Expolio sevillano

Tengo yo más peligro, suelto y con tiempo, en una Feria del Libro, rodeado de amigos…

Aquí estuvimos
La Extra Vagante Libros
Porque firmar es todo un arte
Y recitar, también
Al final, solo me traje esto...

Gracias a Nerea Riesco, Javier Márquez, Teo Palacios, Carlos Salem y Adrián Gómez. Que pasamos una jornada memorable, ¿verdad Cuate?

Hasta el próximo On the Road, again.

¡Fuera!

(Notas espontáneas, del tirón y sin repasar. Disculpen los errores y las erratas, pero no quiero que pierdan la frescura con que fueron escritas)

Esta mañana no podía entrar en este mi Blog. Por cuestiones técnicas, llevaba fuera de servicio desde la madrugada.

Me sentía raro, extraño, no pudiendo entrar en él. Como cuando te olvidas las llaves de tu casa y te ves en la puerta, impotente, expulsado de ti mismo.

Es en momentos como ése cuando aprecias la importancia que ha adquirido algo tan poco real, tan virtual, tan etéreo, tan extraño, tan raro, a nada que lo pensemos.

Anoche me acosté temprano así que hoy madrugué. No me extraña, con la que estaba cayendo. Relámpagos, truenos y una manta de agua que se podía cortar con un cuchillo. Subí la persiana, corrí el panel japonés que tengo en mi dormitorio, a modo de cortina, y volví a la cama, a ver llover. A escuchar la tormenta. A leer “El hombre que amaba a los perros”. Volví al lecho para soñar despierto. Para dormir entre planes, deseos, añoranzas, melancolías y todos esos flashes que el cerebro produce cuando estás entre la vigilia y la duermevela.

Quería escribir de todo ello, pero no tenía a acceso a este “Pateando el mundo”. Están el Twitter y el Facebook, claro. Pero no es lo mismo.

Me levanté y, a las 9.25 estaba en la peluquería. Diluviaba. La lluvia como tema de conversación. La lluvia como espectáculo, después, desayunando, todos mirando llover desde las cristaleras, que retumbaban con cada trueno, mientras la luz amagaba con irse tras cada relámpago.

Volví a casa, pero seguía fuera, expulsado de mi propio mundo. Leía la nueva tragedia que ha matado a varios inmigrantes, tragados por las aguas del Mediterráneo. ¿Qué mas decir sobre ese pozo sin fondo al que llamamos “el drama de la inmigración”? ¿Qué más palabras usar? ¿Qué imágenes buscar?

La mañana seguía avanzando. Vimos a los Lakers perder, de nuevo. ¡Vaya racha, entre el Real Madrid y los angelinos! ¿Se puede compatibilizar el drama de la inmigración con ver baloncesto? Leemos a Sami Nair, en El País, siempre esencial. Hablando sobre el tema, precisamente. Y a Emma Bonino y Javier Solana.

Otros amigos blogueros sí tienen las puertas abiertas de sus moradas virtuales. Y nos permiten entrar en ellas, refugiarnos de la tormenta, mientras encontramos las llaves de nuestra casa. Rigoletto, por ejemplo.

Leemos más. Leemos a Vila Matas y a Muñoz Molina. Cada uno de sus artículos es necesario. Imprescindible. No sólo por lo que cuentan, sino por la cantidad de pistas que ponen en nuestro camino, para descubrir nuevos autores, libros, cineastas, artistas, museos, cuadros y exposiciones. De lo nuevo de Herzog (yo de mayor, quiero ser él) a un tal Schwob: “Malas lenguas comentaban que era un hombre muy móvil, pues se le veía por un instante de una forma, peo en seguida pasaba a ser distinto, visible y diferente desde otro ángulo y otro lado, y así iba moviéndose sin parar, hasta que doblaba cualquier esquina”.

Herzog y su némesis/alter ego, Klaus Kinski

Lo anoto. Junto a la reseña de “La vida en espiral”, la nueva novela negra del senegalés Abasse Ndione, cuya anterior «Ramata» tanto nos gustó, aunque al final se le fuera la pinza. Senegal… ¡menos mal que nos queda el Senegal! Antes era una anécdota, ese comentario. Ahora es una afirmación, cargada de sentido, lógica y necesidad. ¡Menos mal!

En cualquier otra ocasión, no habría hablado de nada de esto. Hubiese mandado esos artículos a personas concretas y determinadas, por e-mail, sabiendo que les gustaría y les interesaría. Igual que das los buenos días, de forma genérica, a todo el mundo, pero de forma sentida y especial, de forma privada, a quiénes más te apetece y deseas.

Al volver de la calle, se me ocurrió la idea para uno de esos cuentos recurrentes que tanto nos gustan: las adaptaciones del clásico de Monterroso a nuestra vida cotidiana. Pero no lo podía bloguear. ¡Porque estaba fuera!

El cuento sería algo así como:

“Cuando subió en el ascensor, su olor todavía estaba allí”.

¿De qué sirve, escribir, si nadie te va a leer?

Y me acordé de otro recortico que tenía en el despacho, y que encontré la otra tarde, cuando hacía limpieza de papeles y trataba de poner un poco de orden en el caos que me rodea.

Era de Tolstoi. Y decía: “Escribir no es difícil, lo difícil es no escribir”. ¡Y tanto! Tantas veces cogía el móvil, para escribir, un SMS, un e-mail, cuantas lo soltaba y lo apartaba de mí. Porque lo difícil, efectivamente, es no escribir.

Voy a la nevera. Me gusta el agua fresca. Pero tengo una botella, ya vieja, cuya agua sabe a plástico. ¡Qué asco! No hay nada más repugnante que el agua mala. O sí. Peor es no tener agua que beber, claro. Pero eso, ni se nos plantea. Vacío y tiro la botella. No es problema.

Tengo ganas de escribir. Tengo dos cuentos, en la cabeza. Y aún no he tenido tiempo ni oportunidad de sentarme, con calma, con ganas, a escribirlos.

Pero hay que correr. Y, esta tarde, hay que ir a la Feria del Libro. Que viene nuestro querido Alfonso Mateo Sagasta, a presentar su excepcional “Caminarás con el sol”. ¡Hay que estar con él! Con sumo gusto.

Me llama un amigo por teléfono. Sé que piensa que estoy dolido por un tema. Y hace lo imposible por transmitir confianza, serenidad y buen rollo. Por tender puentes. Él no sabe que no me hace falta, pero se lo agradezco igualmente.

Cuento todo esto porque, por unas horas, no lo podía contar. Si hubiera podido hacerlo, si no hubiera estado fuera, expulsado de mi propia dimensión virtual, ¡todo esto que os habríais ahorrado!

Seguramente sí habría compartido una pregunta. Aunque seguramente no habría sido hoy:

– ¿Dónde estáis, vosotras?

Pero ahora todo está bien. Podemos entrar, nuevo. ¡Estamos dentro!

Y la vida sigue…

Jesús surrealista Lens.

La piel de la lefaa

Si ustedes le conocieran, no lo creerían. Es alto. También. ¿Qué pasará en Agüimes para que buena parte de la peña creativa de la localidad canaria tienda a alcanzar los dos metros de altura, como comentamos en el caso de Paco Suárez?

 

Juan Ramón Tramunt es, además, afable, pausado y cariñoso. Un primor de hombre, rebosante de bonhomía y humanidad. Y por eso digo que, si ustedes le conocieran, no lo creerían. Porque, después de leer, en dos sentadas, la primera versión de su novela inédita (de momento), “La piel de la lefaa”, me ha quedado meridianamente claro que Juan Ramón está detrás de todos los acontecimientos que, en las últimas semanas, sacuden los países del Magreb.

Imagino que la CIA, el FBI, la Interpol y hasta el CNI español tendrán un dossier más gordo que lo que solía ser una guía de teléfonos sobre Juan Ramón. Y es que en su novela, en un puñado de adictivos 200 folios que se leen en lo que tarda un avión en salir, despegar, volar, aterrizar y aparcar, explica a la perfección cómo se puede organizar una revuelta de la forma más aparentemente inocua y pretendidamente inocente.

¿Os acordáis del follón que se organizó en los territorios saharauis hace unos meses y que anticipó lo que, después, pasaría en Túnez, Egipto y Libia? Solo que, en Marruecos, la cosa no acabó igual: a sangre y fuego, los alauitas sofocaron la protesta saharaui…

Hace ahora un año tuvimos la ocasión de compartir un viaje con Juan Ramón, el antes citado Paco y otro nutrido grupo de personas, comandadas por nuestro siempre querido y añorado Antonio Lozano. Bajamos hasta Marrakech y, desde allí, cruzando el Atlas, nos adentramos en sur profundo de Marruecos, hasta que arribamos a las primeras arenas del desierto del Sahara.

Entre birra y birra, regateo y regateo, visita y visita… Juan Ramón iba mirándolo todo, viéndolo todo y fotografiándolo todo. Pero, en especial, iba con los poros bien abiertos, captando sensorialmente todo lo que nos rodeaba.

Y, como los buenos escritores, devuelve el contenido de aquellos días al lector, en la novela. Y lo hace de una forma sencilla, transparente y en absoluto artificiosa. En “La piel de la lefaa” no hay exotismo gratuito sino que el paisaje forma parte de la narración, la condiciona y la hace avanzar. Juan Ramón transporta al lector a un espacio y a un tiempo que, por cercanía geográfica, debería resultarnos muy familiar pero que, por separación geográfica es como si estuviera a años luz.

No sé qué editorial tendrá la suerte de publicar “La piel de la lefaa”, pero creedme que estaré muy atento y, en cuanto aparezca, lo haremos saber para que podáis disfrutar de una extraordinaria novela.

Y a Juan Ramón, antes de que los servicios de inteligencia españoles, franceses o yanquis lo contraten para su causa, tan sólo nos queda darle la enhorabuena por haber escrito esta novela. Un privilegio haberte conocido y haber compartido buenos tragos y mejores momentos. ¡No te pierdas, querido Juan Ramón, que seguimos teniendo pendientes esos vinos con aroma volcánico en El Hierro!

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.