la forma del cedro de la bandera libanesa y me lo hice grabar a fuego por el vendedor. Sencillamente: Cedros del Líbano, debe poner. Lo suficiente para recordar un momento de una belleza conmovedora para alguien que fue un gran montañero y que, por un rato, volvió a sentir aquellas sensaciones que tanto le aportaron durante tanto tiempo.

 

Además, en esta zona nació Khalil Gibrain, escritor, poeta y pintor libanés del que alguna vez hemos hablado y que tiene cuentos como «Las dos ciudades», que esta mañana me regaló Yazmina y que les he dejado en una entrada anterior, a modo de optimista presente de Año Nuevo para todos. No es de extrañar que, habiendo nacido en este Wadi tan impresionante, Gibrán se convirtiera en un poeta místico y simbólico de tanta trascendencia.

 

Y, lo que son las cosas. En apenas dos o tres horas, estábamos a orillas del Mediterráneo, en la mítica ciudad de Byblos, cuyo enlace cultural ponemos en rojo y de la que sí me gustaría destacar su etimología, preciosa, al significar «Libros» en griego. Y otra cosa: citada por la Biblia como ciudad más antigua de la humanidad, lo sea o no lo sea, la realidad de la misma es que es antiquísima y si la historia de la humanidad comienza cuando el hombre empezó a escribir; estamos en la cuna de la Humanidad tal y como la conocemos. O nos gusta conocer.

 

Y por eso me gustaron tanto las estelas de «El Nido del Perro», un saliente de la montaña, situado a orillas de Beirut. Al cortar el camino hacia la ciudad, la leyenda cuenta que quién lo dominaba, dominaba toda la zona y, por tanto, al rendirlo, los generales y monarcas comenzaron a dejar sus estelas victoriosas, acreditando la grandeza de sus conquistas. Hay estelas de reyes asirios, de Ramsés II, de generales griegos y romanos y, después, de Napoleón y de los ingleses y franceses de las Guerras Mundiales. Hasta las más recientes, de las guerras del Oriente próximo.

 

Porque estamos en una zona de extraordinaria belleza, pero también extremadamente dura y violenta. Por eso, cuando Jorge me pregunta por la gente, me cuesta trabajo responderle. Cortés y exquisita en el primer trato, es casi imposible entablar charla y relación más allá de lo puramente comercial. Porque aquí, de política, no se habla. De hecho, tenemos un pacto tácito entre nosotros de no pronunciar en voz alta nombres como «Israel» o el del presidente asesinado de Siria. ¿Saben que, a la entrada a Siria, si en la solicitud de visado pones «Periodista», te echan para atrás y no puedes entrar?

 

No. Aquí puedes comprar y vender, reír y bromear. Pero la política es otra cosa muy distinta. Nada que hacer con ella.

 

Y así llegamos al final de año, que celebraré en Beirut, con la panda de este viaje. Es decir, los dos Josés, Lilian y su amiga de Barcelona y, por supuesto, Daniel. Hemos reservado en una fiesta tradicional, con los entrantes de la cena primero, el champán y los besos y abrazos después; el resto de la cena a continuación y, por último, copas.

 

Mañana espero seguir aquí, dignamente, contándoos cosas de mi viaje. Aunque sea con resaca.

 

A todos, muchas gracias por vuestra fidelidad, muchas felicidades y el deseo y la confianza de que 2009 será pródigo en experiencias enriquecedoras y placenteras.

 

Os quiere,

 

Jesús Lens.   

LAS DOS CIUDADES

Mi amiga Yazmina, al saber que andaba por el Monte Líbano, me manda este cuento de Khalil Gibrán. Luego hablamos un poquito más sobre ello.

 

       
La Vida me tomó en sus alas y me condujo a la cumbre del Monte de la Juventud. Después me señaló a su espalda y me invitó a que mirase hacia allá. Ante mis ojos se extendía una ciudad extraña, de la cual emergía una humareda oscura de múltiples matices, que se movían lentamente como fantasmas. Una tenue nube ocultaba casi completamente la ciudad de mi vista.

Tras un momento de silencio, exclamé:

-¿Qué es lo que estoy viendo, Vida?

Y la Vida me contestó:

-Es la Ciudad del Pasado. Mira y reflexiona.

Contemplé aquel escenario maravilloso y distinguí numerosos objetos y perspectivas: atrios erigidos para la acción, que se erguían como gigantes bajo las alas del Sueño; templos del Habla, en torno a los cuales rondaban espíritus que lloraban desesperados o entonaban cánticos de esperanzas. Vi iglesias construidas por la fe y destruidas por la Duda. Divisé minaretes del Pensamiento, cuyas espiras emergían como brazos levantados de mendigos; vi avenidas de Deseo que se prolongaban como río a lo largo de los valles; almacenes de secretos custodiados por centinelas de la Ocultación, y saqueados por ladrones de la Revelación; torres poderosas erigidas por el Valor y demolidas por el Miedo; santuarios de Sueños embellecidos por el Letargo y destruidos por la Vigilia; débiles cabañas habitadas por la Fragilidad; mezquitas de Soledad y Abnegación; instituciones de enseñanza iluminadas por la Inteligencia y oscurecidas por la Ignorancia; tabernas del Amor, en que se emborrachaban los enamorados, y el Despojo se mofaba de ellos; teatros en cuyos tablados la Vida desarrollaba su comedia, y la Muerte ponía el colofón a las tragedias de la Vida.

Tal es la llamada Ciudad del pasado -aparentemente muy lejos, pero en realidad, muy cerca- visible apenas a través de los crespones tenebrosos de las nubes.

Entonces la Vida me hizo una señal, mientras me decía:

-Sígueme. Nos hemos detenido demasiado aquí

Y yo le contesté:

-¿A dónde vamos, Vida?

Y la Vida me dijo:

-Vamos a la Ciudad del Futuro.

Y yo repuse:

-Ten piedad de mí, Vida. Estoy cansado, tengo los pies doloridos y la fuerza me abandona.

Pero la Vida insistió:

-Adelante, amigo mío. Detenerse es cobardía. Quedarse para siempre contemplando la Ciudad del Pasado es Locura. Mira, la Ciudad del Futuro está ya a la vista… invitándonos.

LÍBANO CONFUSO: BAALBEK & TRIPOLI

A ver. Estoy en un hotel-refugio de montaña cerca de lo más alto del Monte Líbano, donde dormimos con la intención de, mañana temprano, salir a ver los famosos cedros que forman parte del imaginario libanés hasta el punto de haberlo incorporado a su bandera.

 

Mi panda de amigos andan dando una vuelta, pero yo estoy cansado y me apetece un rato de relax antes de la cena. Además, el sawharma de pollo que me comí hace un rato no me ha terminado de caer bien y estoy purgando los efectos del severo cambio de dieta, siempre atractivo y sugerente, pero con efectos colaterales indudables en forma de digestiones complicadas y tripas con tendencia a soltarse.

 

Hoy, el día ha tenido dos focos de interés: Baalbek y Trípoli. Si os parece, dejo un par de enlaces sobre cada lugar para que os hagáis una idea de la historia del Templo de Júpiter, el más grande jamás construido por los romanos y también del castillo que los cruzados construyeron en Trípoli, nada que ver con la capital libia, que conste.

 

Dicho lo cuál, a mí me gustaría hablar de la extraña mezcla de sensaciones que tengo al estar haciendo turismo en una de las zonas más calientes del mundo, bélicamente hablando. Ayer dormimos en uno de esos hoteles que a tanta gente ponen de los nervios. El Palmira, construido en el siglo XIX, es más viejo que Carracuca por cuyos han pasado jefes de estado, artistas y viajeros de todo el mundo. De De Gaulle a Jean Cocteau. De hecho, y esto le gustará a Antonio, El Padrino, en la Primera Guerra Mundial fue cuartel general de los alemanes y, en la II, albergó a los ingleses.

 

Un hotel, por tanto, cargado de historia y, por supuesto, frío, incómodo y desapacible. Frente a las ruinas de Baalbek, desde su terraza se ven los restos romanos. Además, enclavado en el corazón del chiísmo más duro, feudo de Hezbolá, el Partido de Dios, cuyo símbolo incorpora una metralleta, para dejar claras las cosas.

 

No podemos visitar la mezquita chiíta del lugar, de clara inspiración iraní, hermosamente decorada. Es peligroso. El líder de Hezbolá ha llamado públicamente a una tercera Intifada e Israel amenaza al Líbano una vez termine su trabajo con Gaza. ¿Y que hacemos nosotros? Cenar y, después, pasar a un pequeño bar donde algunos nos tomamos unos vodkas y whiskies, hablando de nuestras vidas, riendo y contando historias.

 

Por la mañana, tenemos las ruinas de Baalbek para nosotros solos. Y para una pareja francesa que está allí con sus tres niños, el mayor de los cuáles no tendría más de seis años. Ni el gato, hay aquí. Lógico. ¿A quién se le ocurre? Y podemos disfrutar de una visita maravillosamente relajada, tranquila e ilustrativa. Me recreo en el paisaje, en el viento helado, gozando con las columnas más altas que los Romanos instalaron en todo su feudo. Aprendo de la sabiduría de Daniel y paseo, solo, por un recinto milenario cargado de historia y simbología, no en vano, el templo se sitúa sobre otro anterior, dedicado al mítico y sugestivo dios Baal.

 

Y, mientras, los amigos me preguntan que cómo está todo. Que las noticias son preocupantes y que están alarmados por mí. Y yo, sintiendo las emanaciones de fuerza que vienen de los templos del Sol, del fastuoso Templo de Baco, cuyos muros tantas cosas deben haber visto. Y el Templo de Venus… primero de rezaba y se purificaba, luego se bebía y se tomaban drogas, y después de folgaba. Cada templo cumplía su papel. Y el de Baco, realmente de Hermes, estaba consagrado al Dios de los comerciantes… y los viajeros.

 

Trasponemos, después, hasta Trípoli, otra ciudad problemática ya que es cuna del fundamentalismo sunní. La carretera está llena de controles militares y, cuando llegamos al castillo de los cruzados de la ciudad libanesa, nos lo encontramos toado por los propios militares. Hay dos tanquetas en la puerta, sacos terreros y decenas de soldados fuertemente armados, mirando al horizonte, por los cuatro puntos cardinales. ¿No habían terminado ya las cruzadas?

 

En ese ambiente, hacemos una visita histórica y turística de lo más singular. Los militares parecen pensar «¿Qué coño harán estos aquí?», pero nos dejaban que les hiciéramos fotos. Sin problema. Y mientras paseamos por el mercado medieval de Trípoli, como congelado en el tiempo, abigarrado, fascinante, bullicioso… vemos cómo las televisiones muestran los muertos provocados por los bombardeos israelíes y cómo los clérigos clamas venganza. Las radios repiten esos mensajes, pero cuando paramos a comprar unos shawarmas para almorzar, los chavales se desviven por hacerlos a nuestro gusto, nos dan la bienvenida al Líbano, se alegran de tenernos allá y nos acompañan gentilmente a comprar agua.

 

Y, después, camino del Monte Líbano, más soldados copan las calles. Y aquí cenamos, nos fumamos una shisha y nos contamos nuestras vidas. Mañana visitamos los cedros y la ciudad de Byblos. Y llegamos a Beirut, para celebrar la Nochevieja. Ésas son nuestras preocupaciones. Y las de buena parte de quienes leéis esto.

 

Sí. El mundo está loco. Y cuando estamos aquí, parece más surrealista, absurdo y anacrónico. Y estúpido. Pero es lo que hay. Unos gozamos de los paisajes, la historia, la cultura… otros mueren. A un puñado de kilómetros.

 

¿Entienden que esté un poco confuso y que el tabaco de manzana de la shisha nada tenga que ver con ello?

 

Hesh al-Lens, perplejo y descolocado, en Oriente Medio.