LA VIDA ES UNA NOVELA

No sé la razón por la cuál, ayer, se nos fastidió la entrada cinéfila sobre los Oscar. AQUI la tenéis, en perfecto estado de revista, con las reseñas de las pelis. Pero quiero hablar del nuevo libro de Manuel Pimentel, «El libro de la escritura vital», que parte de una frase genial de Raymond Carver: «Tú no eres tu personaje, pero tu personaje sí eres tú».

A partir de ahí, Pimentel desarrolla la tesis de que «el personaje es lo que tú haces y al personaje lo ven los demás. Tú escribes la vida con tus actos, al igual que el escritor escribe su novela con palabras. Tú escribes con tus actos la novela de tu vida. El ideal es que tu personaje tenga una coherencia razonable con tu persona. Hay personas que no se sienten identificadas  con su personaje y eso es fuente de conflictos psicológicos graves.»

 

En fin. Que creo que me va a gustar este libro. Mucho. Pero mucho, mucho.

 

Jesús Lens, buscando su personaje.  

LA CIUDAD FELIZ

Este año, durante la entrega de los Premios Literarios de Jaén convocados por CajaGRANADA, el galardonado con el premio de poesía, Alejandro Céspedes, hizo un brillante y vibrante discurso de agradecimiento, bienhumorado, alegre y festivo. La premiada con el premio de novela, Elvira Navarro, estuvo más discreta, tímida y callada.

 

Quizá tenga que ver con ello el hecho de que Elvira es insultantemente joven, no en vano, nació en 1978.

 

Si ya me costó aceptar que los futbolistas más prometedores, en vez de ser hombres hechos y derechos, empezaran a parecerme críos imberbes, no veáis lo duro que es ver cómo los mejores cachorros de la nueva literatura no pintan canas, no están cuajados de arrugas y no tienen papada bajo la barbilla ni bolsas bajo los ojos…

 

Pero así es. Y, paradójicamente, por joven que sea, se nota que Elvira ha mamado las calles de la ciudad. Al menos, su escritura así lo denota: si por algo se caracteriza «La ciudad feliz», su más reciente y premiada novela, es por transmitir verosimilitud a todo lo que cuenta.

 

La crítica ha insistido en que la novela está compuesta por dos historias independientes que sólo tienen un débil nexo en común, al coincidir levemente los personajes principales de una y otra, en el desarrollo de sus respectivas tramas.

 

A mí, sin embargo, me dio la sensación de estar leyendo una misma historia, sólo que desde dos puntos de vista distintos. Lo importante, en ambas tramas, es la visión del niño. Y la de la niña. Su extrañeza, su miedo ante lo desconocido, sus reacciones ante la realidad que se les viene encima, el desafío a los límites que sus familias les imponen.

 

El hecho de que sus vivencias sean distintas, pero complementarias, sirve para reforzar esa idea de dualidad entre lo masculino y lo femenino, entre el ying y el yang, entre el niño de fuera y la niña de aquí de toda la vida, entre la amenaza interior y la amenaza exterior, entre la vertiginosa atracción por lo indebido, lo imposible y lo prohibido que cada uno de los protagonistas siente.

 

Para comentar  esta novela, mucho me temo que no sirve lo de contar de qué va la historia. Porque no va de nada especialmente reseñable, como tantas veces pasa en muchas grandes obras de la literatura universal. Es la magia de las palabras, la alquimia de la literatura, el conseguir transmitir sensaciones puras a través de una prosa limpia y precisa, como ocurre en el caso que nos ocupa.         

 

Así, las últimas ediciones de los Premios Literarios Jaén están consiguiendo poner el acento en autores como Patricio Pron (su novela fue una de las más reconocidas del año 2008 por el gremio de editores de este país) o Elvira Navarro, llamados a darnos grandes alegrías en el futuro más inmediato, no en vano, la autora onubense lleve una inmejorable trayectoria: ganó el primer premio de narrativa en el Certamen de Jóvenes Creadores del Ayuntamiento de Madrid en el año 2004, disfrutó de una beca de creación del Ayuntamiento de Madrid y la Residencia de Estudiantes y su libro «La ciudad en invierno» le reportó ser elegida Nuevo Talento Fnac.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

TRINCA EL PRIMER LIBRO QUE TENGAS A MANO

Venga, que vamos con una de esas cosas que se inventa la gente en el Facebook.

 

Echa mano del libro que tengas más cerca.

 

No. No vale irse a la biblioteca y buscar ese libro molón y resultón en que ahora mismo estás pensando.

 

Así que, coge el que tengas más cerca, ábrelo por la página 56, vete a la línea 10 y copia lo que la misma contenga.

 

En mi caso es esto ( y un chispo más):

 

Pero Louki no tenía motivo alguno para preocuparse. Ya no pensaba volver más a La Condé. La verdad era que tuve la suerte, las dos o tres veces que la estuve esperando en una de las mesas de ese café, de que ella no fuera aquel día.

 

¿A que es chulo?

 

Pues es pura casualidad.

 

El libro se llama «En el café de la juventud perdida», de Patrick Modiano, está editado por Anagrama y es la caña.

 

¿Hacemos el experimento?

 

Pues venga…

CONGO. LAS LETRAS DE LAS TINIEBLAS

El 25 de mayo, en IDEAL, publicamos este reportaje sobre el Congo, subtitulado así: «El país más peligroso de África ha sido un imán literario para escritores como Javier Reverte, John Le Carre o Atxaga.» Como inmediatamente leeréis, hoy vuelve a estar de actualidad.

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Congo. Su sola mención ya tiene ecos mágicos, misteriosos y lejanos. Congo. Por mucho que el demente de Mobutu se empeñara en africanizar el nombre del país, cambiándolo por el de Zaire durante su enloquecido mandato, Congo es la denominación histórica con que conocemos un territorio mítico e ignoto que sigue excitando la imaginación de los viajeros y los aventureros de todo el mundo. Por eso no es de extrañar que escritores de todas las ascendencias se sientan subyugados por el fascinante universo congoleño y por su torturada historia, radicando allí sus ficciones más o menos basadas en hechos reales.

(NOTA.- El 3 de Noviembre de 2010 es importante ya que se publica la nueva novela del reciente Premio Nóbel, Mario Vargas Llosa, «el sueño del celta», con el Congo como protagonista. Para «abrir boca», esta impresionante galería de fotos del Horror conradiano y unos fragmentos de la novela, AQUÍ.)

Tras Albert Sánchez Piñol y su inquietante «Pandora en el Congo», el último en hacerlo ha sido Bernardo Atxaga, el escritor vasco que lo ganara todo con la mágica y portentosa «Obabakoak» y que abandonó su Obaba natal para trasladarse, literariamente hablando, al Congo belga que le serviría de inspiración para la sorprendente, inesperada e inclasificable «Siete casas en Francia».

Los protagonistas de la novela son Lalande Biran, la máxima autoridad en Yangambi, un poeta que, ambicionando amasar una gran fortuna, tiene como auténtico anhelo el volver a la capital de Francia y disfrutar de las tertulias de los cafés parisinos. Junto a él, un ex-legionario bastante perturbado o un soldado servil que quiere hacer carrera por la vía de conseguirle a su jefe las jóvenes chicas nativas, siempre vírgenes, que a éste gusta disfrutar. Y, por supuesto, Chrysostome Liège, un tirador casi infalible cuya llegada a Yangambi precipita los vertiginosos acontecimientos que nos cuenta Atxaga en una novela que, como él mismo señala, «roza la literatura grotesca, el humor negro, lo paródico, que ya es algo que he desarrollado en mis poemas. Yo sé que mis poemas de humor negro son un verdadero impacto para mucha gente así que, al usar este estilo en este libro, pienso «a ver si sucede lo mismo».

Y es que el Congo impacta. Que se lo digan, si no, a Javier Reverte, quién pudo sentir cómo le rondaba el hálito de la muerte en mitad de la travesía que, entre Kinshasa y Kisangani, realizara en un barco por el Río Congo, uno de los más fascinantes y atractivos caudales de agua del mundo. Y todo ello lo cuenta en la que es, posiblemente, su mejor obra: «Vagabundo en África», narración en que recrea no sólo su viaje desde Ciudad del Cabo hasta la zona de los Grandes Lagos, sino toda la rica y desmesurada historia de dicha parte de África.

Una historia que encuentra su quintaesencia en «El corazón de las tinieblas», de Joseph Conrad, una obra maestra de la literatura universal que se condensa en la célebre expresión de Kurtz: «El horror». Reverte decidió remontar el curso del río centroafricano siguiendo la estela del viaje que hiciera el protagonista, buscando a ese Kurtz al que las tinieblas habían hecho perder la razón y que Francis Ford Coppola adaptaría magistralmente al cine en «Apocalypse now», trasladando la acción a la guerra de Vietnam.

Otro personaje que tuvo una íntima vinculación con Congo fue el célebre Henry Morton Stanley, contratado por el siniestro rey Leopoldo II de Bélgica para ejecutar sus planes de colonización de una tierra que, gracias a la naturaleza, atesora inmensas cantidades de riquezas naturales, lo que la ha convertido en objeto de una salvaje y permanente explotación sistemática. En la autobiografía de Stanley podemos leer la siguiente entrada, fechada el 15 de agosto de 1879: «Llegué a la desembocadura del Congo. Han pasado dos años desde mi estancia anterior aquí, tras mi descenso por el gran río en 1877. Habiendo sido el primero en explorarlo, me propongo ser el primero en probar su utilidad al mundo. Desembarco a mis setenta zanzibaríes y somalíes, con la finalidad de dar el primer paso hacia la tarea de civilizar la cuenca del Congo».

Una tarea que terminaría desembocando en un auténtico genocidio, como los imprescindibles libros de Peter Forbath, «El río Congo. Descubrimiento, exploración y explotación del río más dramático de la tierra», y de Adam Hochschild, «El fantasma del Rey Leolpoldo. Codicia, terror y heroísmo en el África colonial» se encargan de demostrar minuciosamente. Precisamente, el prólogo de este último viene firmado por Mario Vargas Llosa, quién en estos momentos se encuentra trabajando en un proyecto literario sobre este remoto país.

Hubo una vez, sin embargo, en que el Congo pareció ver la luz, entre tantas tinieblas. Fue de la mano de Patricio Lumumba, un hombre íntegro e independiente, elegido democráticamente como presidente del país y que fue depuesto por un golpe de estado inspirado por Bélgica, la anterior potencia colonial. Su tortura y muerte están contadas por Ludo De Witte en un libro tan apasionante como desgarrador: «El asesinato de Lumumba».

Y, si en época de Stanley y Leopoldo II, las materias primas que se obtenían del Congo eran la madera y el caucho principalmente, la aparición de los móviles y los ordenadores portátiles hizo que dicho país volviera al candelero económico internacional por culpa de un mineral muy exclusivo: el coltan, de cuyas reservas, más del 90% se encuentran bajo el suelo congoleño. Así, John Le Carré traslada allí la acción principal de una de sus más recientes novelas de espías: «La canción de los misioneros» y Alberto Vázquez Figueroa titula con el nombre del mineral uno de sus más conocidos best sellers: «Coltan». Michael Crichton, por su parte, tituló sencillamente «Congo» a su novela de aventuras africana.

Congo. Una tierra que parece maldita, permanentemente ensangrentada, y en la que, en fin, el célebre Hergé situaría la acción de uno de sus álbumes más controvertidos, acusado de racista y en permanente discusión: «Tintín en el Congo». Y es que ni con los tebeos ha tenido suerte uno de los más sugestivos, ricos, atractivos, difíciles y demenciales países del mundo.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

LA RAZÓN

Esa noche había puesto «Inland empire», de David Lynch, en el DVD. Aguanté despierto la primera hora. Después… no lo pude evitar. Cerré los ojos sólo un momentito… y Morfeo se adueñó de mí.

 

Tras lo que yo hubiera jurado que apenas habían sido unos minutos de sueño reparador, me despertó el estrépito de la maldita televisión. La película había terminado, el DVD se había apagado y la tele, que seguía encendida, se había conectado a alguno de los cutrecanales locales.

 

Medio adormilado aún, esperando encontrarme con el careto del alcalde o el de algún otro preboste de la ciudad, me fijé en las imágenes que proyectaba la caja tonta. Y no di crédito a lo que veía.

 

¡Aquella era mi casa!

 

Me froté los ojos y, de un salto, me incorporé del sofá. A través de la pantalla podía ver mi buganvilla y, justo delante, a un bombero, sosteniendo con fuerza una manguera de la que emergía un potente chorro de agua.

 

Cambió la panorámica de la cámara.

 

Enfocó a la puerta de la casa, a través de la que salía una notable cantidad de humo. Y, de repente, un sanitario salió de dentro, arrastrando una de esas camillas con ruedas. Sobre ella, a un tipo moreno le habían puesto una mascarilla. Los rostros del resto del séquito que salía del interior de mi vivienda no hacían presagiar nada bueno.

 

Y en ese momento, cuando inspiré profundamente para llenar los pulmones de aire, intentando contener la ansiedad que me invadía, lo noté.

 

Olía a quemado.

 

Entonces lo comprendí: una vez más me había quedado dormido, viendo una película, mientras me fumaba ese maldito cigarro por el que ella tantas veces ella me había regañado, antes de abandonarme, llevándose consigo a los niños, tras nuestra enésima bronca por mi afición al vodka y al tabaco nocturnos.  

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.