Ayer fue Miércoles de Ceniza. Comenzó la Cuaresma, por tanto. No sé a ustedes, pero a mí me sobresaltó el viento cuando todavía era de noche. El día amaneció gris y, a medida que pasaban las horas, se encapotó más y más. Las nubes cubrieron Sierra Nevada -no hay metáfora, malicia ni doble sentido en esta aseveración- y, por fin, llovió. ¡Por fin!
Más allá de lo puramente religioso, una tarde como la de ayer invita al recogimiento y a la reflexión. Máxime porque este año, el Miércoles de Ceniza ha caído muy tarde y, entrados en marzo, es buen momento para hacer balance de estas primeras semanas del año.
Los propósitos de Año Nuevo, por ejemplo. ¿Qué tal van ustedes con su cumplimiento? Imagino que depende de lo ambiciosos que fueron al plantearse sus objetivos… Yo estoy razonablemente contento. En mi lucha diaria contra la tiranía del tiempo, aún no he sido devorado por las manecillas del reloj. Estoy controlando los horarios desbocados, he visto diez películas en las salas de cine y otras veinte en casa.
He sacado tiempo para leer diez libros y otros tantos tebeos y, según el controlador del móvil, paso menos tiempo conectado. He vuelto a correr y a jugar al baloncesto con regularidad -no sé para qué hablo, que me acabo de fastidiar un pie tras un descuidado tropezón- y he cambiado ciertas pautas alimenticias: mi nevera es homenaje a la bandera andaluza, repleta de cosas verdes -sic- y blancas, por la amenaza de la osteoporosis.
Laboralmente, las cosas marchan razonablemente bien: hemos sacado adelante con éxito notable un nuevo festival, el Gravite, y ya estamos embarcados en la preparación de la quinta edición de Granada Noir. Y aquí me tienen, un día tras otro, compartiendo mis cuitas con ustedes.
Diluvia en el Zaidín mientras escribo estas líneas. Y, sinceramente, no se me ocurre otra noticia mejor, más necesaria ni positiva. Llueve, finalmente. Con alegría y generosidad. ¡Ya era hora de que entrara el buen tiempo en Granada!
Ojalá que la Cuaresma esté pasada por agua. Que llueva mucho y bien. A ver si bajan los niveles de polen y de contaminación, y por extensión, los de crispación, nervios y mala follá.
Jesús Lens