A mi último viaje a Senegal opté, directamente, por no llevar cámara de fotos. Después me arrepentí, claro. Y les di la lata a mi Cuate y a Álvaro, pidiéndoles la suya o animándoles a que fotografiaran algunas cosas que yo veía y me gustaban.
No tengo paciencia con la fotografía. Siempre tengo la cámara en Modo Automático y lo más que hago es jugar con el zoom. Además, me pone nervioso estar de viaje y pasarme el rato mirando por el visor de la cámara. Cuando llevo cámara, tengo la sensación de no ver las cosas por sí mismas si no por cómo saldrían, después, en la pantalla del ordenador.
Sin embargo, cuando estoy en casa, leo el Dominical de IDEAL, y me encuentro con estas imágenes de Saul Leiter, que respiran todo el aroma de mi querido proyecto “Café-Bar Cinema”, me dan los siete males por no perseverar en el arte de la fotografía. De la pintura, por supuesto, ni hablamos.
En fin.
Y ya que hablamos de la prensa, hoy domingo, un domingo horizontal y perzoso, de cama y sofá; no dejéis de leer esta joya de Manuel Vicent sobre la conquista de la Luz y este clarividente artículo de Orhan Pamuk sobre las cada vez más contradictorias relaciones entre la UE y su Turquía, desde una perspectiva muy diferente a otras, eurocéntricas y solipsistas. Sin olvidar esta polémica en ciernes, entre Manuel Villar Raso y la más reciente ganadora del Premio Nadal, con una novela sobre La Pastora. ¿Qué os parece?
Hay dos modos de conciencia:
una es luz, y otra, paciencia.
Una estriba en alumbrar
un poquito el hondo mar;
otra, en hacer penitencia
con caña o red, y esperar
el pez, como pescador.
Dime tu: ¿Cuál es mejor?
¿Conciencia de visionario
que mira en el hondo acuario
peces vivos,
fugitivos,
que no se pueden pescar,
o esa maldita faena
de ir arrojando a la arena,
muertos, los peces del mar?
¿Nadie se ha preguntado el porqué de esta imagen, ayer, en este Blog? El caso es que algunos de los párrafos escogidos para esta reseña, si hay almas timoratas a ese lado, lo mismo le pueden parecer un tanto fuertes y desmedidos. En ese caso… que se lo haga ver 😉
Es difícil regalarme libros. Lo reconozco. Y me da mucha rabia. Pero con lo voraz que soy a la hora de adquirirlos, arriesgarse a comprarme alguno es sinónimo de que, o bien lo tenga -sobre todo si es de género negro y criminal- o bien no encaje en mi perfil lector y, por tanto, se quede de por vida en los anaqueles de los libros jamás leídos.
Sin embargo, cuando los amigos te conocen medianamente bien y se esfuerzan por descubrirte un libro nuevo y desconocido, son capaces de acertar y de regalarte joyas como «El hombre que se enamoró de la luna», una narración compleja y complicada que fue definida por la prestigiosa New York Time Book Review como «una novela cuyo milagro es que nos obliga a replantearnos la idea de narración, historia y mito.»
Efectivamente, hablamos de una historia que acontece en el Lejano Oeste americano. Y, junto con la Grecia clásica, pocos universos más apropiados para la generación de mitos. ¿Recuerdan el célebre discurso de «El hombre que mató a Liverty Valance»? Cuando la leyenda se torna en realidad, hay que imprimir la leyenda.
«- Cuéntanos una historia- dice alguien-. Cuéntanos la historia del hombre que se enamoró de la luna.
¿Qué es un ser humano sin una historia?»
Lo que más me ha gustado del extraño, distinto y a contracorriente libro de Tom Spanbauer es precisamente ese amor por las historias. Sus protagonistas se pasan la vida bebiendo, drogándose, practicando sexo, hetero u homo, con total libertad y naturalidad… y contando historias, escribiéndolas, narrándolas e inventándolas.
Los personajes principales de esta novela constituyen uno de esos grupos humanos que, contraviniendo el orden social establecido, hacen siempre lo que les da la gana, siendo completamente libertarios, practicando un amor libre sin barreras ni ataduras, sin cortapisas morales, en los el sexo sólo es uno y universal. Además, actúan sin miedo a irritar, cabrear y ofender a los sectores bienpensantes de la comunidad.
Por eso, en la página 430 de la novela, hay tres frases que se erigen en toda una forma filosófica de entender la vida, que marcará el destino de los protagonistas:
«Ida no era simplemente una prostituta.
Era la oscuridad de ellos.
Para ver la luz se necesita la oscuridad.»
Me encantan esas tres frases, por lo mucho que dicen con tan pocas palabras. La lucha de la luz contra la oscuridad es uno de los temas clásicos y eternos en la historia de la filosofía y el arte: la luz, sinónimo de pureza y salvación. La oscuridad, el infierno, la corrupción y la perdición.
Por lo general, todos vivimos al amparo de la luz, con alguna incursión en las tinieblas, eso sí. Pero, en realidad, es la excitación de la oscuridad la que nos atrae con fuerza y voluptuosidad. Y por eso, cuando descubrimos a personas que han optado por seguir la senda tenebrosa, los admiramos en la misma forma que nos repelen y asquean. Porque son el espejo oscuro en que vemos reflejado el Yo que, por lo general, no nos atrevemos a ser. Entonces los detestamos y los odiamos, los apartamos y los marginamos. Aunque les necesitamos. Porque, efectivamente, para ver la luz se necesita la oscuridad.
Frases especiales que me han gustado de esta narración y sobre las que tendremos que volver, más despacio, alguna vez:
«El humo, el viento y el fuego son cosas que puedes sentir, pero no tocar. Con los recuerdos y los sueños sucede lo mismo. Están hechos de la materia del mundo.»
Otra:
«- Algún día estos caballos follarán como locos- dijo Dellwood mirándome con sus ojos verdes directamente a mi ojo bueno-. Los dos lo saben. Es sencillo: vas detrás de lo que te excita -prosiguió Dellwood-. Sólo esperan el momento oportuno.»
Y otra más:
«Mueve, para los indios, significa vida. Todo lo que tiene vida se mueve. No hay nada que no esté vivo. Por consiguiente todo se mueve. Hasta las piedras están vivas. Y el polvo. Hasta las tablas y los techos de chapa están vivos, aunque es difícil ver cómo se mueven. Pero se mueven. Sólo hace falta saber cómo verlos moverse.»
Y, para terminar, otra declaración de principios:
«La historia es la siguiente: la vida es un sueño.
Todo es una historia que nos contamos a nosotros mismos. Las cosas son sueños, sólo sueños, cuando no están delante de nuestros ojos. Lo que se encuentra delante de nuestros ojos ahora, aquello que puedes alcanzar y tocar, ahora, pasará a ser un sueño.
Lo único que evita que el viento se nos lleve son nuestras historias. Ellas nos dan un nombre y nos colocan en un lugar, nos permiten seguir tocando.»
¿Ven por qué me ha encantado este libro?
Muchas gracias a esos amigos que pensaron que podría gustarme. Acertaron de pleno. Y gracias a todos los que siempre estáis ahí. Aunque para algunos pueda constituir una pequeña decepción que, indiscutiblemente, uno sea más de luz que de oscuridad…
«La entrada en la noche es el comienzo de la iluminación»
Louis Cattaux
«El secreto de la felicidad no está en hacer siempre lo que se quiere, sino en querer siempre lo que se hace. El secreto de la felicidad está en la libertad, y el secreto de la libertad, en el coraje»