Hace unos años tuve la fortuna de compartir un panel de análisis económico sobre la exclusión financiera con Joaquín Estefanía, que ayer se convirtió en tendencia en las redes sociales por una soberbia pieza en la que defiende la necesidad de un nuevo contrato social, dada la desigualdad rampante provocada por lo que él llama la Gran Recesión. (Leer AQUÍ)
Coincidió esa lectura con otra, bastante más simplista, sobre la incidencia que tendrá la inteligencia artificial en nuestra vida: dado que los robots harán buena parte de las labores que los humanos venimos desempeñando hasta ahora, nuestra jornada laboral se acortará exponencialmente. Pero no pasará nada porque habrá más riqueza para repartir entre todos…
El mantra de que los robots van a pagar nuestras nóminas, impuestos y cotizaciones a la seguridad social, disculpen mi pesimismo, es radicalmente falso. ¿En qué me baso? En lo ocurrido en las últimas décadas, desde la irrupción de Internet y los procesos de digitalización. Por supuesto que los ordenadores han facilitado la forma de trabajar en (casi) todos los sectores de la economía, pero ¿en qué se ha traducido dicho proceso, laboralmente hablando?
La última gran batalla sobre la jornada laboral, la de las 8 horas, data de la Revolución Industrial, a comienzos del siglo XIX, y costó sangre, sudor y lágrimas que los trabajadores se la impusieran a la patronal, peleándola en la calle, entre huelgas y barricadas. Hace unos años, cuando nos creíamos ricos, se implantaron las famosas 35 horas semanales. ¿Se acuerdan? Al margen de la función pública, ¿conocen ustedes a mucha gente que eche 35 horas a la semana en su puesto de trabajo? De las reales, quiero decir. No de las firmadas.
Lo siento, pero no creo en la panacea de la inteligencia artificial. Estoy convencido de que aumentará la productividad de las empresas, por supuesto. Pero los beneficios que genere en las cuentas de resultados se traducirán en una correlativa e inmediata pérdida de puestos de trabajo. La digitalización es lo que tiene.
Hoy, el gran rival del trabajador humano es un algoritmo. Y como el ludismo nunca ha sido una opción lógica o sensata, mientras llegan la Renta Básica Universal y el nuevo contrato social que palie la exclusión laboral, solo queda adaptarse y tratar de ganarse la vida en sectores en los los que los robots partan con desventaja.
Jesús Lens