Hay películas que, además de ser “propiedad” de su director, guionistas, intérpretes y del resto del equipo que las hacen posibles; también son tuyas. Y mías. Nuestras. Literalmente y en el sentido afectivamente patrimonial del término. Películas que forman parte de nuestra vida y sin las cuales nada sería igual. Quizá porque la vimos con aquella persona especial. O porque está vinculada a un suceso, a un acontecimiento que cambió nuestra existencia. Radical o, al menos, parcialmente.
Hay películas, en fin, que las ves en un momento vital tan singular que se integran en tu yo más profundo y te acompañan por siempre jamás.
Para los cuarentones, la Trilogía de “Antes de…” forma parte de nuestra educación sentimental desde aquel ya lejano 1995 en que los personajes interpretados por Ethan Hawke (1970) y Julie Delpy (1969) se conocieron en un tren. Diez años después, Jesse y Celine volvieron a coincidir en París. Por sorpresa. Nadie se lo esperaba. Porque “Antes del amanecer” fue una de aquellas películas pequeñitas y discretas que, disfrutadas por un puñado selecto de espectadores, ni arrasó en taquilla ni se hizo acreedora de grandes premios.
“Antes del atardecer” nos trajo, en 2005, el reencuentro entre los dos personajes con el guionista y director Richard Linklater, nuevamente como testigo de excepción, y demostró una vez más que la magia, en el cine, es posible. 80 minutos de diálogo en los que la misma pareja de actores, que ya sí figuraban en los créditos como coguionistas, hacen avanzar una historia de amor que pareció imposible y que, sin embargo…
En 2013, Jesse y Celine ya peinan canas, sus rostros empiezan a estar surcados de incipientes y reveladoras arrugas y la lozanía, los sueños y las esperanzas de entonces han dejado paso a la confirmación de una realidad palpablemente contradictoria conformada por carreras profesionales tan exitosas como exigentes, una vida en común, un par de hijas compartidas… y todos los problemas inherentes a una pareja que empieza a tener más pasado que futuro.
La llegada de los 40.
La caída del viejazo, o sea.
La tercera entrega de esta saga, filmada con las tripas y el corazón es, de largo, la más dura, la más amarga y la más descarnada de las tres. Y, sinceramente, no podría ser de otra forma. Se suele decir que, a los 40, cada uno tenemos la cara que nos merecemos. Jesse sigue teniendo cara de niño. Ha crecido, pero mantiene incólume su sonrisa de malillo y su atractivo canalla. Celine, sin embargo, a pesar de su maravilloso culo francés y de la belleza de su parcial desnudez, está más perjudicada, más ajada y envejecida. Y la cámara no hace nada para disimularlo. Sobre todo, en la secuencia del hotel. Esas piernas hinchadas, esos tobillos inflamados…
No. El tiempo no ha tratado con el mismo rasero a ambos protagonistas. Y eso se nota. Se nota en los diálogos, en las pullas y en las réplicas y contrarréplicas que vuelven a jalonar una película intimista y dialogada en la que la palabra es la protagonista absoluta, como en las dos entregas precedentes.
En este caso, y para ponernos en situación y explicar qué ha sido de nuestros dos protagonistas, dado que están juntos desde que se reencontraran en París y no sería muy creíble que ellos mismos nos contaran su vida, el guion, en una hábil pirueta, nos presenta a un grupo de amigos que disfrutan de una agradable comida antes de dar por concluidas sus creativas vacaciones en el Peloponeso.
Y ahí, en unos primeros quince minutos que podría haber filmado el mejor Eric Rohmer, los personajes hablan, bromean y juegan, para poner al espectador en situación y hacerle saber qué ha pasado en estos últimos años con Jesse y Celine, antes de dejarles a ellos nuevamente solos, frente a ese espejo que son los ojos de quiénes les vemos desde el otro lado de la pantalla.
Un paseo al aire libre, una puesta de sol en un café, una habitación de hotel y nuevamente el café. Y la vida, claro. La vida que pasa. Y pesa. La vida de dos personas, con sus ilusiones y decepciones, con sus sueños y sus pesadillas. La vida. Su vida. La mía. La tuya. Nuestra vida.
Porque pocas veces una serie de películas ha estado tan apegada a la realidad de lo que cuenta y, sobre todo, es difícil pensar en otra trilogía que haya sabido captar las aspiraciones, los miedos y las desilusiones de toda una generación que, en Jesse y Celine hemos encontrado el mejor y más ajustado reflejo que el cine puede mostrar.
No sé si habrá cuarta parte, cuando estemos rondando los cincuenta. Hasta entonces, creo que sería una inmejorable idea, cuando “Antes del anochecer” esté en el mercado doméstico, ver la trilogía de una sentada… y hablar. Hablar, como decía Paul Auster, hasta que se nos suban los colores, “Blue in the face”.
Porque hay veces en que el cine solo es la excusa.
@Jesus_Lens , impresionado.