No es lo habitual. Por eso, ayer fue un día grande, con el servicio de alertas de IDEAL avisando de una buena noticia detrás de otra. El primer café de la mañana nos lo tomamos con la portada del periódico anunciando, por primer vez en lustros, algo parecido a una buena noticia en relación al AVE, que empezamos a ver luz al final del túnel. Esperemos que no sea la luz del propio tren, desbocado y a toda máquina, amenazando con llevarnos por delante.
Al rato llegó la buena nueva de que Luis García Montero ha sido elegido como nuevo director del Instituto Cervantes. Es música para mis oídos escuchar a la derecha más recalcitrante poner el grito en el cielo porque Luis fue candidato a la Comunidad de Madrid por IU, hace unos años. Lo que no dicen estos corifeos del conservadurismo más rancio es que, además de ser catedrático de la UGR, ha ganado multitud de premios y galardones, incluyendo el Nacional de la Crítica y el Nacional de Poesía.
Una de esas personalidades de reconocido prestigio y amplia y sólida trayectoria artística y profesional que honran a la institución que se apresta a dirigir. Que entre María José Rienda, José Guirao y José Antonio Montilla; Granada y nuestra Universidad están quedando muy bien situadas en las esferas de poder y la gestión del Estado.
Y hablando de la UGR… ¡han salido las notas! Las de verdad. Las oficiales. Las que no vienen patrocinadas por oscuras Fundaciones de corte nacionalista pagadas por entidades financieras con intereses espúreos.
Ha llegado el ranking de Shanghai y la UGR es la segunda de España, solo por detrás de la Universidad de Barcelona, y una de las primeras 100 del mundo. Los datos del informe son muchos y muy variados, por lo que quiero desbrozarlos y leerlos despacio. Lo más importante: la UGR ocupa posiciones destacadas en 34 especialidades y, en 5 de ellas, está en la élite científica mundial.
Excelentes noticias que nos sirven para encarar el mes de agosto con una cierta sensación de satisfacción y relajo, a ver si olvidamos durante unas semanas el amargo llorar y crujir de dientes y ese autoflagelo que nos infligimos con demasiada frecuencia.
Buenas noticias que nos alegran a una inmensa mayoría de granadinos, aunque alguno habrá con un pero en la mano.
La lúcida, sincera y desencantada conversación entre Juan Vida y Luis García Montero que ayer publicaba IDEAL, no hace sino reafirmarme en una idea que tengo muy repetida, pero a la que vuelvo insistentemente: el gran fracaso de la democracia española ha sido el cultural.
La gran decepción de los sucesivos gobiernos del PSOE y del PP ha sido no conseguir que los ciudadanos sintamos la cultura como un bien de primera necesidad, como algo necesario en nuestra vida, como piedra angular sobre la que planificar nuestro tiempo libre y en la que invertir nuestros ahorros.
Lo dice Juan Vida, recordando que antes había cola para entrar en las exposiciones mientras que ahora están vacías. Y lo ratifica Luis, al hablar de la sociedad del espectáculo, de la banalización de la felicidad, del consumismo desaforado y la mercantilización del arte.
Tras la Transición y los Locos Años 80, en la época de vacas gordas de los 90 y la primera década del siglo XXI, se dotó a buena parte de las ciudades y pueblos de España de una envidiable infraestructura cultural. Pero no se trabajó en la cultura de base. Se gastaba el oro y el moro en llenar teatros y auditorios, pero no se invertía en una política cultural a largo plazo que hiciera sostenible el tinglado.
A la vez, las autoridades educativas empezaron a preguntarse para qué servían determinadas asignaturas. Qué sentido práctico tenían. Y el estudio de la literatura, la lengua, el arte o la filosofía, empezó a considerarse inútil. Todo ello nos condujo a la infantilización de una sociedad que solo consume entretenimiento facilón y pasatiempos de usar y tirar.
El gran fracaso de la democracia en España fue desvalorizar el esfuerzo que requiere adquirir una mínima cultura que permita a los ciudadanos disfrutar de los libros, más allá de los best sellers; de la música, más allá de la pachanga; del cine, más allá de los blockbusters; del arte, más allá de los convencionalismos figurativos.
Una sociedad culta exige compromiso, inversión, esfuerzo y dedicación. Y ejemplaridad. Por desgracia, los diferentes gobiernos que hemos tenido en estos últimos veinte años, invirtieron mayoritariamente en una cultura del espectáculo que les permitiera lucir en la foto, dejando la formación de base en manos de las multinacionales del entretenimiento y de las cadenas privadas de televisión.
El viernes por la tarde, en el salón de actos de la Sede Central de CajaGRANADA, me sentí como en casa. Y, en este caso, no porque trabaje allí y, a veces, pase tantas horas en el Cubo como en las barras de mis bares favoritos…
El pasado viernes me sentí en casa porque, escuchando el mano a mano entre Joaquín Sabina y Luis García Montero, (En el enlace, vídeo del acto) me transporté a ese espacio mítico que es Semana Negra, que dura 10 días, pero cuyos efectos se prolongan durante todo el año.
Llegué cansado, a esa tarde del viernes. La semana había sido dura, larga y, por momentos, demoledora. En el trabajo, y fuera, que me las tuve que ver, dos veces, con ese monstruo que es el Servicio de Recaudación.
El miércoles, con Jesús Conde y Manuel Villar, recuperamos el placer de hablar en público de libros, viajes y aventuras. Después, disfrutamos tomando esas imprescindibles cervezas, con los buenos amigos de siempre y con otros nuevos, de esos que te sorprenden y que, piensas, pueden estar llamados a jugar un papel importante en tu vida. Y seguimos charlando, contando, riendo, chafardeando…
El jueves nos asomamos al Gato Montés. Nos gusta, mucho, ese garito de Monachil. El trasnoche con el piano se alargó hasta la madrugada, pero aquella versión de “Alfonsina”, con la que me encuentro por segunda vez en pocas semanas, se merecía la vigilia. Y el mojito. Y la tristeza bossa novera.
Y llegamos al viernes. Y llegaron Sabina y Luis. Antes, habíamos reído con el desparpajo de Stewart, que escribirá igual que esquila ovejas, pero que es un gratísimo conversador. Y ese elogio de la melancolía y la soledad, del andar solos por los campos… impagable.
Lo mejor que tienen García Montero y Sabina es que, en sus actuaciones y a través de la alquimia de la palabra, consiguen convocar a personas que ya nos dejaron y a las que tanto queremos, como Ángel González, Alberti o nuestro Enrique Morente.
Con cada lectura, los poetas arrancaban sonoras y clamorosas ovaciones del público que abarrotaba el salón de actos de la Sede Central de CajaGRANADA. Un público que, mayoritariamente, asistía en ceremonioso silencio al declamar de los artistas. Se sucedían coplillas satíricas y humorísticas con otras más profundas, concienciadas y emocionantes. Como la de la Nube Negra que Montero le dedicó una vez a un Sabina sumido en una profunda depresión. Y sobre todo, me emocionan los versos de García Montero en que habla de esa cotidianeidad, tuya y mía, que tan poética puede ser.
Para los habitualmente no lectores de poesía, actos como éste son imprescindibles. Por eso, siempre, he reivindicado la magia de Semana Negra, una celebración de la palabra, con esas noches de tumultuosa poesía, en la Carpa del Encuentro.
Por eso, la tarde del viernes nos sentíamos como en casa, en Granada. Como si estuviéramos en julio y en Gijón.
El martes, en este mismo espacio, Gregorio Morales criticaba la Obra Social de CajaGRANADA. No es la primera vez que lo hacía. Ni la segunda. Ni la tercera. Al no compartir sus argumentos y con todo respeto, hoy, en la columna de IDEAL, hablamos de ello…
Me ha gustado mucho el comentario del presidente de los empresarios granadinos, diciendo que mucho se teme que el debate sobre la estación del AVE sea político y no técnico. ¡Faltaría más! La gran tragedia de Granada es que todos los debates, de haberlos, siempre se plantean desde posiciones partidistas apriorísticas. Y así nos va. Porque en ese tipo de debates, de lo que se trata, es de desacreditar al contrario. De empequeñecer. De destruir.
Lo que me recuerda al célebre proverbio chino, tan cargado de mala follá que podría haber sido discurrido en la mismísima Puerta Real: “El clavo que sobresale siempre recibe un martillazo”. ¿Será por eso que Granada es pródiga en fuga de talentos, cerebros y artistas?
Leía el martes la columna de Gregorio Morales en la que criticaba la propuesta de Jara de que la Obra Social de CajaGRANADA ofrezca eventos culturales significativos y que llamen la atención, denunciando que este tipo de cultura es más espectáculo que otra cosa. Para Morales, la Obra Social debería potenciar la base, la cantera, subvencionando revistas y libros.
Por supuesto, la Obra Social debe colaborar a desarrollar un tejido cultural de base. ¡Exactamente como lo viene haciendo en sus más de cien años de historia! Pensemos qué sería de la cultura de Granada, de la cultura de barrio y andar por casa, si no existiera la Caja. Y de la cultura en los pueblos, también. Y del deporte. Y de la ecología. Y del patrimonio histórico-artístico. Que no sólo de letras vive el hombre.
Pero renunciar al espectáculo, renunciar a los grandes nombres y a los grandes eventos, no sólo es defender la mediocridad y la cortedad de miras sino que es echar cemento en los pies de esos jóvenes que empiezan a sentirse interesados por el arte, sepultando sus anhelos, esperanzas e ilusiones. ¿Os acordáis de Indurain, galopando sobre su bici, por los Alpes y los Pirineos? Al rebufo del Tour televisado, en cuanto Miguelón se enfundaba el maillot amarillo, miles de aficionados nos echábamos a la carretera, a emular sus hazañas. Y Joakim Noah juega con los Bulls de Chicago porque, siendo niño, su padre le llevó a ver un partido de Michael Jordan, como ya contamos AQUÍ.
Más ejemplos: Paz es músico porque, de niña, fue con su colegio a Madrid, a ver “Los miserables”, y quedó alucinada con dicho musical. Y, por mi parte, fue escuchando a los maestros Miles Davis y Oscar Peterson que descubrí el jazz y, desde entonces, me gasto mis buenos cuartos en discos, conciertos y garitos en que suena swing, be-bop y free jazz.
Para fomentar la base, es esencial que haya espejos en los que los jóvenes puedan mirarse y los mejores espejos granadinos, por desgracia, lucen en París, Nueva York, Madrid… De haberse quedado aquí, seguramente estarían hechos añicos, apedreados.
De las mejores cosas que trae El País los sábados, una es la columna de Luis García Montero.
Hace unos días, en un bar, comentaba con mis amigas que quería que mi Cuento de Invierno para IDEAL, este año, transcurriera en un bar. Precisamente, en el granadino Bar Alegría, a las espaldas del Teatro Isabel La Católica.
¿Por qué? -me preguntaron.
Porque la esencia de la vida se encuentra, sobre todo, en los bares.
De ello hablábamos en ESTE enlace, por ejemplo. Pero si alguien lo duda, lean, lean al poeta granadino, a nuestro querido Luis, hablando sobre el otoño y los bares…
El mundo se parece mucho a un sueño intranquilo. Por eso sentimos con frecuencia una condena íntima al vacío, al malestar, a la extrañeza, y por eso nos convertimos en ocasiones en monstruos. Después de un sueño intranquilo, Gregorio Samsa, el protagonista de La metamorfosis de Kafka, amaneció convertido en un insecto horrible. Transformaciones de ese tipo no suponen un afloramiento de instintos y terrores profundos, sino una consecuencia del vacío. Resulta grato engañarse con una esencia subjetiva, aunque para defenderla debamos aceptar el infierno. Pero la verdad es que no hay esencias buenas o malas, sino historia, el hacerse y el deshacerse de la nada.
Es lo que descubrió Antoine de Roquentin, protagonista de La náusea de Sartre, en la galería de retratos del Museo de Bouville. Grandes padres de la patria, forjadores de la ciudad y de la moral, posaban ante la gloria con sus gestos de severo orgullo. Palpitaba en sus ojos brillantes un anhelo de realidad en estado sólido. Pero se trataba de un ejercicio de pura apariencia, de ambición desmentida por la historia. Olivier Blévigne, el diputado más compacto, autor de El deber de castigar, había sido en realidad un piojo, un don nadie que usaba taloneras de caucho para ponerse a la altura de sus discursos.
La búsqueda de mundos sólidos suele condenarnos a la ajenidad. Sin embargo, me consta que hay raros momentos de plenitud, momentos de ser y de estar, que nos hacen sentirnos parte de la realidad, fundidos en el ciclo de una existencia natural superior a nuestro desamparo. A veces he tenido la fortuna de vivir también esos momentos, y casi todos se los debo al mundo líquido de la luz y de los bares.
Granada es una ciudad definida por el otoño. Cuando la luz del atardecer se destiñe en un violeta alto y profundo, con tímidos restos de claridad dorada y con intuiciones narrativas que mezclan el rojo y el negro, la ciudad se justifica a sí misma. Cae una serena emoción, una tranquilidad lírica, sobre las colinas, los ríos, los edificios nobles y las plazas. Hasta los edificios feos de las calles modernas apuran su oportunidad de belleza, y el paseante se siente convencido por la realidad, forma parte del mundo, un ser legitimado por la luz, una verdad que ocupa su lugar.
La misma sensación de vida en su sitio, de realidad bien colocada, la he sentido en algunos bares. Se agradecen, por supuesto, los bares conocidos, esos bares de siempre, en los que las horas pasan como si estuviésemos en un domicilio particular. La alegría del alcohol y de los encuentros, de las rutinas elegidas y los rostros cómplices, es menos importante que una difusa sensación de pertenencia. La ciudad se transforma en una realidad propia. El vacío se aleja de nosotros y se va con las botellas y las copas.
Pero se agradecen mucho más las sorpresas de los bares en las ciudades extrañas, porque nos dan amparo igual que la luz del otoño, y la sensación de pertenencia es más amplia, más generosa, hasta convertir en intimidad el mundo extranjero. Descubrir un bar significa querer volver, sentirse parte de una forma de vida, sumergirse en la íntima alegría de las repeticiones.
Conservo algunos posavasos de mis bares preferidos, y me gusta encontrármelos por la casa. Surgen entre los libros, en los rincones de las estanterías, como recuerdos de amparo y como incitaciones para el regreso. Un bar puede ser una ciudad. En tardes de lluvia o de frío, en noches de calor y humedad, con el cansancio de los kilómetros y las incertidumbres, con la impaciencia de la piel libre o el pulso del corazón triste, los bares me han regalado a veces un lugar, un sentimiento de pertenencia. Cuando bebo solo en casa, levanto la copa por todos los clientes de mis bares preferidos. Ellos me han ayudado a comprender el mundo.
¿Es, o no es para brindar largamente, un artículo como éste?
Jesús Lens. Un irredento, pero sano barfly.
PD.- Además, hay otra buena razón para que esto de los bares me interesa ahora tanto, pero de eso, ya hablaremos más adelante… 😉