No se enfaden mis amigos lojeños, pero me hacía ilusión viajar a un destino exótico esta Semana Santa y el reino de Sylvania me parece una opción inmejorable. Sylvania, ya lo saben ustedes, es el país que se enfrenta a Libertonia en ‘Sopa de ganso’, la obra maestra de humor surrealista de los Hermanos Marx.
¿Conocen la historia? Tras el primer número musical de la película, una imagen fija muestra la panorámica de Sylvania. Y por haces del destino, resultó ser Loja.
Cómo acabó Loja en una película de los célebres cómicos estadounidenses es uno de esos misterios por resolver que ha dado lugar a diferentes elucubraciones.
La más sensata y factible, aplicando el principio de la navaja de Ockham, sería la del cineasta granadino Val del Omar, hijo de padre lojeño y que hizo fotos de diversas zonas de Andalucía para la Paramount. Cuando algún meritorio del estudio vio la foto desde la que se contemplan la Alcazaba y la iglesia de la Encarnación, tuvo claro que aquello era Sylvania.
Nos hicimos fotos en el Mirador, claro. Y recorrimos la parte medieval de la maravillosa ciudad de Loja, que no todo iban a ser películas. Turistas como nosotros, escasos. Lo que son las cosas: tanto quejarnos por no poder salir de la provincia y apenas un alma disfrutando de la arquitectura y la historia lojeñas.
El museo de la ciudad, en plena alcazaba, alberga piezas interesantes, pero lo mejor es su emplazamiento, que tanta historia ha visto pasar. Me gustaron mucho las placas que jalonan diversas calles, plazas y edificios de la ciudad con frases del poeta y filósofo Ibn al-Jatib. Por ejemplo: «Consigue la riqueza lícitamente y sé consciente de que gracias a ella se alcanzan lejanas metas». ¿No les parece de lo más actual?
Y ahora que estamos en Pascua, una reflexión que no debería caer en saco roto: «Las flechas de la muerte no se desvían ni yerran, lo que el tiempo te pone en la mano te lo arrebata… Ante la llegada de la muerte todos somos iguales lo mismo el que porta la espada que la que luce pendientes».
El caso es que, en la carrera de hoy, nuestro mejor kilómetro lo hemos hecho antes de que empezara la competición, intentando llegar a la salida antes de que los jueces pegaran el pistoletazo inicial. Tuvimos que aparcar en el Manzanil y desde allí, correr como almas que llevaba el diablo hasta el centro de Loja.
¡Y lo hicimos! ¡Qué paradoja! Tener que correr a toda velocidad para llegar a una carrera.
– ¡Y que esto no compute! – le gritaba a mi hermano, recordando el famoso fiasco de Perico Delgado en la etapa prólogo del Tour.
Saludamos a unos amigos, nos encastramos en el pelotón de salida con Roberto y Jesús y, sin tiempo para más, ¡a correr!
Debo decir que no he sufrido exageradamente en una carrera de once kilómetros y medio en las que no existe un metro llano. En Loja, o subes, o bajas. Pero eso de llanear no se estila. Atentos a los rictus de los corredores, en el carrusel de fotos de IDEAL.
Y no he sufrido exageradamente porque tenía la cabeza en otro sitio. Estos días están siendo muy exigentes y es muy complicado eso de “desconectar”. De hecho, nunca he entendido esa expresión. Si algo te preocupa, ¿qué sentido tiene “desconectar”? ¿Es que por meter la cabeza en la tierra, algo se va a solucionar? No. Cuando hay temas importantes, que son los que nos preocupan, eso de “desconectar” es un sinsentido. Y, quizá, por esa tendencia a la desconexión, a dejar el tiempo pasar, a mirar para otro lado y a pasar; ahora estamos donde estamos.
Pero volvamos a la carrera de Loja.
Volvamos a ese momentazo en que, en mitad de la subida más exigente, cuando salimos de las calles urbanizadas para entrar en la carretera, aparece en Tanatorio. ¡Pues claro! ¡Te quieres morir! ¡Faltaría más! Vas echando los hígados por la boca, te falta prácticamente toda la carrera, y te das de bruces con el Tanatorio. ¡Muy fuerte, oiga!
Porque no he sufrido agonísticamente, pero me lo he currado. En las subidas me he puesto serio, concentrado. En las bajadas, sin embargo, me he dejado llevar más de lo que debería.
Mis piernas, seguro, lo agradecerán. A fin de cuentas, soportar a este cuerpo de cerca de 100 kilos, no es fácil y, bajando, sufren un montón.
Como voy sin reloj, un par de veces he preguntado por las referencias de tiempo. Y bien. Correcto. Por debajo de los cinco minutos el kilómetro.
Cuando me han adelantado Daniel y Moisés, he intentado seguirles un poco, pero ha sido imposible. Dos maquinones. Y, como dato curioso: en el desdoblamiento del circuito, al entrar me he cruzado con el líder de la prueba, que iba como un tiro. Al salir, le ha tocado el turno a esa maravillosa abuela a la que Manolo Pedreira dedicó un maravilloso reportaje en IDEAL, hace unos meses. Por que lo importante no es llegar la última. Lo importante es saber (y poder llegar)
¡Bravo!
Al final me han quedado fuerzas para apretar en las revueltas del centro de Loja, intentado alcanzar a Daniel y Moisés. Pero iban demasiado fuertes. Aún así, he llegado danzo zapatillas a la meta. Y a mi amigo Javi, claro, ni olerlo. Hasta encontrarnos tomando una birrita, en la meta. ¿O era una Shandy?
Al final, el 470 (86 de mi categoría). Teniendo en cuenta que Pablo, coordinador de deportes de la Diputación (y que derrocha ganas, trabajo, alegría e ilusión a su trabajo) me ha confirmado que éramos 1.100 los participantes, no está mal. A 4,44 minutos en kilómetro. Que se puede (y debe) mejorar. Pero que, como me dice mi icono deportivo, el director de CajaGRANADA en Gran Capitán (que ha bajado de las tres horas en la Maratón de Sevilla, el animal), me llena de alegría porque hoy es domingo 4 de marzo, un día estupendo. Y hemos hecho lo que nos gusta: correr.
Con mi hermano (que llevaba un mes parado por una lesión en las costillas y ha cumplimentado el recorrido como el que no quiere la cosa, en plan “pasaba por aquí…) y un puñado de buenos amigos.
Para ahora, contarlo.
Antes de comer y de meterle un buen tantarantán al sofá, viendo una película y leyendo un libro.
Que nos lo hemos ganado.
¡Seguimos!
Jesús lojeño Lens
PD.- Y el 4 de marzo de 2008, 2009, 2010 y 2011, ¿qué hacíamos? Para ver las clasificaciones, aquí.