Si pasean por Granada, se toparán con el cartel de ‘Los asesinos de la luna’ en tamaño gigante. No es un cartel bonico, para qué nos vamos a engañar, pero los caretos de Robert De Niro y Leonardo DiCaprio con esas mandíbulas tensas son de lo más elocuente.
Lo cuenta el director Martin Scorsese: el primer tratamiento del guion de su nueva obra maestra se centraba en el nacimiento del FBI y en la investigación de los asesinatos cometidos contra los Osage, una nación india que se hizo repentinamente rica gracias a que sus tierras rebosaban de petróleo.
Cuando De Niro y DiCaprio se unieron al proyecto y leyeron tanto el guion como el libro de David Grann en que se basa la película, (AQUÍ escribí de ella) tuvieron claro que no había enigma: desde el primer momento se sabe quiénes son los malos. Y su modus operandi, tan anticinematográfico. Había que cambiar el enfoque, pues. Ya no valía el formato policíaco al uso, el noir más o menos tradicional o la película de gángsteres que se podría esperar de Scorsese.
La verdadera historia estaba en la relación entre Ernest Burkhart (DiCaprio), un pobre diablo, un gañán que vuelve a la casa de su tío una vez terminada la I Guerra Mundial; y Mollie, la india Osage con la que se casa, vive, tiene hijos y por cuya soberbia interpretación, Lily Gladstone debería ganar el Oscar.
Y está William Hale, al que le gusta que le llamen por un apelativo tan cercano y cariñoso como ‘King’. El Rey. Interpretado por un grandioso Robert De Niro, Hale es uno de los factótums de Fairfax, el pueblo en el que transcurre buena parte de la historia. Habla el lenguaje de los Osage y presume de ser aliado y benefactor de la nación india. Es su amigo. Les quiere. En el sentido en que un blanco puede querer a los indios en los Estados Unidos de hace un siglo. Sobre todo si esos indios son extremadamente ricos y amenazan el status quo del entorno.
Tengo que volver a ver ‘Los asesinos de la luna’, pero yo veía a Hale como una especie de Don Corleone… a lo bestia. Un patriarca rústico con aires de tosco refinamiento, pero sin el halo de Nueva York y la mafia italoamericana. Uno de esos tipos que matan con la mirada, los gestos y las palabras. Pero, insisto, que nadie espere un noir al estilo de ‘Uno de los nuestros’ o ‘Casino’.
Un western tampoco es. Al menos, no en el sentido clásico. Si piensan en ‘una del Oeste’, por mucho que haya una nación india en el centro del conflicto, se llevarán un chasco. Como la acción transcurre en los años 20 del siglo XX, nos encontramos en ese momento de cambio en el que los sheriffs y los ladrones, atracadores y asesinos cambiaron los caballos por los coches y el western dio paso al hard boiled más noir. No hay persecuciones. No hay adrenalina. Todo es tranquilo y reposado. Austero y despojado. Incluso los asesinatos. ¡Sobre todo los asesinatos!
Scorsese reflexiona en esta película, eso sí, sobre uno de los temas esenciales del western del siglo XXI: el genocidio de los nativos americanos como el gran pecado original de los Estados Unidos más salvajemente capitalistas y depredadores.
Y nos queda la parte romántica de la historia. Que la hay. En el mismo sentido que era romántica ‘La edad de la inocencia’, una de las películas del cineasta que debo volver a ver. Como ‘El irlandés’. Lo dejo aquí, de momento. Pero qué ganas de volver a ver esos portentosos 206 minutos de peliculón.
Jesús Lens