La habitación al fondo de la casa

Yo creo que ha sido la Crisis, que sigue campando por sus respetos, enseñoreada en esta nuestra sociedad, la que ha contribuido a hacer de la lectura de “La habitación al fondo de la casa” algo tan apasionante y enriquecedor.

 La habitación al otro lado de la casa

Porque, cuando todo va mal, una buena dosis de realismo mágico ayuda a sobrellevar el peso de la existencia. Y la novela de Jorge Galán es puro realismo mágico, por los cuatro costados, desde que comienza hasta que termina.

No es necesario, en este caso, que el autor nos lleve a Macondo. No hace falta. Porque El Salvador está ahí. Y Panamá. ¡Impresionante, Centroamérica! Una Centroamérica que, habitualmente ignorada por España -salvo cuando se trata de excavar en el Canal y ganar mucho dinero- rezuma vida. Y calor. Y color. Porque es mágica. A la vez que real.

Tratar de explicar de qué va una novela como “La habitación al fondo de la casa” sería un ejercicio de futilidad. Sería como tratar de explicar el calor del sol, los colores de los cuadros de Van Gogh o los decibelios de un concierto de RATM: son experiencias sensoriales que hay que disfrutar, en primera persona, para apreciarlas.

 La habitación al otro lado de la casa autor

En esta novela hay, claro, vidas extremas y tempestuosas. Hay grandes amores, pasiones y tragedias. Hay sueños que se convierten en pesadillas y pesadillas que se hacen realidad. Realidades que se sueñan y sueños más reales que la propia existencia. Deseos apasionados y pasiones ardientes. Inundaciones. Crecidas de los ríos. Y lluvias tan espesas que no se podrían cortar con un cuchillo. Hay vientos que traen rumores y rumores que viajan con el viento.

Hay ancianos proteicos y jóvenes tan mayores que parecen viejos. Hay misterios, desapariciones y un etcétera tan largo como todas y cada una de las hermosas 216 páginas que componen “La habitación al fondo de la casa”.

Su autor, Jorge Galán, viene del mundo de la poesía y su prosa está impregnada de la sonoridad del verso, de la plasticidad y la cadencia de un lenguaje destinado a transmitir sensaciones al lector.

 La habitación al otro lado de la casa contraportada

Hay, por supuesto, una historia. Y unos personajes a los que les pasan cosas; y unos secundarios de lo más jugoso e interesante. Pero el punto fuerte de “La habitación al fondo de la casa” es su lenguaje, que se disfruta y se paladea con cada página que se lee.

Hay que dar la enhorabuena a la editorial granadina Valparaíso por publicar la obra de autores como Jorge Galán, dotados de un lenguaje personal, propio, personal, único y diferente.

Porque en los tiempos de las franquicias, la globalización y la uniformización, son necesarias estas ventanas a otras realidades, mundos y formas de entender la vida y la literatura. Como ejemplo, un botón: atención a esta joya de poesía balcánica de la que hablaba hace unos meses…

 La habitación al otro lado de la casa balcanes

Jesús Lens

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La ecuación de la vida

– ¿No es eso lo que os trae por aquí? El exotismo, el paisaje salvaje y la nostalgia de los imperios perdidos…

– No somos turistas…

– Claro que no. En África no hay turistas, solo mirones.

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Si leíste hace unos días el artículo que publiqué en IDEAL, “África en guerra”, ya viste que hacíamos referencia a la última, espléndida y durísima novela de Yasmina Khadra, “La ecuación de la vida”. Y, mientras la leía, me acordaba de este otro artículo, que publiqué en verano, y que tiene que ver cono el diálogo con que comienza esta reseña: SOS Tombuctú.

Alguno de sus libros se me habrá escapado, pero básicamente, de Khadra lo he leído todo, desde que Nicole Canto lo editó en España, en aquella Negrura de hace ya demasiados años.

Tras pasar por diversas editoriales, como Almuzara o Alianza, la última, portentosa e imprescindible novela del autor argelino, camuflado tras el nombre de su mujer, ha recalado en Destino, y presenta una portada que refleja, a la perfección, el contenido de la novela.

 La ecuación de la vida

Un rostro. Una mirada. Unos ojos. Una mirada. Una nariz. Unos labios. La parte izquierda, iluminada. La derecha, en penumbra. Una ceja se ve. La otra, no. Nada más. Una imagen absolutamente despojada, de la que me acordaba hace unos días, cuando visité a Jesús Conde y pude disfrutar de algunos de los cuadros que está pintando ahora mismo.

Me vas a disculpar si, en esta reseña, me esfuerzo poco.

Lee:

“Para mi absoluta desolación, comprendo que estos seres que me tienen cautivo y son amos de mi destino, estos seres desprovistos de conciencia, no se conforman con banalizar la práctica deliberada de la muerte, sino que la reivindican como un derecho.”

Es parte de la historia que cuenta Khadra. Una historia que, por desgracia, podéis leer en los periódicos de estos días: secuestros y muerte en África. En Sudán o Somalia. En Argelia. En Malí.

“Llegaron al amanecer. Quemaron nuestras chozas, masacraron nuestras cabras, a nuestros burros y perros; luego nos reunieron en la placeta y empezaron a matarnos, al padre delante de los hijos, al bebé en brazos de su madre. Si el Diablo llega a estar con ellos, habría huido del espanto”.

 La ecuación de la vida

¿Qué más puedo yo añadir a párrafos escritos con esa fuerza, con esa garra, con esa capacidad descriptiva, para narrar el horror y la muerte?

“Darfur… Estoy en Darfur, esos escarnecidos antípodas con que nos dan la matraca en cada telediario y a los que solo presto atención de pasada, entre un trago de cerveza y una llamada telefónica. Darfur…”

¿Cómo explico yo ahora esa indiferencia de la que hablaba en el artículo anteriormente reseñado?

“Todo es extraño en África. Se mata, se roba, se secuestra y se dispone de la vida ajena como si nada… Por tanto, ¿qué más da que ocurra en Sudán o en Somalia?”

Efectivamente. Y, sin embargo… ¡África no es un país! No nos hartaremos de repetirlo. Y de reiterarlo. Y reivindicarlo.

– África no se ve, señor Krausmann, se siente…

– Cierto es que apesta…

¡Hey! ¿Hay ahí un cambio? ¿Percibimos algo diferente?

 Yasmina Khadra

“El africano es un ser espléndido. Ya esté sentado ante su choza, bajo un algarrobo o a orillas de un río plagado de cocodrilos, se halla ante todo dentro de sí mismo. Su reino es su propio corazón. Nadie en el mundo sabe compartir y perdonar como él. Si tuviera que poner un rostro a la generosidad sería la de un africano. Si tuviera que añadir un destello a la fraternidad, pondría la risa de un africano”.

Lo sé. No entiendes nada. No sabes quién habla ni porqué dice lo que dice. No te preocupes. En cuanto te sumerjas en las páginas de “La ecuación de la vida”, todo cobrará sentido. Y, palabra de amigo, debes hacerlo. Sumergirte en una novela que cuenta un puñado de vidas que nos resultan ajenas, pero que lo son mucho menos de lo que podríamos pensar.

Y si no, lee este párrafo:

“He visto en África seres con la piel pegada al esqueleto, famélicos y desamparados, luchando por cada segundo de su vida. Gente expoliada, perseguida, menos valorada que sus animales domésticos, expulsada de sus sórdidas aldeas, errando entre salteadores y epidemias… El hecho es que, por indefensos y pobres que fueran, no cedían una migaja de su miserable existencia”.

¿Podemos decir nosotros, aquí y ahora, lo mismo? Más que migajas… ¿cuántos mendrugos de nuestra vida no habremos ido cediendo, de acuerdo con según qué convencionalismos, obligaciones y castigos, en muchos casos, autoinfligidos?

 Yasmina Khadra

Termino ya. Con una de esas frases lapidarias que tanto me gustan y que tan moda están ahora, en los muros del Facebook y en el piar del pajarito del Twitter: “Quien solo visita África una vez, muere tuerto”.

No es fácil, ahora, ir a África. Pero “La ecuación de la vida” permite asomarse a su realidad más auténtica, compleja y contradictoria. Porque en África se dan la mano lo mejor y lo peor del ser humano. Y nadie como Yasmina Khadra, que lo sabe y lo conoce, que lo ha vivido, combatido y contado… para convertirse en un privilegiado portavoz.

Es verdad. Esta no es una lectura para divertirse. Pero sí para gozarla. Y, o eres de piedra, o te emocionarás al llegar al final. ¿Hace cuánto que una lectura no te emociona?

¡Ahí tienes el desafío!

Por cierto, Yasmina Khadra ha cambiado de editorial en varias ocasiones. Pero su fantástico traductor es siempre el mismo: un Wenceslao Carlos Lozano cuya pasión, fuerza y amor por la buena literatura se refleja en cada párrafo de la obra de Khadra.

¡Por algo será!

 La ecuación de la vida

Lee. Lee y hablamos.

Jesús Lens, tratando de despejar La ecuación de la vida.

Y ahora, a ver los 18 de enero de 2009, 2010, 2011 y 2012

Ejército enemigo

Cuando leí todo lo que se escribió sobre esta novela en los suplementos literarios de los grandes periódicos de este nuestro país, salí a escape a la librería más cercana a comprar un libro que, después de la Biblia y el Capital, iba a ser lo más. Lo más de lo más. De lo Más Allá, incluso.

Alberto Olmos es uno de los “20 de Granta”, la lista de los veinte escritores en castellano más prometedores del momento, los llamados a comerse el mundo literario de los próximos años.

Además, “Ejército enemigo” estaba publicada en Literaturas Mondadori, una de las colecciones literarias más interesantes del panorama de las letras patrias.

Y claro, con todos estos a prioris y condicionantes, ante tanta expectativa, era casi imposible que la novela no me defraudara y que, a medida que la leía, fuera pensando: “pues no es para tanto”, “esto me suena a Houellebecq”, “esta parte es reiterativa” y cosas así.

Se me hace difícil escribir sobre “Ejército enemigo”, una novela de tesis en la que su autor, a contracorriente del 15-M y todo el empalago intelectual que lo acompañó, defiende que ya está bien de tanta tontería solidaria y de tanta fraternidad universal en pos de un mundo mejor.

A través de un personaje entre lo repulsivo y lo grotesco, un cínico que trabaja en publicidad (toque moderno), iremos pasando por el mundo de las ONG (toque moderno), de las Redes Sociales (tqm), de la pornografía en Internet (tqm) de la crisis (tqm) y de las protestas callejeras (tqm)

Y lo haremos de forma fría y desapasionada. A través de un siniestro diario en Internet, no por terrorífico, sino por escueto. Un diario que pretende transmitir la soledad y el vacío, la vacuidad de la visa del protagonista. Y que, bueno, pues será así. ¿No?

Las mujeres que aparecen en la novela son, claro, puros objetos del deseo del personaje principal, del que solo sabremos, en realidad, su comportamiento compulsivo-obsesivo.

Yo no digo que lo que cuente Alberto Olmos no sea interesante. Es solo que a mí no me interesa. Ni el fondo, ni la forma.

Y, aún así, leí entera la novela.

Imagino, pues, que algo tendrá ya que, de lo contrario, habría dejado a medias su lectura. Pero a mí no me pregunten por ese algo. Si en algún momento lo encontré, ya lo he perdido. Si lo tuve delante, ya no lo veo. Si estuvo, no lo recuerdo.

Con novelas como “Ejército enemigo” me pasa como con algunas obras de arte contemporáneo: es mucho más interesante lo que sus autores hablan de ellas y lo que opinan los expertos sobre su génesis, sentido y objetivo que la propia obra en sí misma.

Cortico que es uno.

Jesús Lens

El segundo de los aPostados agosteños, cambiando el tono y el estilo. Ea. Que ayer fue Batman y mañana… mañana trataremos de que no sea lo que Dios ni los mercados quieran.

LIBLOGS: ENTRE LIMONES

Dedicado a Jose Guerrero, que me regaló este libro

Y con el que coincido en tantas y tantas cosas…

 

Mi buen amigo José Manuel me ha descubierto una estupenda página de Internet: www.wordreference.com en que hay traducciones, definiciones y conceptualizaciones de millones de palabras de todo el mundo y de los más variados idiomas.

 Portada

Para definir la novela «Entre limones», de Chris Stewart, cuya publicación hemos de agradecer a la editorial andaluza Almuzara, tenía una palabra en mente: «Charm», que según la página de marras, significa «encanto» o «hechizo» y, como verbo, «cautivar».

 

Todas esas acepciones son aplicables a una novela muy sencilla en apariencia, pero estupendamente escrita y, sobre todo, cargada de ironía, fino humor y mucho, mucho sentido común.

 

Yo no sé ustedes pero yo he soñado, y aún lo hago de cuando en vez, con la ruptura, el viaje sin retorno, el corte de amarras y la huída definitiva. De las grandes frustraciones de mi vida: haber nacido en Granada, haber estudiado en Granada y seguir trabajando y viviendo en Granada. Ojo. Que nadie de mi empresa pida que esta declaración supone una solicitud encubierta de traslado. Que conste.

 

No.

 

Me gusta mi vida y me gusta mi ciudad, me encanta mi trabajo y soy feliz en la capital nazarí, donde tengo a mis mejores y más cercanos amigos. Pero eso no quita para que, en determinadas ocasiones, como ocurre mientras leía «Entre limones», me asalte un cierto desasosiego, una inquietud, un deseado anhelo: «¿y qué pasaría si me marchara?»

 

Hay que ser muy valiente, o muy loco, para hacer lo que hicieron Stewart y su mujer: liarse la manta a la cabeza y, siguiendo la estela de tantos y tantos viajeros ingleses que huían de la humedad, la lluvia y el gris de Inglaterra, instalarse en el luminoso y soleado sur de España. Concretamente, en las Alpujarras, una tierra muy especial, mágica, con imán.

 

«Entre limones», a estas alturas ya lo saben todos ustedes, cuenta el proceso de adaptación a un cortijo llamado El Valero por parte de una pareja de ingleses. Las cosas que les pasan, las anécdotas, las incomprensiones y, sobre todo, la solidaridad que encuentran en amigos y vecinos constituyen el esqueleto de una narración que, a través de una sencillez argumental casi ascética, invitan a la huída de las malas costumbres, el adocenamiento y el pensamiento único.

 

Un libro que invita a reflexionar, además, sobre la idiosincrasia española, granaína y alpujarreña, riéndose de algunos de nuestros vicios capitales, pero también hostigando, con dulzura y sin saña, a colectivos como el de los hippies que paren a sus hijos en tipis indios, en mitad de cánticos espirituales y purificadores. Críticas que nunca hieren porque el autor del libro es el primero en mofarse de sí mismo y de buena parte de sus limitaciones como cortijero autónomo y autosuficiente.

 

Un libro, «Entre limones», efectivamente encantador, dotado de una de las virtudes más difíciles de la literatura: invitar a soñar, viajar y cambiar de forma de vivir. Aunque, claro, si uno decidiera romper con todo, las Alpujarras se le quedan muy, demasiado cerca. Hoy por hoy, y por distintas circunstancias y casuales reencuentros, posiblemente me iría a Irlanda, a las Islas de Arán o al pueblito de Doolin, famoso por ser uno de los centros espirituales de la música celta, junto a los acantilados de Moher, y sobre el que pronto volveremos.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.