«Café-Bar Cinema»: aviso importante

Para feriantes. Esto es, para habituales de las ferias… del libro. Para paseantes, curiosos, asistentes, escrutadores, buscadores y descubridores. Para ojeadores de libros y hojeadores de páginas. Para amantes del cine, para enamorados de las estrellas y nostálgicos de los buenos viejos tiempos.

 

Aviso para la gente del bar, los amigos de la barra, los bebedores de cerveza, degustadores de vino y adictos al café. Para los asiduos a los clubes de jazz y los tertulianos de fondo.

 

Aviso importante para los amigos de las letras, pero también de la música. De los fotogramas, el celuloide y las bandas sonoras.

 

Aviso importante para todos los amantes de la vida, tal y como solíamos entenderla… quizá hasta justo antes de que las tijeras podadoras se adueñaran nuestra existencia:

 

Gracias a José Manuel Vargas, brillante y eficaz ejecutor de cuantas locas ideas se nos ocurren en torno al cine, los libros, los bares, los cafés y los clubes que en el mundo son. ¡Gracias!

Lugares que no quiero compartir con nadie

Coincido, al 100%, con mi querido Colin Bertholet: ¡nos encanta Elvira Lindo!

Es verdad que, en cenáculos intelectuales, puede no quedar bien cuando decimos que, de El País, lo que escribe Elvira es de lo que más nos gusta. Pero nos da igual no pasar por intelectuales. Su columna en la contraportada y, sobre todo, su crónica en el suplemento de los domingos, son algo sencillamente maravilloso.

Con Elvira se da la paradoja, además, de que es pareja de un peso pesado de las letras españolas, Antonio Muñoz Molina. Y, como en este país llevamos el guerracivilismo impreso en nuestro ADN, parece que tengamos que estar obligados a tomar partido: o Elvira, o Antonio; para no parecer frívolos o demodé.

Reconozco que, de Babelia, lo que nunca dejo de leer es el artículo de Antonio Muñoz Molina. Éste, por ejemplo, sobre los contadores de historias, me parece una joya absolutamente incomparable. Y, sin embargo, no puedo con sus novelas. De hecho, ya no lo intento.

Pero Elvira… ¡ay, Elvira! Qué oído tiene la condenada. Y qué talento para reproducir lo que oye y ve por ahí. Y para contar lo que le parecen las cosas y lo que piensa, más allá de etiquetas, corrección política o poses intelectuales.

Frescura. Ese es el calificativo que siempre le aplico a los artículos de Lindo. Frescura que se contrapone al espesor de otros muchos autores convencidos de que, cuanto más denso hagan un artículo, más calado y tendrá y mejor recibido será por los ¿lectores?

Para mí, que de la lucha contra el aburrimiento hago bandera, Elvira Lindo es una de las figuras que más me gusta reivindicar. Y, claro, yéndonos a Nueva York unos días, no podía dejar pasar la ocasión de leer “Lugares que no quiero compartir con nadie”, una no guía turística o de viajes que, sin embargo, resulta de lo más atractivo e interesante para cualquier persona que tenga curiosidad por una ciudad que podría ser la Capital del Mundo.

¡Todos conocemos Nueva York! Salvo algún marciano que no lea, no escuche música o no vea películas o series de televisión; todos los demás tenemos una idea de Nueva York, aunque no hayamos estado nunca allí ni tengamos el más mínimo interés o intención de cruzar el charco para conocerla.

Y justo eso es lo que hace Elvira Lindo en un libro que se devora en dos sentadas: contar “su” Nueva York. El Nueva York que ella transita, camina, sufre y disfruta. El suyo y el de nadie más. Ni siquiera el de Antonio. Porque cada uno tenemos nuestra idea, nuestra imagen, nuestro sentir neoyorquino.

Un libro, decíamos, que se lee en un pispás. Por ligero. En el mejor sentido de la expresión. Por fresco. Por alegre, divertido e ilustrativo. Y por útil. Que ya he entresacado algunas direcciones imprescindibles para la Semana Santa. Eso sí, si me cruzo con Elvira o Antonio en alguno de ellos, prometo ser absolutamente discreto y no molestar, para no provocar una discusión marital del tipo:

– Mira que te lo dije. ¡Que no descubras nuestros lugares favoritos a los extraños! Que luego vienen y nos hacen la vida imposible.

No. Palabrita de niño Jesús. Si nos cruzamos en el “Smoke”, en el Fiorello o en el Absolute Bagels, seremos muy discretos y no molestaremos.

Un libro que, por supuesto, no es solo un directorio de lugares, sino un repaso por lo que supone vivir en Nueva York para dos extranjeros. Elvira aprovecha para ajustar algunas cuentas, para hablar del Cervantes y para comentar algunos episodios controvertidos de su vida entre lo público y lo privado.

Un libro muy recomendable que, además de ser una declaración de amor a una ciudad, es una declaración de amor a una persona. Y a todo lo que la rodea.

Si quieres leer doscientas frescas, ilustrativas y divertidas páginas sobre NYC, “Lugares que no quiero compartir con nadie” es tu libro. Si te gustan los ensayos para los que, antes de leer, tienes que armarte con un cortafierros que te permita abrirte paso entre sus páginas, olvídalo.

Jesús Lens

A ver, los anteriores 20 de marzo: 2008, 2009, 2010 y 2011.

El viaje a Budapest (previa)

¡Que si me acuerdo, me pregunta!

Qué gracioso, Daniel.

¡Cómo si uno mantuviera habitualmente peleas columnísticas con compañeros de periódico!

Os cuento.

Hace unos años, al principio de mis colaboraciones en las páginas de Opinión de IDEAL, coincidía con otro columnista, insultantemente joven, llamado Daniel Barredo.

¡Cómo conseguía irritarme, el tío! No siempre, claro. Pero a veces, sí. Ahora bien, ¡cómo escribía, el cabronazo! Era uno de esos jóvenes airados que no se mordían la lengua, dotados de una prosa tempestuosa, agitadora, deslumbrante y salvaje.

En cada uno de sus párrafos había una fuerza descomunal así que, aunque había veces en que sus tesis me sacaban de quicio, no podía dejar de leerle. ¡Demonios! Ni podía… ni quería.

Daniel Barredo hacía bandera de la incorrección política, pero se notaba que no era pose: le llevaba dentro.

Hubo una ocasión en que cargó contra los viejos, a quiénes otros hubiéramos llamado “la tercera edad”. Decía algo así como que habían caído unas gotas de lluvia y el viejo, torpe y desacostumbrado, se había puesto al volante. Y la había liado, claro.

No recuerdo si fue a ese artículo o a algún otro al que le contesté, a través de mi privilegiada columna. Y mira que a mí no me gustan las peleas públicas, los fuegos cruzados ni esas milongas tomboleras y populacheras. Pero algo de lo que escribiera Daniel fue la gota que colmó el vaso y le dediqué una columna con tintes de reproche.

¡Lástima ser tan descuidado y no haberla guardado!

En fin.

Después, Daniel dejó de publicar en IDEAL. Y le perdí la pista. Nunca más se supo.

Hasta que, hace unas semanas, leí en la prensa cultural que un tal Daniel Barredo había ganado el Premio Andalucía Joven de Narrativa 2011 por su novela “El viaje a Budapest”.

Y, casualidades de la vida, me lo encontré por el Facebook, amigo de una recién incorporada amiga, periodista y amante de la cultura.

Y lo agregué.

Y me aceptó.

Y me mandó un mensaje preguntando que si me acordaba de aquellas reyertas periodísticas nuestras…

¡Que si me acordaba, me pregunta!

El caso es que, al poco de ser amigos del Facebook, recibí un mensaje instándome, a mí y a otros compañeros cibernéticos, a leer su novela. Una novela que le está reportando graves consecuencias personales y familiares, según nos cuenta.

¿Por qué?

Pues porque, nada más leerla, “mis vecinos ya nunca más me verán como aquel adorable muchacho que nació para hacer cosas grandes, sino que torcerán las cabezas y me llamarán hijo de la gran puta. Mi familia no querrá saber nada más de mí y lo que es peor: no tendré a nadie a quien dar un sablazo”.

El autor escribe esto en un prefacio que es toda una declaración de intenciones.

En mis manos tengo un ejemplar de “El viaje a Budapest”, llamándome. A voces.

Empieza así:

“El coño de Rosario era tan vulgar como esa lata de anchoas en aceite de girasol que sirven en los bares de carretera. Tenía tantos pelos como la pantorrilla de un gigante y olía mal, a ostras podridas, a país sin agua.”

Escribo estas líneas un sábado por la noche. ¿Momento idóneo para empezar a leerlo? Lo sería si hubiera salido a la calle y volviera de tomar unas Alhambras con los amigos. O de algún concierto. O de apurar unas copas.

Pero no ataviado con un chándal disparejo y las zapatillas de paño puestas, desde que volví de correr, tal y como me hallo.

La verdad, para hacer justicia a un libro como el que, creo, va a ser éste, conviene empezar a leerlo un poco encanallado y engolfado, con sabor a alcohol en el gaznate y derrotado por la noche.

O quizá no. ¿Quién sabe?

En cualquier caso, ya os contaré.

Jesús expectante Lens

PD.- Veamos, en anteriores 18 de marzo, en qué estábamos: 2008, 2009, 2010 y 2011

Letal como un solo de Charlie Parker

Hace ya semanas que venimos hablando de esta novela de Javier Márquez. Hoy nos complace presentaros la siguiente reseña, que publicamos en el suplemento de libros de La Opinión de Málaga, que podéis disfrutar aquí. Por cierto, ¿no es fantástica, la foto que Laura Muñoz ha sacado de un «material» tan difícil y complicado, a priori? 😉

En pocas palabras: ¡háganse un favor a ustedes mismos y regálense este libro! O tengan el detalle de regalárselo a alguien que aprecien. Mucho.

Jesús solo Lens

¿Y en 2008, 2009, 2010 y 2011? Pues eso es lo que publicamos.