MI VIDA SON PALABRAS

Muchas veces me preguntan sobre mi desmedida afición a la escritura. A escribirlo todo.

 

Y a veces no sé qué responder.

 

Así, cuando leí las siguientes palabras de Haruki Murakami, me sentí muy reconfortado: «Por eso ahora estoy escribiendo. Soy de ese tipo de personas que no acaba de comprender las cosas hasta que las pone por escrito.»

 

Efectivamente. Yo necesito escribir para entender. Yo pienso en palabras y todo lo que veo, escucho, reflexiono o hago, para darle consistencia, lo tengo que traducir a palabras.

 

Y por eso, leyendo la entrevista de El País Semanal a Amélie Nothomb, sentí una inmensa alegría ante esta respuesta: «Como decía Virginia Woolf, nada ocurre hasta que no lo escribes.»

 

Jesús Lens.   

CARLOS GIMÉNEZ

Fue en mi primera Semana Negra. Le conocí en la caseta de Negra y Criminal, de la mano de Paco Camarasa. Entonces no había leído nada de él y me intenté justificar diciendo algo así como que a mí me gustaban más los libros que los tebeos.

 

  • – Es que los tebeos son libros – me dijo Giménez, dejándome mudo de vergüenza.

 

Reparen es que he dicho que esta salida de pata de banco la perpetré en mi primera Semana Negra. Es decir, que todavía estaba por desbastar, pulir y educar. Entonces aún creía en categorías, etiquetas, géneros y diferentes gradaciones literarias.

 

Vamos, que era un idiota.

 

Gracias al magisterio del Jefe Taibo, Justo Vasco, Cristina Macía y el resto de la manada negra, vi la luz y, desde entonces, lo único que distingo es entre buena y mala literatura, teniendo en cuenta que la buena es la que a mí me gusta, me divierte y me apasiona mientras que la mala es la que me aburre, me hastía y me cansa.

 

Años después de aquel desdichado encuentro, me hice con una edición muy especial de la más conocida obra de Carlos Giménez: «Todo Paracuellos» que, con prólogo de Juan Marsé, fue editado por Random House Mondadori.

 

Paracuellos.

 

Un nombre con resonancias.

 

Recuerdo que Gonzalo, colega de mi amigo Briones y un adicto a los tebeos, hablaba maravillas del Paracuellos.

 

Y no es para menos.

 

Aunque debo confesar que, a mitad del tercer álbum, tuve que interrumpir su lectura. Porque, por las noches, los niños del Auxilio Social creados por Giménez se me aparecían en sueños. Y no es ninguna exageración o recurso literario. Lo juro. Me pasaba las noches viviendo las aventuras de esos chavalitos pelones, con orejas de soplillo, ojos soñadores, pecas en la cara, tirillas por piernas bajo sus pantalones cortos.

 

¡Qué duro, todo lo que cuenta Paracuellos! Los sueños rotos, las decepciones, las lágrimas, las frustraciones y la violencia de unas vidas muy difíciles, en la España de los años 50. Vidas cotidianas de unos niños para los que un tebeo del Cachorro o una pelota de fútbol hecha con trapos eran tesoros de valor incalculable.

 

Y, después, los mayores. Los adolescentes que, en los Hogares del Auxilio Social imponían una férrea dictadura y, por supuesto, los maestros tiránicos, que aplicaban algunos castigos a los niños que ni el más rebuscado de los torturadores…

 

Pero todo ello contado con una ternura y con una capacidad de empatía por parte de Carlos Giménez que, como antes dije, conseguía encastrar a sus diminutos personajes en mis sueños.

 

Hace unas semanas se ha constituido una Plataforma para que a Carlos Giménez le sea concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.

 

Por supuesto, me sumo a dicha iniciativa.

 

Y os invito a todos a que, a través del mail encuentros@semananegra.org hagáis lo mismo. Los niños de Paracuellos bien que se lo merecen.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

VUELVEN LOS CUAVERSOS DE IGNACIO

Lo sé. Lo estabais esperando desde hace tiempo. Le echabais de menos y he sido un auténtico cabrón, guardando en la nevera los poemas de Ignacio. Pero lo bueno se hace esperar, ¿no?

 

Tras los versos dedicados a Julia, y los dedicados a ¡ellas!… las que pudieron ser y no fueron… hoy dejamos ésta

 

La vida hacia atrás

 

Hoy encendí el televisor

y aparecí yo

jugando con una calabaza,

escupiendo semillas como si fuesen chistes

que pudiesen romper el silencio.

Está mi abuelo.

Y mi hermana ya tenía el gusano transparente

escondido en el brazo,

y en otra imagen nos mira como un gato herido.

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Ninguno de mis amigos

creía en dios,

y la vida era,

para el que pudiese comprender,

querer tirarse al agua sin saber nadar,

llegar hasta el final del trampolín,

y darse la vuelta muerto de miedo,

y que alguien te empuje,

y que no haya tiempo de taparse la nariz.

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Aún te sabes de memoria

el teléfono de aquella chica

y su sonrisa en blanco y negro

te transporta a un mundo

que fue tuyo y se esfumó:

vespinos y baños nocturnos,

arena en los zapatos,

vamos de pesca,

y aquellos ojos inocentes

que tiraron la tristeza por la borda,

ciegos de deseo,

sin saber muy bien qué hacer.

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En los siguientes minutos,

el tiempo celebra sus aniversarios:

primero tu cuerpo joven

comparte con otros cuerpos

un vino peleón de cumpleaños.,

la caja de puros robada a tu abuelo

y unas pastillas de colores

que encontraste en el botiquín

buscando tiritas,

y os decís cosas con música de fondo

mientras en tus manos,

bañadas de luz violeta,

sostienes el disco de Joy Division

con la portada de los árboles

y el paisaje helado.

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Luego una comida en familia

un domingo cualquiera,

con mis padres que dan voces

y se llevan muslos de pollo a la boca

y se pasan la sal y la miseria,

y se preguntan en voz alta,

mientras entras en el salón con un periódico:

qué va a ser de nuestro hijo

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Recuerdas, cuando tenías 17 años,

te sabías los nombres de todas las estrellas

y la vida era la postal de una puesta de sol.

Bocadillos para merendar,

tartas que soplábamos con orgullo,

bufandas que ocultaban marcas en el cuello

y canciones en las que se escondía

todo lo que entiende el corazón.

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Estás drogado,

y no haces nada por disimularlo.

Las puertas se abren

y afuera es de noche,

y tu boca parece de usar y tirar

sosteniendo un cigarrilllo

con la forma de un enorme signo de interrogación.

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Y después, nada,

dos imágenes borrosas,

una feria de provincias,

un hospital…

Mis primos en el jardín.

Y Otto y Lara,

ladrándoles a alguien que,

seguramente,

venía de muy lejos,

con los ojos como linternas encendidas.

Y después, la carta de ajuste.

el silencio oscuro,

la silenciosa oscuridad de todos los finales.

Si un hombre es lo que ha sido

y poco más,

desde hoy sabes,

mientras recoges el salón

y dejas guiar tus pensamientos

como vagones de un tren nocturno

sin paradas intermedias,

que eres lo que ya nunca podrás ser,

una tela que ha perdido su araña.

Las armas de un ejército

que ha huido a la desesperada,

el negativo mojado y volandero

de aquello que se marchó con viento fresco

y que ahora te deja agrio y malherido

con ganas de volver a aquel lugar extraño,

volver a tu tiempo y escribir en todas las paredes:

todo es mentira,

nunca cambiaremos nada,

nuestro verano ha muerto.

EL MAPA DEL TIEMPO

Una vez estuve en Londres. Apenas tres o cuatro días. Y mira que hay cosas que ver/hacer en la capital de Inglaterra, pero una iba anotada y subrayada en rojo fuego en mi cuaderno de viajes: hacer el tour de Jack el Destripador, paseando por las calles de Whitechapel en que el más famoso asesino en serie de la historia perpetró sus siniestros crímenes.

 

¿Morbo?

 

No lo sé. Pero el personaje de Jack the Ripper me fascina desde tiempos inmemoriales y, aunque nunca creo haberlo confesado en alta voz, una de las películas que más veces he visto en mi vida es… «Asesinato por decreto», en que se contaba un duelo voltaico entre Sherlock Holmes, el príncipe de los detectives, y el sádico Jack.

 

Además, me fascinó la novela gráfica «From hell», de Allan Moore, que leí premiosamente, deleitándome en cada imagen de «aquel Londres purulento de finales de siglo», como acertadamente lo describe Félix J. Palma en su monumental novela «El mapa del tiempo», Premio de Novela Ateneo de Sevilla, editada por Algaida.

 

¿Qué quiero decir con «monumental»?

 

Primero, que es una novela gorda. Gruesa. Grande. Bien servida de un buen puñado de cientos de páginas que, sin embargo, no pesan nada en el ánimo del lector, que se sumerge en su lectura y se deja guiar por ese Londres que, capital del mundo de entonces, albergaba los sueños y las pesadillas de buena parte del género humano del momento.

 

Los protagonistas: muchos. Entre ellos, además de Jack y Mary Kelly, Polly Nichols y el resto de las prostitutas asesinadas, podremos encontrar a Joseph Merrick, el Hombre Elefante, a escritores como H.G. Wells, Bram Stoker o Henry James y, por supuesto, a una amplia caterva de distintos personajes que nos sirven para conocer desde los palacetes de la burguesía a infames tabernas como «The ten bells».

 

Pero ¿Qué cuenta «El mapa del tiempo»? Pues partiendo de los famosos asesinatos de Miller’s Court y alrededores, el autor teje una trama en que se combinan las expediciones africanas en busca de las Fuentes del Nilo con las prodigiosas máquinas de viajar en el tiempo, utilizando la técnica del folletín, con aderezos de Terminator, Drácula, Prestige y Minority Report, entre otras muchas referencias cinematográficas y literarias.

 

Abel me decía cariñosamente, al leer de qué iba el libro, que pudiera parecer que el autor se había fumado algo más que tabaco y salvia, para meterse en un berenjenal de este calibre. Pero no. Ni mucho menos. Aunque pueda parecer imposible, todas las piezas del puzzle literario más fantasioso, imaginativo y desaforado que nunca leí en un autor español, terminan encajando a la perfección, sin que quede un sólo cabo suelto.         

 

Una espléndida novela, construida a través de un sólido andamiaje que recuerda a aquellos cadáveres exquisitos de los surrealistas, el juego de las palabras encadenadas y un hálito a efecto mariposa de escala atemporal. Y con frases tan elocuentes como: «Todo esto se sustenta en una caja vacía donde no se esconde otra cosa que los miedos que llevamos dentro.»

 

Una novela bigger than life que se basa en una premisa tan hermosa como cierta: «¿Acaso no hay mentiras que hacen la vida más hermosa?»

 

Total, que ya estoy pergeñando una nueva visita a Londres. A ver si mi amiga Rocío, excelente conocedora de la ciudad del Támesis, se anima a que busquemos qué se esconde en el número 50 de Berkeley Square, donde se encontraba la casa más embrujada de la ciudad. Una casa en la que pasan muchas, muchas cosas…

 

¿Ciencia? ¿Imaginación? ¿Literatura? ¿Fantasía? ¿Realidad?

 

Háganse con «El mapa del tiempo» y disfruten con la explosión imaginativa de un Félix J. Palma al que pueden hacer un exhaustivo seguimiento a través de su más que interesantísima web: http://www.felixjpalma.es/

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

DE LIBROS

Hace unos días planteaba un acertijo que fue descubierto… a medias.

 

Por lo que anda transitado aquellas calles y frecuentando a aquellas personas tan especiales era porque estaba enfrascado en la lectura de «El mapa del tiempo», de Félix J. Palma, publicada por Algaida y Premio Ateneo de Sevilla, como podían ver en esa Margen Derecha casi olvidada, que no me participan en las encuestas… 😉

 

Pronto sabrán más de mi lectura de una historia… tremenda. Loquísima.

 

La pregunta es, ¿qué leo ahora?

 

Tres títulos me asaltan, peleando por hacerse con mis favores…

 

¿Qué les parece? (Info pinchando en cada imagen)

 

Jesús Lens, preguntón.