SOY UN ADICTO

Venga. Ahora que es agosto y que, en realidad, esto no lo lee ni el Tato, hagamos una confesión: “Me llamo Jesús y soy un adicto”.

La noche había sido larga. Muy larga. Como suelen serlo las noches en Salobreña. Había comenzado con unas jarras de cerveza en el Mesón de la Villa, donde su simpática camarera, muy profesional, nos atendió a las mil maravillas. Siguió en la Casa Roja, escuchando a Melissa Levaux, estrella del Festival Nuevas Tendencias, para continuar en el Sunem Playa, un extraordinario garito de estilo ibicenco, ultramoderno, exquisitamente decorado por Colin Bertholet y unas copas superlativas.

Rematamos la noche en el JA Studio de nuestro querido Mariano, escuchando flamenco. Y jazz. Charlando, haciendo quiméricos planes y soñando con Cuba, Malí y otros destinos viajeros en los que la música es parte esencial de su naturaleza. Por fin, a altas horas de la madrugada, en esos momentos en que no sabes si decir “buenas noches” o “buenos días”, llegamos al coqueto y personalísimo Hostal San Juan.

No negaré que, a lo largo de la noche, bebimos. Mucho. Y variado. ¡Fiebre de viernes noche! Entré en mi cuarto, me preparé para irme a dormir y, cuando fui a echarle mano, me di cuenta de que me lo había olvidado en casa. ¡Ay, las prisas! Rebusqué en la mochila de viaje, pero ya sabía que no. Que no lo había echado.

Me invadió la ansiedad. ¿Qué hacer? En ese estado alterado, tras una larga noche de música, copas, charlas, amigos, si me metía en la cama así, a pelo, no conseguiría pegar ojo. Intenté buscar algún sustitutivo, entre las cosas que suelo llevar en la mochila. Pero no había nada que me sirviera. ¡Maldita sea! Me estaba irritando, pero de verdad. Y entonces, cuando ya estaba mirando en los cajones de la mesita de noche de mi improvisado hogar, un rayo de luz vino a iluminarme. ¡Pues claro! Para esas escapadas musicales con mi Cuate Pepe, hay una cosa que nunca olvido echar en el equipaje…

Allí estaban. Mis CDs. “Éste no, éste tampoco, ni este…” Pero el cuarto… ¡ese sí! Un CD de música africana, el último encuentro musical entre el guitarrista Alí Farka Toure y Toumani Diabaté, el maestro de la kora. Lo acaricié. Y sí. Tal y como recordaba, era bastante grueso.

Tranquilo, feliz y dichoso, me pude ir a la cama. ¡Por fin! Con el cuadernillo del CD en mis manos. Ya podía leer a gusto. Vale. No era un libro, pero es que ni Biblias suele haber ya en las habitaciones de los hoteles. Y tampoco necesitaba leer mucho, la verdad. Pero ser adicto, es lo que tiene: el rito de leer antes de dormir, de acariciar el lomo de un libro, de sumergirte en la lectura de sus palabras, de transportarte al universo que el escritor ha creado para ti mientras las tinieblas de la noche te van cercando y se abren las puertas de la percepción, para dejar entrar los sueños en tu mente…

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

 

AQUÍ contamos el resto de ese viajecito tan movido como musical…

¿QUIÉN NECESITA A CLEOPATRA?

Durante la divertida presentación que hicieron Cristina Macía y Elia Barceló de su novela, ambas dos pusieron mucho énfasis en que nos quedara claro a todos que el protagonista-narrador de “¿Quién necesita a Cleopatra?” era un cabrón. Así. Con todas las letras. Un auténtico cabronazo.

Y la pregunta que se cernía sobre la mesa era una y clara: ¿cuánto de dicho protagonista-narrador hay en el propio autor de la novela?

Steve Redwood ponía los ojos en blanco y miraba al cielo, haciendo como que no entendía bien y, después, al explicarse, hacía como que farfullaba por lo bajo, intentando soslayar la cuestión.

El caso es que, a mi llegada a Madrid, la víspera de partir para Gijón, estuve viendo el España – Alemania del Mundial con Cristina y con Steve. Éste, fino humorista inglés donde los haya, pronosticaba un 0-4… para los teutones, poniendo en duda la sapiencia futbolística del mismísimo y veneradísimo Pulpo Paul.

Como quiera que España ganara aquel partido y que, a la hora de la verdad, cuando la Roja marcó su gol, Steve pegó un brinco de alegría, le cogí afecto al Hijo de la Gran Bretaña. Unos días después, como atestigua esta foto, la consecución del Campeonato Mundial terminó de crear un lazo de indisoluble amistad con ese barbado británico de quijotesca figura y patricio aspecto.

Así las cosas, y volviendo al principio de esta reseña, ¿cuánto de cabrón habría en el Narrador de la novela de Steve? ¿Y cuánto de Steve en el cabrón del narrador?

“¿Quién necesita a Cleopatra?” se lee de un tirón. Si eres una persona carente de humor. En caso contrario, tendrás que interrumpir varias veces su lectura. Para despelotarte de la risa. Porque Steve, efectivamente, es un cabrón sarcástico, ácido, malévolo y corrosivo, perteneciente a esa estirpe de humoristas ingleses que saben iluminar el lado más vergonzante del ser humano, para desnudarlo y sacarle los colores, jugando, retorciendo el lenguaje, sacando afilada punta a cualquier situación…

En la historia hay varios misterios que, en una u otra ocasión, todos hemos querido desvelar. ¿De qué se ríe la Mona Lisa? Porque todos sabemos que, detrás de la Vaca que Ríe hay un Toro que Empuja. Pero, ¿qué hace sonreír a la Mona Lisa? Tras matar a Abel, ¿cómo hizo Caín para perpetuar la Humanidad? ¿Y qué pasa con Rasputín? ¿No molaría estar presente en su tempestuosa muerte? ¿Y en la del mismísimo Jesucristo, contada de forma tan distinta en cada uno de los Evangelios?

Redwood, de joven. Digo... ¡¡¡Rasputín!!! Con perdón.

El caso es que N, un personaje tan arribista e insensible como trepa y miserable, se “inventa” una máquina para viajar en el tiempo. Y, para sacarle rendimiento, se alía con un magnate de la televisión para viajar a algunos de los momentos estelares (o no) de la historia de la humanidad y grabar en vídeo lo que realmente ocurrió. Emitido en prime time, el programa está llamado a convertirse en un brutal éxito. Pero el magnate exige una condición para poner a N al mando de las operaciones: su hijo Bertie, enamorado de la Mona Lisa desde que era niño, le acompañará en todas y cada una de las aventuras… para su desgracia.

¡Hacedlo vuestro!

A partir de ahí, que el lector imagine la cantidad de desgracias, encuentros y desencuentros, escarceos sexuales, aventuras y desventuras que protagonizarán el infame N y el pobre Bertie… o, mejor aún: que el lector se compre “¿Quién necesita a Cleopatra?” y que disfrute como un marrano en charco o lodazal del humor de Steve Redwood, uno de los descubrimientos más refrescantes de la pasada Semana Negra.

¡Carcajadas aseguradas!

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

TODO EL AMOR Y CASI TODA LA MUERTE

Hace unos días, desde la Semana Negra de Gijón y en caliente, comentaba la honda impresión que me produjo la presentación de la última novela de Fernando Marías, “Todo el amor y casi toda la muerte”, galardonada con el Premio Primavera de Novela, como podéis leer AQUÍ.

Pinchad la imagen para ampliar y mirad el ángulo inferior izquierdo...

Por tanto, en cuento llegué a la playa y me recuperé de los excesos cometidos durante el evento cultural gijonés, me abalancé sobre él, sabiendo que me iba a encontrar una novela muy especial, uno de esos libros que, nada más comenzar a leerlos, sientes como si estuvieran escritos directamente para ti.

Dado que el autor tuvo el buen gusto, durante su presentación, de no hablar del libro, me excusaréis si en esta reseña no comento el típico “de qué va” que os pueda servir para animaros (o disuadiros) de leer “Todo el amor y casi toda la muerte”. Si me conocéis y habéis leído hasta aquí, ya sabéis que sólo os queda lanzaros a la librería más cercana, comprar el libro y devorarlo, como hice yo, en dos o tres sentadas, en menos de 24 horas. Y lo curioso es que, siendo el mar uno de los protagonistas de la novela, a veces amenazante, ominoso y siniestro; a veces fecundador, luminoso y fuente de vida, leí la historia de Sebastián, Vera, Gabriel, Leonor y Tomás íntegramente a orillas del Mediterráneo, dejando el libro sobre la toalla para lanzarme de cabeza al agua y nadar, bucear y sentir algunas, muchas de las cosas que cuenta Fernando en este libro exquisito.

De todas formas, antes de sumergirte en sus adictivas y excitantes páginas, haz un pequeño-gran ejercicio: sitúate frente a un espejo y siéntate. Date cinco minutos para mirarte a ti mismo a los ojos y bucea por dentro de ti. Busca esos fantasmas, esos espectros que ya forman parte de ti, que se han ido incorporando a tu vida a lo largo de los años. Enfréntate a ellos, en el mejor sentido de la expresión “enfrentarte”. Míralos cara a cara y deja que te hablen. A ver qué te cuentan.

Porque todos somos portadores de fantasmas y espectros. Todos tenemos presencias dentro de nosotros que nos hablan, nos preguntan, nos exigen y nos interrogan. Lo más habitual es hacer lo posible (y, a veces, hasta lo imposible) por no escucharlos, por hacerles de menos, por olvidar que existen.

Pero están ahí.

Leer “Todo el amor y casi toda la muerte” puede servir como una especie de exorcismo personal, tal y como comentó Marías hablando sobre su concepción y origen. Pero, ojo, no se trata de una novela intimista en la que el autor habla primero de él, después de sí mismo y, más tarde, otra vez de él. Cuánto hay de sí mismo en cada personaje es algo que sólo Fernando puede saber. Para el lector, la novela es un perfecto artefacto de relojería en el que los personajes, con una entidad y una solvencia propias, se encuentran y desencuentran al modo de las grandes películas del cine negro norteamericano, con “La mujer del cuadro”, “Rebeca” o “Laura” como referencia. Una historia de pasiones cruzadas en las que el tiempo y el espacio son permeables, desarrollándose la trama entre un pequeño pueblo del norte de España, Madrid y la Cuba en guerra de principios del siglo XX. Entre un caserón gótico, un barrio cualquiera de una gran ciudad y la selva de un país caribeño. Una historia llena de giros, quiebros y requiebros en la que todos los personajes evolucionan, cambian y se transforman.

“Todo el amor y casi toda la muerte” es un libro prodigioso, alta literatura de poderoso octanaje que nos trae al mejor Fernando Marías. Un Fernando del que ya esperamos, ansiosamente, un nuevo trabajo.

Y, desde luego, si tienen la ocasión de verle actuar en vivo y en directo, ni lo duden. Una experiencia de lo más estimulante y excitante. Y uno ya va estando curtido en esas lides. Palabrita de niño…

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

AVENTURAS

Escribe Íñigo Domínguez, en el viaje que nos cuenta en el Suplemento V de Vocento que podemos leer en IDEAL, la siguiente perla:

«Las aventuras suenan bien, pero ponerse a ello da mucha pereza. A veces uno tiene ganas más bien de haberlas vivido que de vivirlas».

¿Quién lo suscribe?

Jesús Lens, amante de las aventuras a posteriori.

PD.- Desde el final de Semana Negra, ya he leído «Bill, Héroe galáctico» y «Buda Blues». Ahora estoy con la demencial historia viajera de Steve Redwood, en busca de Cleopatra.

Porque la Semana Negra… sigue.

LUNA DE JUNIO

A veces llegan manuscritos. Bueno, manuscritos que no son tales. Sería más propio llamarlos “originales”, que los procesadores de textos hacen maravillas y han terminado casi por completo con la palabra escrita a mano.

Decía que, a veces, tenemos la suerte de leer, en un puñado de folios, la narración de una persona. Su historia. O sea, una de las historias que surgen de su fértil imaginación. Una historia que, piensas, debería ser leída y compartida por otras personas.

Porque es buena.

Porque es divertida.

Porque es diferente.

Una historia como la que escribió Carlos Balado, titulada “Luna de junio”. Y que la editorial ALMED ha tenido el tino y la generosidad de publicar en su moderna, nueva y atractivísima Colección Ultramarina.

Sobre el “de qué va” la novela, podéis leer AQUÍ.

A mí, además de recomendarla vivamente, me apetece hablar del autor, Carlos Balado, Jefe de Obra Social y Relaciones Institucionales de la Confederación Española de Cajas de Ahorro, al que tengo la fortuna de conocer desde hace varios años y con el que he tenido ocasión de compartir conferencias, ponencias, seminarios…

Durante los años que he sido Secretario General de la Asociación Internacional de Entidades de Crédito Prendario y Social, me tocaba organizar las Asambleas Generales y, en ellas, coordinar las diferentes ponencias e intervenciones. Siempre, por sistema, una de las más esperadas era la de Carlos Balado. Y, después, también terminaba siendo una de las más recordadas, comentadas y memorables, con innumerables peticiones, por parte de todos los oyentes, de recibir su contenido por mail, CD o pen drive.

Porque Carlos no sólo es brillante en las exposiciones, claro y contundente, sino que atesora una cantidad de conocimientos que pueden llegar a apabullar. Conocimientos sobre las más variadas disciplinas que, después, Carlos sabe cómo relacionar y mezclar para conseguir establecer conexiones y conclusiones que nos hacen entender mucho mejor el desmesurado mundo en que vivimos y el entorno global en que nos movemos.

Pero, ojo, que nadie se llame a engaños. Lo mejor de Carlos es que, además, sabe escribir historias tiernas, intimistas, divertidas y simpáticas como “Luna de junio”, protagonizada por un personaje muy singular y a contracorriente que emprende un viaje aparentemente sencillo, pero que, para él, puede convertirse en una titánica aventura.

Consejo de amigo, id a vuestra librería más cercana y pedid “Luna de junio”. Una novela muy apropiada para la temporada de verano que ahora comienza. Y, de paso, una recomendación de otro tipo, pero de la misma editorial ALMED: “Las cenizas de los imperios”, de Karl E. Meyer. Subtitulado como “La lucha por la supremacía en el corazón de Asia”, nos habla del origen de los conflictos que sangran por las heridas abiertas de Afganistán y países limítrofes.

Porque las cosas no ocurren por casualidad. Porque la historia marca el porvenir. Porque, en un mundo global, ningún rincón del mundo nos puede ser ajeno… hay que conocer el origen de “Las cenizas de los imperios”. (Más info, AQUÍ)

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.