De todos los episodios de la Guerra Civil Española, uno de los que mejor retrataron lo que terminaría pasando fueron los Hechos de Mayo del 37 que tuvieron lugar, sobre todo, en Barcelona.
No tengo espacio para contar todo lo que ocurrió durante aquellos días, pero digamos que, mientras los fascistas sublevados seguían avanzando a sangre y fuego, anarquistas, trotskistas, comunistas y republicanos se liaron a tiros. Entre ellos. Por sesudas cuestiones doctrinarias que, en su momento, revestían la mayor de las importancias.
A partir de 1939, sin embargo, el debate entre la FAI, la CNT, el POUM y el Partido Comunista dejó de existir en España. Franco ganó la guerra y, durante 40 años, nuestro país estuvo sometido a una infame y férrea dictadura.
Asistía sorprendido, ayer lunes, a los análisis de simpatizantes de Podemos sobre los resultados de las elecciones francesas: al no haber salido “su” Mélenchon y de cara a la segunda vuelta entre Le Pen y Macron, la opción que defienden es… la abstención.
Porque son igual de malos. Dicen. Y sí. Es cierto que Macron es cachorro de la mítica y elitista Escuela Nacional de Administración y que fue uno de los hombres de Rothschild en Francia. Pero Le Pen es el fascismo, racista y xenófobo sin ambages. Es la ultraderecha ultramontana. Es lo que, hasta hace poco, considerábamos lo peor.
La opción de “quedarse en casa” que propugnan los simpatizantes de Mélenchon va muy en línea de lo que pensaron muchos izquierdistas en Gran Bretaña, en relación al Brexit. ¿Qué tal les sentaría, después, ver al fascista Nigel Farage brindar con una pinta de cerveza, en el pub más cercano? ¿Qué decir sobre Estados Unidos, donde Hillary era tan mala como Trump y, de todas maneras, era imposible que este ganara las elecciones?
Tengo la sensación de que el hartazgo de las bases y los simpatizantes de los partidos de izquierda les lleva a desear el cambio a toda costa. Y si el cambio no se produce por la izquierda -la realidad de las urnas es tozuda- prefieren que se precipite por la extrema derecha. Lo que sea, pero que pase algo.
¿En serio? ¿De verdad es mejor quedarse en casa y ver triunfar el fascismo de Le Pen que aceptar a Macron? ¿No sería mejor parar al fascismo y, después, tratar de cambiar las cosas?
Jesús Lens