Mensaje nuevo: ‘Buenos días Javier. ¿Me imprimes dos copias de este documento, por favor? Paso en un rato por él. ¡Gracias!’. Efectivamente, antes o después de tomar café en el Kaoba y comentar la actualidad con Tato, paso por la librería-papelería de Javier y, además de recoger los papeles en cuestión, hablamos un rato de libros y de viajes, si ninguno de los dos tenemos demasiada prisa.
Lo confieso: no tengo impresora. O, mejor dicho, tengo una impresora que conseguí con unos cupones, pero sigue embalada, sin haber visto la luz. ¿Para qué quiero un chisme como ese ocupando espacio en la mesa de mi despacho, si vengo a hacer diez impresiones de promedio al mes? Es mucho más cómodo, sencillo y agradable bajar a la librería y llevármelas puestas. Y barato, que las impresoras son un sacacuartos con el tinglado del tóner y los cartuchos de tinta. ¿No les da coraje cuando la máquina se empeña en que cambien el magenta? ¡El magenta!
Una librería-papelería como la de Javier es uno de esos comercios con alma que le dan vida al barrio y que luchan cada día por seguir abriendo sus puertas. Lo pude comprobar la pasada Navidad, cuando repartió el Gordo de la Lotería y los vecinos se acercaban a darle la enhorabuena. “Es muy buena persona. Se lo merece”, decían.
Para las librerías, la parte del león de su facturación llega en septiembre, con los libros de texto. Sin embargo, cada vez más colegios concertados venden a sus alumnos los textos de estudio de forma directa, ante la pasividad y la inacción de la Junta de Andalucía.
A las instituciones se les llena la boca hablando de emprendimiento, pero en casos como el de las librerías, no hacen nada por proteger sus legítimos derechos e intereses. Esta situación se viene dando desde hace tiempo. ¿Incluirá la Junta de Andalucía del bipartito su apoyo a estos autónomos en su nueva política o seguirá mirando hacia otro lado, haciendo como que no se entera de lo que pasa a su alrededor?
Jesús Lens